10. Mangel

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This is the end....


Una hora más tarde están los dos despiertos sí, pero no ocurre nada ni nada se discute, porque  están gritando improperios a la pantalla de la televisión, jugando a la consola, hasta que Johnny se sube en el regazo de Mangel, y se planta allí, mirándole fijamente.

- Macho, tu gato quiere comida. – Le comenta Álex, despeñándole por un precipicio.

- Johnny, tienes el don de la oportunidad. – Le regaña Mangel, pero está sonriendo y haciendo carantoñas y mimos al gato de nuevo. Y luego se queja de que lo tiene malcriado. Si es que... - Álex, ¿te quedas a cenar? - Pregunta.

- Sí. – Responde Álex inmediatamente.

Su mirada es negra y penetrante e intensa y Mangel se siente desnudo de nuevo, expuesto y al descubierto y sabe que su cara está roja, reflejando cómo se le acelera el pulso. Increíblemente, se está poniendo duro. Otra vez. Esto ya no es normal, que parece en serio un actor porno: "Mangel, toma número 27, aquí tienes a tu compañero de reparto, Álex". Y, como el perrito de Paulov, se pone duro. Esto se le está yendo de las manos. Y de los pantalones. 

Se quedan un rato largo, eterno, en un duelo de miradas que se extiende hasta la eternidad, hasta que parpadea y sale de su estado de absorción. 

Con una sonrisa nerviosa, y deseando escapar de tan incómoda situación, le roba un pico rápido a Álex mientras se pone en pie, aprovechando para depositar a Johnny en sus manos, y se dirige a la cocina a preparar la cena. No es hasta que no está lavando la lechuga que se da cuenta de lo que ha hecho. Ha actuado como si Álex y él fueran una pareja, con esos gestos cariñosos inconscientes. Siempre es cariñoso, pero da besos en la frente y mejilla, no picos en los labios. Deja la lechuga a escurrir y se queda mirando, fijamente, el contraste de los azulejos blancos y las puertas rojas de los armarios como si tuvieran las respuestas a las incógnitas del universo. Le está entrando ansiedad. No sabe cómo se lo va a tomar Álex. Acaba de invocar al muerto que llevan evitando tanto tiempo discutir. A ese gran tema que han evitado con videojuegos y un acuerdo tácito e implícito de posponer una conversación que por lo demás se anticipa incómoda cuanto menos. Le gustaría ser valiente y decir todo lo que lleva callando tanto tiempo, pero es que no se atreve. Álex le importa demasiado.

- Eres guapo. – La voz de Álex, por detrás suyo, le sorprende y pega un salto. Se gira, y ahí está Álex, sentado en la mesa del comedor con las piernas colgando, mirándole fijamente y rascando detrás de las orejas a Johnny (quien desde luego está ronroneando como una locomotora). Está despeinado (Mangel lo ha despeinado antes, con sus manos inquietas mientras se devoraban a besos – y ese es un pensamiento que debería evitar, porque le distrae mucho de la conversación que está teniendo). – Te lo he dicho otras veces, pero de verdad, eres guapo.

- Sí, mucho. Muchísimo. – Se recompone y se gira de nuevo, secándose las manos con el paño y fingiendo estar ocupado. Pone en esas tres palabras tanto sarcasmo como puede, dejando claro lo mal de la cabeza que está Álex. No es feo, eso lo sabe. Pero nadie se puede fiar de niñas adolescentes y de su abuela para construir su ego. No, él no es feo, es pasable, normalillo, pero ahí se queda. Guapo es Rubius, es Álex, es Vegetta, es Willy, es Staxx, es Luzu, es ByViruzz.

- Pues sí. – Álex continúa, en un tono de voz calmado y suave. - Me gusta la línea de tu mandíbula y tu perfil y que eres la única persona que se ve bien en un selfie de frente. Y me gusta tu cuello. Me gustan los lunares que tienes y la forma de tus labios. Me gusta tu sonrisa, aunque tú digas que es fea y rara. Me gusta cómo te ríes y lo subnormal que puedes llegar a ser. Me gusta cómo me ríes las gracias aunque no la tengan, y que me regales los caprichos que ni siquiera te he pedido. Me gusta que te cabrees cuando quiero cabrearte, y estés dispuesto a aguantar mis arranques de mal genio sin inmutarte cuando no van contigo.

