Capítulo 1

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*Esta historia fue terminada el 14 de febrero de 2019, pero si estás leyendo esto en el tiempo actual te agradeceré que dejes tu voto y comentario* 

Medio Oriente. Turquía.

Arriesgando su vida...

Eso era lo que hacía Damien Keegan. Día tras día, noche tras noche. Llevaba haciéndolo cinco años, y seguiría haciéndolo hasta que sus fuerzas no se lo permitieran más. O hasta que lo mataran.

No le tenía miedo a la muerte, y jamás lo haría. Además... para él no existía motivo alguno que lo hiciera apreciar la vida, sino todo lo contrario. Suficiente había vivido ya a su muy joven edad.

Sin embargo había algo para lo que era más que bueno, algo que lo hacía ser consciente de que estaba vivo.

Se trataba de aquello precisamente, eso que tenía a su alrededor...

Ahí en medio de aquel caos, camuflado por el tejado, con su uniforme de combate, y la metralleta en los brazos.

Ser un soldado.

En el desierto, en la jungla o en el ártico

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En el desierto, en la jungla o en el ártico. Siempre sin temor a caer víctima.

Eran ya altas horas de la noche, pero así lo habían premeditado. La Fuerza Armada trabajaba mejor protegidos por la oscuridad.

Habían llegado al país esa misma tarde. Después de una extenuante misión en la Selva Negra en Alemania, su Comandante los había mandado de inmediato hacia aquel lugar. Un salto en paracaídas desde gran altura, encima del desierto, a las afueras de la ciudad. La habían atravesado, moviéndose en silencio, casi invisibles hasta llegar sigilosamente al edificio que buscaban.

Un montón de terroristas de Oriente Medio habían invadido las oficinas de la Embajada Americana, y los tenían secuestrados. No querían recompensa, ni tampoco ningún tipo de acuerdo. Los terroristas no negociaban con Estados Unidos, pero Estados Unidos tampoco negociaba con ellos. Lo único que querían era matar, ver correr la sangre de inocentes, y así lo harían.

Se trataban de un montón de fanáticos religiosos con un loco e intenso odio por todo lo americano, y un historial de tortura y abusos muy extenso, que planeaban llevar a cabo una especie de ritual al punto de la medianoche.

Y eso sería pronto. Se había llegado la hora de actuar.

Damien activó los infrarrojos de sus prismáticos, y volvió a echar un rápido vistazo al edificio. Eran demasiados esos malditos hijos de puta. Setenta aproximadamente contra ocho.

Podían salir victoriosos, confiaba en ello, pero también era extremadamente probable que fallaran y murieran. Aquello no lo inmutó aún así. Continuó observándolo todo con detenimiento, con sus ojos negros demasiado penetrantes y ágiles, esos ojos que hechizaban a cualquier mujer que tuviera la mala fortuna de mirarlos, y que intimidaban a cualquier sujeto que se le pusiera enfrente.

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