19. I love your reflexes ❤️

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—¿Por qué espiaste mi videollamada? —pregunta Lance por vigésima tercera vez en los últimos cuarenta y seis minutos.

—Déjame en paz —espeta Keith.

—No hasta que me respondas.

—Ya te respondí.

—No, no lo hiciste.

—Sí, sí que lo hice. —Keith continúa acuclillado, acomodando por orden ascendente de precios las macetas florales en la repisa base de la estantería sin concederle el más mínimo contacto visual a Lance—. Que no fuera la respuesta que buscabas es problema tuyo.

Gen mantiene su tienda bien distribuida, destinando a cada una de las paredes un tipo de producto distinto. En dirección a la espalda de Keith, las estanterías se encuentran a rebosar de las novedosas flores preservadas. A su costado izquierdo hay dulces con forma de flores y a su costado derecho yacen los ramos simples y diseños florales complejos, especializados de momento para las vísperas de San Valentín.

—¡No te hagas el sabiondo conmigo, greñudo de tercera! ¡Mírame cuando te hablo!

En un arrebato, Lance repite la misma acción que hubo llevado a cabo el día anterior: cerrar los dedos en torno a la muñeca de Keith para después halarlo hacia sí. No lo piensa ni por una fracción de segundo y dentro de los tres segundos que toman su efectuación, el sentido común de Lance se revela en contra. ¿Por qué demonios su instinto natural lo tiene que llevar a tocar otra vez a Keith?

Es acreedor a una muñeca fina, viéndola cuesta creer que es un luchador de los mejores. El índice y el pulgar de Lance se topan al otro lado sin necesidad de hacer un esfuerzo extra para conseguirlo o estrangular la circulación de Keith. Aunque también hay que concederle a Lance que tiene los dedos largos, tal como el resto de su cuerpo.

Keith rebota contra su pecho. La maceta que sujeta en la mano pierde su soporte y se destruye al instante en el suelo, esparciendo tierra húmeda y trozos de cerámica en un diámetro de dos pies.

Frunce el ceño al barullo resultante, y luego en dirección a la cara de Lance, insuficientemente distanciada de la suya. Este no ha dejado ir su muñeca aún, manteniéndola sujeta con temple de hierro en medio de ambos.

—Ya, en serio, ¿cuál es tu problema, McClain? Si solo viniste para ser una molestia te voy a pedir no muy amablemente que te largues.

—Mi tía me dijo que te trajera y me quedara contigo todo el tiempo —objeta Lance, conocedor de lo mucho que a Keith le hubo fastidiado dicha orden.

—¡Entonces déjame trabajar en paz! —Keith lucha por liberarse y junta aún más las dos de sus gruesas cejas entre sí—. No estás siendo de ayuda. Los clientes podrían a llegar en cualquier momento.

Lance encuentra el momento ideal para exponer una amplia sonrisa reluciente de cinismo.

—Mi tía no me pidió que fuese de ayuda. Solo que te acompañara hasta que le cogieras el tino a tu nuevo trabajo. —Hace un gesto hacia las macetas pendientes por ordenar y al desastre en el suelo, extendiendo su mofa al terreno de devolver duplicado el golpe que antes Keith quiso dar—. Y voy a decirte no muy amablemente que apestas.

Esa es una de las ventajas de no ser el que porta el uniforme de empleado. Cualquier cosa que suceda durante el turno de Keith es técnicamente responsabilidad suya. Si a Lance o a cualquier otro cliente se le ocurriera destruirlo todo, el bolsillo del empleado a cargo tendría que responder por dicha pérdida.

Keith consigue soltarse en el momento en que la puerta de la tienda de abre, haciendo tintinar la campanilla que cuelga sobre el marco. Tambaleándose hacia atrás, impacta contra la estantería, desde cuyas repisas altas se precipitan tres macetas.

Los aplausos no se quedan mudos en las manos de la muchacha recién llegada, quien queda fascinada con cómo los brazos de Keith atrapan con una agilidad antinatural todas las macetas en el aire para en posteridad devolverlas a su lugar, suspirando. Y, aunque los aplausos sí se mantuvieron mudos en este caso, ella no es la única.

Aquella primera clienta de la jornada vespertina abandona la tienda más que satisfecha, abrazando una de las macetas que por poco se destruyen. Casualmente albergaba las caléndulas¹ que buscaba regalarle a su novio dentro de cuatro días.

Cuando la tía Gen pregunta más tarde sobre su maceta estropeada, Lance, nuevamente sin pensarlo en lo absoluto, confiesa que es su culpa. Podrá adivinarse a quién no protege la ley del empleado en este escenario. Mientras Lance se maldice para sus adentros, todavía procesando el castigo que ha recibido y sin entender los motivos de su propia estupidez, nota que Keith le sonríe por detrás del hombro de su tía.

Y no es de burla. A diferencia de Lance, Keith es transparente como el cristal pulido. La misma impulsividad que le causa problemas en las relaciones lo empuja a ser auténtico.

Allí en lo profundo, donde el involuntario de Lance ejerce en su silenciosa autonomía, la teoría de Hunk es descartada como posibilidad.

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¹ Se cree que dicha flor da fortaleza y alivia el corazón de las penas. Por tanto, el mensaje transmitido al regalársela a alguien sería ese desde una postura propia, «Calmaré tus penas».

Things I hate(love) about youWhere stories live. Discover now