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Narra Kaleb.

Cualquier Alpha debería ser capaz de sentarse en su trono y tomar una decisión. Pero, no era cualquier decisión. Una fila de cinco mujeres se encontraban allí, con sus mejores galas y amplias sonrisas. Eran deslumbrantes, su belleza era insuperable. Eran muy diferentes entre sí, desde rubias de ojos azules, a pelirrojas de ojos verdes.
Pero, un físico no me ayudaría a dirigir la manada.

— Dafne, quedate, el resto esperar fuera.

Todas, menos la rubia, abandonaron la sala. No dejaba de sonreír, comenzaba a ponerme de los nervios.
— Y bueno, Dafne. ¿Qué te gusta del Alpha Kaleb?—le preguntó mi prima.
— Es muy guapo —admitió mientras se enrollaba en su dedo índice un mechón de pelo.

Señalé a la puerta inmediatamente y Laia se encargó de abrirla. La chica bufó y salió dando grandes zancadas. Mi prima asintió con la cabeza, aprobando mi acción.

Entró la pelirroja. No quise ni oírla hablar, inmediatamente señalé la puerta y Laia la echó.
— ¿Qué tenía de malo? —preguntó.
— No me daba buena espina.—mentí. Llevaba un pintalabios rojo, igual que cuándo conocí a Ky.

La noche anterior ella había llegado sin pintalabios al castillo. Siempre solía usarlos en cualquier ocasión.
— Laia —llamé su atención— ¿Ky llevaba pintalabios anoche?
— Uno granate quiero recordar.

No quise darle importancia. Podía habérsele ido bebiendo una cerveza, o se lo podía haber quitado en cualquier momento porque no le gustaba.

Pasaron otras dos chicas, no les di ni la más mínima importancia. No parecían valer la pena. Entonces, entró aquella pelinegra de ojos azules. Tuve que pestañear dos veces, era casi idéntica que Ky.

— Ky.—murmuré. Se me aguaron los ojos.
— Se llama Sandy, y es preciosa, ¿no crees, Kaleb?
— La mujer más guapa que he visto en mi vida.
— Muchas gracias.—murmuró Sandy.

«Hablaba de Ky» pensé. Sino podía tener a mi mate, al menos me conformaría con una versión similar de ella.

Me alejé del trono y olvidé quién era Sandy, y el por qué estábamos en la sala del trono, y por qué mi prima analizaba cada uno de mis movimientos. Miré aquellos ojos azules, y aquel cabello negro. Casi corrí hasta alcanzarla.

«Ky, ¡Ky!» gritaba en mi mente. Abracé su cintura en cuánto estuvo cerca de mí y no esperé ni un solo segundo más; probé sus labios. Había esperado tanto tiempo para besar a Ky, que besar a su versión pobre no me era nada satisfactorio.
Pero aún así, al ver que ella prolongaba el beso, no lo terminé.

Ella era la indicada. No sabía nada sobre ella, apenas y me había aprendido su nombre. Pero si sabía una cosa; ninguna lograría igualar a Ky. Me daba igual ella o cualquier otra. El amor de mi vida se había esfumado entre mis manos y ahora debía encontrar un pasa tiempo para el resto de mis tiempos.

Nos separamos y me sonrió. Esa sonrisa selló un pacto no hablado, tampoco escrito. Pero que quedo grabado en mi mente con su correspondiente remordimiento.

La leyenda del Alpha. | A. PonceWhere stories live. Discover now