Mangel se gira, lentamente. Los ojos de Álex están brillantes y, aunque aparente tranquilo, no lo está. En absoluto. Mangel lo conoce bien. A decir verdad, Mangel tampoco lo está: el corazón se le está acelerando, y es más miedo y terror que anticipación. La voz le tiembla, y tartamudea y trastabilla, pero tiene que responder. Tiene náuseas. El suelo no está seguro bajo sus pies. Todo parece muy irreal.

- Yo creo que eres muy guapo. Me gusta que seas delgado, y me gusta tu pelo, y me gusta el color de tu piel. Me gustan tus manos. Me gusta que te cabrees fácilmente y se te pase la ira igual de fácilmente. Me gusta que te preocupes por mí. Me gusta cuando te ríes como una ardilla epiléptica y me gusta cuando llegamos tarde a los sitios porque has tenido que pararte a acariciar a cincuenta mil perros por el camino. Y me gusta que digas que no te gustan los gatos pero luego no hay quien te separe de Johnny cuando vienes. Me gusta que aguantes pacientemente mis ralladuras de cabeza. Me gustan tus abrazos.

Y Álex sonrió, aunque estaba completamente rojo, un poco avergonzado, y su corazón latía desbocado, como si no se acabara de creer todo lo que acababan de decirse. A buen entendedor, pocas palabras bastan, decía su madre, y nunca había sido más aplicable que en esta ocasión. Mangel le sonríe tentativamente, y aunque no le calman las náuseas, algo se relaja en su interior, la soga al cuello que no había notado deja de ahogarle. Se lo agradece tanto a Álex, el sser tan lanzado - Mangel nunca lo hubiera hecho por sí mismo, dudándose y poniendo en tela de discusión interna todas y cada una de las memorias que compartía con Álex y autconvenciéndose de que el peor esccenario se correpondía con la realidad.

- Perfecto. Ahora que los dos tenemos claras las cosas, aliméntame, esclavo. - El chiste es viejo y manido, y las manos de Álex están inquietas, así que Mangel se calla la última frase que quiere escapársele: estaba medio enamoriscado de ti, pero ahora lo estoy del todo.

Álex se calla la suya propia: podría llegar a amarte como algo más que un amigo. Sería tan fácil.

Cenan, juegan a la Play, ignoran el tema en cuestión de nuevo, tratándose uno al otro como siempre, y acogen a Rubius tres horas después, ya de madrugada, cuando aparece por su casa, hypeado por cualquier plan de los suyos. Ninguno de los dos puede recordar de qué les habló Rubius, pero recuerdan que, cuando Rubius se fue, Álex se arrastró, cansado, hasta la cama, sin pedirle permiso a Mangel.

En calzoncillos y una de sus camisetas favoritas de Mangel, le espera en la cama, medio hecho un ovillo. Mangel siente latir a su corazón pesadamente, y es consciente de su respiración (tiene esa sensación, que no sabe respirar bien y no entiende cómo lo hace inconscientemente y por Dios, va a morir ahogado por inútil).

- Mangel, estoy muy cansado, tengo sueño y tengo frío. Ven y deja de dudar como un puto virgen.

- Joder, enano, qué mala leche. 

Y hay un par de besos, pero nada más, solamente un descanso reparador acurrucados juntos bajo el nórdico,  si bien separados por Johnny, empeñado en ser el centro de atención y acurrucarse contra el pecho de Mangel, como si quisiera protegerle de Álex un poco. Puede que no haya sexo esa noche, no al final, pero sí hay cercanía, intimidad creada por el conocimimento profundo por la otra persona y el afecto sincero.

Mangel recuerda hundir su cara en el cuello de Álex y sentir a Johnny en su pecho y notar unos pies fríos como cubitos de hielo prácticamente atacando sus pobres piernas en busca de calor. Mangel recuerda compañía, y recuerda que, por primera vez en mucho tiempo, no sintió soledad.

Nada cambia, y todo lo hace.

Eres la excepción (Mangexby - 18+)Where stories live. Discover now