Parte 1

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Ignacio Bernardi creó una empresa de la nada, a fuerza de esmero y trabajo duro, de sacrificio propio; ahora que ya es un hombre con edad para retirarse, enfrenta la duda sobre a cuál de sus dos hijos legar su puesto como director general. Lo normal habría sido dejar a cargo al hijo mayor, a quien siempre llamaron Nacho para diferenciarlo del padre, un joven más aficionado a la vida liviana que a las obligaciones, que se ha pasado la mitad de sus casi treinta años de fiesta en fiesta, de mujer en mujer, y de gira por el mundo con su par de amigos; el menor de los hijos, Martín, siempre fue el opuesto perfecto de su hermano, un muchacho responsable con sus estudios y con la vida de familia, más dado a los libros y al trabajo que a las locas aventuras. 

Marisa Ascheri es solo una muchacha con grandes sueños, como el de independizarse de su familia, tener un buen empleo, un departamento propio y, algún día, cuando ya se sintiera realizada, tal vez crear una familia parecida a la que sus padres le dieron; apenas acabada de obtener su título en relaciones públicas, a poco de cumplir sus veintitrés años, comienza la ardua lucha por encontrar su espacio en el mercado laboral. Alentada por su hermana Daniela, seis años mayor que ella, decide pedir ayuda a su hermano, con quien nunca ha llevado muy buena relación; Mateo, tres años y medio mayor que Marisa, siempre la ha visto como a la niñita consentida de sus padres y pocas veces le puso las cosas fáciles. 

Los primeros días de enero estaban siendo muy calurosos, mientras sus amigas se iban a la playa con sus familias, Marisa se pasaba los días recorriendo empresas y entregando copias de su currículum, con la esperanza de encontrar empleo en poco tiempo; tras mucha insistencia por parte de sus dos mejores amigas, Vanesa y Bianca, la joven aprovechó que su cumpleaños caía en fin de semana para ir a pasarlo con ellas. 

Cuando Mateo se ofreció a llevarla, Marisa lo miró con extrañeza; aquella conducta era rara en él, más aún teniendo en cuenta que habían tenido una seria discusión pocos días antes, cuando le había pedido que la ayudara a entrar en la empresa en la que él trabajaba, propiedad de la familia de uno de sus mejores amigo, Martín Bernardi. El hermano se había excusado con que ella siempre había dicho que quería ser independiente, y que ya era hora de que comenzara a arreglárselas por sí misma, mientras que Lucía, madre de ambos, había acabado la discusión con un "tu hermano tiene razón"; Marisa se había levantado furiosa de la mesa, sin acabar de almorzar, recriminándole al hermano la poca consideración que tenía para con su propia familia. Al final, decidió aceptar la oferta para ahorrarse el trastorno del viaje en bus; a primera hora del sábado, los hermanos salieron juntos con destino a la playa donde las amigas esperaban a Marisa, y donde también esperaban a Mateo un grupo de amigos. 

- Si necesitas algo, me llamas al móvil - le dijo Mateo cuando la dejó en la puerta de la casa de los padres de Bianca - El domingo te paso a buscar sobre las siete de la tarde.

- No te preocupes, seguro regreso con Bianca y su familia - le respondió Marisa, bajando su maleta del portaequipaje.

- Me avisas con tiempo si no vas con ellos, o te quedas aquí varada - Mateo puso en marcha el coche y la dejó allí parada; la hermana subió los escalones del chalet para llamar a la puerta.

- ¡Llegaste! - exclamó la amiga cuando abrió la puerta y se encontró con ella - Pasa... anoche llegó Vanesa, y más tarde viene mi prima Carla.

Marisa saludó a los dueños de casa a la pasada, porque su amiga la llevó a rastras hacia las habitaciones para que se acomodara; le tocaba compartir cuarto con Vanesa, que se despertó en cuanto las otras dos entraron parloteando. Bianca estaba sobreexcitada, entusiasmada con una fiesta a la que estaban invitadas esa noche, en casa de unos conocidos de su prima, y a la que concurrirían algunos muchachos un poco mayores que ellas; lo tenía todo planeado, y no podía parar de hablar, contándole a la recién llegada de qué iba la fiesta.

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