6

12.4K 908 29
                                    

No volví a la casa como debía hacer, no pensaba hacerlo. Al menos, no hasta mañana. Allí no pintaba nada aquella noche y aunque no lo había dicho la rubia, lo había dejado claro.

No tenía lugar al que ir así que me senté en la acera sin importar el frío ni que hiciera tiempo que había dejado de sentir el noventa y cinco coma seis por ciento de mi cuerpo. O algún porcentaje símil.

Quería volver a casa. Pero, con aquella palabra no me refería a el mini-paraíso verde menta, y mucho menos a la casa de mis tíos. Ansiaba volver a casa con mis padres y Tommy.

Pero aquel lugar ya no existía. Y por tanto, tampoco tenía una razón lógica para que la parte de mí que lo añoraba siguiera con vida.

Debía olvidar.

(...)

Desperté. No recordaba haberme quedado dormida, solo haber pestañeado con lentitud. Y después, todo era confuso.

Sentía calor, había olvidado por completo el frío que había sentido antes de dormirme. Pero el calor venía de una zona cercana, la fuente no era una estufa, o una chimenea.

Era un cuerpo humano. Abrí los ojos y me incorporé rápidamente. Tardé pocos segundos en reconocer los brazos que hacían de cinturón.

- ¡Kaleb! -Grité desesperada y tratando de librarme de su agarre.

- Buenos días.-Ronroneó. No podía comprender su tranquilidad.

Así que decidí que si yo estaba nerviosa, él también lo estaría. Golpee con fuerza sus brazos hasta que me soltó. Cabe mencionar que el daño que le hice no fue proporcional con el que me hice yo.

- Qué salvaje.-Murmuró somnoliento.

- ¡¿Qué coño hago en tu cama, gilipollas?!

No me reconocí ni yo con aquella agresividad. Ni con aquel vocabulario soez. Pero no podía controlarme, no sabía si era la situación, o es que Kaleb en concreto conseguía hacerme perder la cabeza. O sea, los nervios. O cómo sea.

Me levanté tan rápido como pude. Sentí un leve frescor en mis piernas, cómo si estuvieran al aire libre. Miré y si, estaban al aire libre. Miré a Kaleb, y miré nuevamente mis piernas.

- Qué... Coño... Has... Hecho.

No, no me preocupaba que me hubiera cambiado él de ropa. Sino lo que habría ocurrido mientras él me desnudaba, o tal vez lo hubiese hecho yo por mi cuenta.

- Tranquilízate, Ky.-Dijo, con total tranquilidad. Le miré fijamente.
- ¿Qué me tranquilice? ¿Cómo he podido cagarla tanto, joder?

Estaba flipando. Dieciocho años de virginidad tirados por la borda solo por unas cuantas cervezas y Kaleb.

- No nos acostamos.

Le miré, y no supe si decía la verdad o no. Pero decidí creerle porque, cuando descubrí que él no llevaba camiseta, dejé de pensar con lógica, y aún menos cuando el miré mi torso y vi que su camiseta la llevaba yo.

- Ky, ven, siéntate.-Palmeó la cama. Asentí y me senté, cruzándome de piernas. Él recorrió durante unos segundos mis piernas. Tosí y volvió a mirarme a los ojos.

- ¿Dónde estamos?

- En mi casa.-Se rascó la nuca.

- Vale, Kaleb. Y, ¿por qué diablos estoy yo aquí, semidesnuda, contigo semidesnudo, en la misma cama, y sin recordar nada de anoche?

- Estabas tirada en la calle cuando te encontré, completamente borracha y había un grupo de gilipollas cerca, te cogí y te traje a mi casa, te cambié de ropa, y si, miré. Porque no soy ni ciego, ni gay. Por cierto, me gustó lo que vio, no sé si será un halago o no para ti, porque vaya carácter. Te metí en mi cama y temblabas, así que me tumbe a tu lado y me suplicaste que te abrazara.

Tras varios minutos, me atreví a contestar. Porque, con los colores subidos en mis mejillas, y completamente avergonzada, no era capaz de pensar con lógica.

- Gracias, supongo.

La leyenda del Alpha. | A. PonceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora