Capítulo 8

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                                                                                    VIII

Por fin es viernes. Nunca en mi vida he estado tan feliz de finalizar la semana. Los pasados días han sido demasiado estresantes. Entre mis poderes telepáticos, la clase de algebra y mis problemas amorosos, he terminado sin energías y con deseos de encerrarme en mi casa a hibernar como las ardillas. Menos mal que la fiesta de Halley Reeves es el sábado y no hoy. De no ser así, no sabría cómo arrastrarme para lo que de seguro será el evento del mes.

Al principio Daria no estaba  muy contenta con el cambio de planes; ella quería hacerme algo especial e intimo, pero luego se hizo a la idea y ahora no deja de hablar sobre la fiesta. Está tan entusiasmada, que quiere que hoy vayamos al centro comercial a comprarnos unos vestidos  después  de mis tutorías.

Suspiro mientras escribo una fórmula en mi cuaderno. No tengo ni el más mínimo deseo de estar allí estudiando de álgebra. Reed está sentado en una butaca al lado mío sin hacer nada. El muy maldito se lavó las manos como Pilatos y me dejó resolviendo una ristra de ejercicios de práctica mientras él se entretiene escuchando música.

Lo miro de soslayo, aprovechando que está distraído para estudiarlo. Su rostro relajado luce totalmente diferente, sin el ceño fruncido o esa mirada agresiva que mete miedo. A veces pienso que lo hace a propósito. Que ese es un mecanismo de defensa que él usa para mantener a la gente alejada. Es irónico, la verdad, porque en mi caso, era yo la que no lo quería cerca. Claro, que eso fue antes de que mi cerebro se pusiera esquizofrénico y empezara a leer mentes. Por otro lado, tampoco es como si tuviera otra opción, sin él estaría atada a una cama con camisa de fuerza en una institución mental.

Reed me ha enseñado a controlar lo que escucho y a colocar barreras para que otros como nosotros no puedan entrar en mi mente. Ahora puedo elegir a quién escuchar. Todavía no soy muy buena con lo de las defensas. Muy a menudo descubro a Reed escuchando mis pensamientos, algo que me parece muy injusto, porque él no me deja entrar ni a un huequito de su mente. Es enervante. Me intriga mucho saber cómo es su mundo allá dentro. Especialmente cuando lo veo con la mirada ida y distraída.

Voy por el ejercicio número veinte. Ya no puedo exprimir más mi cerebro, por lo que dejo el lápiz, cierro el cuaderno y lo meto en mi mochila.

─Todavía faltan diez minutos ─Escucho que él me dice.

Lo miro con cara irritada. Y yo que pensé que no se daría cuenta. Reed estará escuchando música, pero bien que eso no le impide llevar cuenta de mis pensamientos. A mí no me sale. Si tengo que prestarle atención a muchas cosas a la vez, bajo las defensas, dejando que él me lea como a un libro.

─Lo sé. ─Me hecho la mochila al hombro, poniéndome de pie─. Ah, y antes de que se me olvide. Tengo planes por la tarde, así que ni se te ocurra pasar por mi casa ─le advierto. Conociéndolo, es capaz de aparecerse por allí, tronchando así mi escapada al centro comercial.

─Yo siendo tú no iría a esa fiesta ─me dice él, casual.

Aunque su voz no suena autortaria, la sangre empieza a arder en mis venas. Yo aceptaré que me entrene y me dé tutorías, pero de ahí en fuera que ni lo piense. No voy a permitir que controle mi vida.

─Lástima que yo no sea tú. ─A diferencia del de él, mi tono sí suena ácido.

─Al parecer se te olvida que tienes que mantener un perfil bajo.  

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