MAGICA

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Ella era una mujer mágica;
y yo a cada rato se lo recordaba porque
las personas que están llenas de magia
lo olvidan con facilidad;
o tal vez no lo saben,
o tal vez no lo creen,
no sé,
y yo por eso se lo repetía una y otra vez;
una... y otra... y otra vez.

Saltaba del sofá y se agarraba brinconteando,
daba vueltas y me salpicaba con sus dedos:

—¡Ten!, magia, magia, magia —decía riendo.

Y se echaba sobre mí y con sus
labios mágicos me besaba.
Tenía razón Pablo Neruda,
al decir que bajo la piel de
la mujer yace la luna;
tenía luz propia.

Ella era una mujer mágica;
siempre se lo recordaba.
Su fuerza se olía.
Se sentía su presencia en cualquier
lugar en donde estuviera,
o en donde no estuviera.
Su manera de amarme era tan simple,
y esa era la clave.

Me preguntaba que por qué la miraba tanto,
y yo no sabía qué responder,
y en verdad no sabía por qué lo hacía,
pero sin saberlo,
así es como conté sus pecas,
nombré a cada uno de sus lunares
y supe cada cuando ponía los
ojos en blanco de disgusto.

Ella era una mujer mágica.
Tiene una lámpara maravillosa
entre las piernas;
yo siempre la froto esperando
a que algo mágico suceda,
y sucede...
siempre sucede.

-Gustavo Hernandez

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