071 | Leyes aeroportuarias

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KANSAS

Cuando desperté por la mañana sentí varias cosas, pero lo que predominaba en mis adentros era esa mezcla agridulce de alegría y tristeza. La primera debido a que sabía que él se marchaba para perseguir un sueño de toda la vida, la segunda porque nos dejaba para hacerlo.

Con un nudo en la garganta me senté en el sofá que ya se sentía solitario sin el peso de Malcom hundiéndolo. Miré a mi alrededor con la esperanza de que no se hubiese marchado aún, de que hubiera cambiado de opinión y quisiera despedirse.

Sin embargo, fiel a su palabra, él se fue antes de que despertara.

No pasó demasiado tiempo hasta que Zoe se percató de que no estaba dormida y llegó corriendo desde la cocina con una bandeja entre sus pequeñas manos. Ella, orgullosa de sí misma, dijo que me había preparado el desayuno. Una taza de Minnie Mouse con jugo de naranja, un cuenco con cereales perdidos en leche y tres galletas Oreo de las cuales una estaba a medio comer. Depositó la bandeja en mis piernas y, como era de esperarse, se subió al sofá y comenzó a comer conmigo. Me sorprendió el hecho de que estuviera tan callada, casi como si supiera que yo no quería hablar en absoluto.

Ella solamente robó algo de mi comida y me miró por un largo rato.

—Cuando mi mamá me dijo que Malcom era mi hermano no le creí —dijo rompiendo el mutismo mientras separaba una de las galletas por la mitad—. Después me explicó que a veces las personas tienen bebés y se los dan a otros porque ellos no pueden cuidarlos, como con los cachorros; sus mamás los tienen y luego los dueños los regalan para que una familia les dé mucho amor y mucha comida —apuntó haciendo un ademán a la galleta antes de lamer la crema de una de las tapas—. Malcom y yo somos cachorritos de la misma mamá que terminaron en diferentes familias. —Sus redondos y brillantes ojos azules me miraron con lo que, sorprendentemente, noté como empatía—. Mi mamá me dijo que es muy extraño que los cachorros se reencuentren con sus hermanos, pero Malcom y yo lo hicimos. —Sonreí ante lo último—. Yo también estoy triste de que se haya ido, pero si nos encontramos una vez... ¿por qué no dos? —inquirió antes de engullir las tapas de chocolate—. Lo volveremos a ver y seremos otra vez una manada: tú, él y yo. ¡Seremos como los Aristogatos! —dijo con la boca llena.

—Pero no somos gatos, y si hablas de perros somos una jauría —señalé—. Bueno, en realidad somos seres humanos, pero...

Me interrumpió.

—Deja de preocuparte, Kansas —dijo arrebatándome la taza de jugo de la mano—. Volveremos a ver a Malcom, y mientras tanto tenemos que entretenernos —señaló antes de tomar un gran sorbo y derramar algo de exprimido en su camiseta—. ¡Juguemos al Monopoly!

Y así pasó la mayor parte de mi mañana, o por lo menos hasta que, ya cansada de jugar, la niña me abandonó por no sé qué película de Disney y tuve que guardar las piezas del juego y dirigirme escaleras arriba para dejarlo en la habitación de Zoe. Lo deposité en uno de los estantes y, antes de salir por la puerta, algo me llamó la atención.

Aquello me dejó estática, confundida y sorprendida.

Sobre la cama había un caos de lápices de colores, cinta adhesiva y brillantina. Entre decenas de hojas de colores había una que captó mi atención, específicamente porque había una pequeña fotografía de Malcom allí.

—Diablos —susurré antes de tantear en mis jeans por mi teléfono. Marqué el número de Harriet y ella contestó al segundo timbre—. Tengo una duda que podría ser un potencial problema.

—Ampliación de información —pidió. Le describí la fotografía y su tamaño, también el color y grosor aproximado del papel y el sello. En el fondo sabía de qué se trataba. Sabía leer entre líneas, pero en verdad esperaba que fuese alguna extraña coincidencia cósmica y no lo que yo creía que era. Ella se quedó muda a través de la línea telefónica por unos instantes—. Zoe arrancó la foto del pasaporte de Malcom, Kansas. Dudo que pueda subirse a ese avión.

TouchdownDonde viven las historias. Descúbrelo ahora