Espada.

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Alzó el filo resplandeciente del arma por encima de su cabeza. Parecía partir los rayos de sol que impactaban contra ella. El portador se alzaba altivo del resto de la muchedumbre, con una sonrisa tan puntiaguda que cualquiera diría que un sádico diablo se había apoderado de aquel pobre hombre. El armado chico fijó los ojos en su presa. Un nuevo brillo, un nuevo resplandor, surtió del fulgor y del ímpetu de aquella mirada, tan afilada con la propia espada. No había espacio para la duda ni la cavilación: éste era su momento, su hora. Con un suave y feroz movimiento, el resplandeciente caballero bajó sus endurecidos brazos y atravesó su objetivo con un tajo limpio y sagaz. Un rojizo fluido comenzó a brotar, de manera muy espesa, del inmenso tajo. La espada, aún manchada, fue retirada de aquel cuerpo. A pesar de la suculenta victoria, el muchacho no se contentó con eso y arremetió, una segunda vez, contra el inerte objetivo. Con una risa rehogada, cortó un trozo, lo puso en un plato y lo sirvió. "Para ti, cielo. Eres un campeón. Felicidades."

Inktober 2017, de La Maldición del Escritor.Where stories live. Discover now