Capítulo 16

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Aquel día, Ariana estaba ctumpliendo cuatro meses de gestación, y le parecía increíble que todavía no hubiese engordado gran cosa como Dove le había asegurado que ocurriría.

El embarazo le había redondeado las caderas femeninamente, y también los senos haciendo que ahora llenara sus sostenes hasta el punto en que comenzaban a ajustarle demasiado.

Esas nuevas curvas la divertían, pero empezaba a preguntarse cuándo comenzaría a notársele que llevaba a un pequeño bebé en su interior.

Se encontraba de pie frente al espejo de su habitación, mientras intentaba captar algún indicio de su embarazo. Sorprendentemente lo encontró. Era realmente pequeño, pero ahí estaba.

Con delicadeza captó con el tacto una leve hinchazón que sobresalía de la parte baja de su vientre.

Era un milagro, y ella se maravillaba de ese hecho.

¿Cómo era posible que su hijo se encontrara ahí? ¿Que se hubiese formado de la simiente de Damien dentro de su cuerpo?

Ariana exhaló al momento en que su mente evocó a aquel soldado.

Ese pequeñito que nacería en unos cuantos meses más, era el producto de lo que hubo entre ellos, su unión, la unión de sus cuerpos, y a ella se le cortaba la respiración cada vez que lo pensaba.

Se preguntó entonces a quién de los dos iba a parecerse. ¿Tendría sus ojos o los de Damien? ¿Sería niño o sería niña? ¿Damien tendría alguna preferencia por alguno de los dos?

Ariana pasó toda aquella mañana haciéndose esos cuestionamientos, hasta que decidió salir un rato de casa, y disfrutar del campo.

La Hacienda Keegan era preciosa, y ella simplemente no podía negar lo mucho que estaba disfrutando vivir ahí.

Acababa de sentarse en una de las jardineras cuando Tim se acercó y la saludó cortésmente.

–Buenos días, señora–

–Buenos días, Tim– le sonrió.

–Tiene visita– informó.

Ariana mostró una abierta sonrisa cuando vio que se trataba de la pequeña Mía.

–¡Hola, Mía!– le dijo contenta.

–Hola–

Desde días atrás la adorable niña había ido adoptando la costumbre de visitarla. Se encontraba de vacaciones, pero lo hacía principalmente porque le agradaba mucho.

–Las dejo, permiso– enseguida Tim se retiró.

–¿Cómo amaneciste, Mía? ¿Ya has almorzado algo?–

–Bien, y sí. Mamá no me deja salir de casa sin antes haber almorzado. ¿Tú ya almorzaste?–

Ariana realizó una mueca.

–La verdad no–

–¿A tu bebé no le gustó lo que prepararon para el almuerzo?–

–Creo que no, porque apenas respiré el olor, y tuve que alejarme del plato–

–Tal vez debas darle chocolate, a todos los niños nos gusta el chocolate–

Ariana soltó una carcajada ante las palabras de Mía. Era una niña muy tierna.

–Lo haré, pero no le daré demasiado. Los dulces en exceso son malos–

–Hablas igual que mamá– murmuró la pequeña. –Tal vez sea porque pronto serás una–

Eso bien podía ser cierto, pero Ariana no podía negar que el instinto maternal siempre había estado ahí. Lo había descubierto cuando se había convertido en instructora de un montón de niñitas en la academia.

Mitades Perfectas® (AG 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora