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En el siglo XVIII las mujeres eran educadas únicamente con un propósito, para que fueran buenas esposas, madres y se ocuparan de su hogar.

Con el tiempo, se comenzó a incrementar el valor de la mujer, dando por hecho que ese fue el comienzo de la supuesta igualdad que tenemos actualmente.

Creemos que tenemos igualdad entre géneros, me parecía un gran engaño. Las mujeres tenemos comportamientos aprendidos que nos inculcan inconscientemente; debemos ser recatadas, tímidas, dulces, inteligentes, y temer a cualquier bicho, debemos, también, rezar por encontrar un héroe que nos proteja.

Pensaba en ello desde que me había despertado, después de cenar tanto Kaleb cómo yo nos habíamos quedado dormidos. Su brazo enrollando mi cintura me hacía sentir segura, pero me seguía pareciendo algo absurdo. Con su mera presencia en la cama tenía el suficiente calor como para no necesitar de su cercanía. Pero aún así, me gustaba.

Quería encontrar un motivo lo suficientemente bueno como para asumir que me gustaba dormir con él pero él no me gustaba.

Pocos minutos despertó y consideré que era el momento oportuno para hablar con él.

— Kaleb, idiota, espabila.—Le sacudí y este se incorporó, para sentarse en la cama.

— ¿Qué hora es?

— Las cinco de la mañana, demasiado tarde. Tenemos que hablar.

Se frotó los ojos y bostezo.

— No podemos dormir juntos otra vez.—Aclaré. Él me miró y frunció el ceño.

— ¿He hecho algo indebido?—cuestionó y elevó una ceja.

«Ojalá» Pensé.

— Es incómodo, simplemente eso. Apenas te conozco, desde luego no me gustas y es como dormir con una chimenea. Sudo más durmiendo contigo que en un día de playa.

— Podríamos sudar haciendo otras cosas.

— ¡Kaleb!—Grité avergonzada.

— Como bajando al comedor a desayunar, ya sabes, hay una inmensa escalera.

Sí, ya. Sonrió y rodé los ojos. Me levanté y esperé a que él hiciera lo mismo.

— Ky, sacame una camiseta del armario.

Había dos armarios. Supuse que ambos serían suyos y abrí uno cualquiera. En este había ropa des mujer: pijamas, vestidos, ropa de diario...

— ¡Tenías ropa de chica y me hiciste dormir con ropa tuya!—grité enfadada. Esbozó una sonrisa lobuna, pero eso ya no servía conmigo.

— Así éstas más guapa.

— Muerete.

— Es para ti —aclaró— ponte lo que quieras.

No le contradecí porque estaba enfadada. Pero aún así, pensaba no poder aceptarlo. Aunque cómo básicamente no había ido al mini-paraíso verde menta a por mi ropa, me sentía en el derecho de poder usar ropa limpia.

Cogí lo primero que vi y entré al baño. En el momento que vi la ropa que había seleccionado, me arrepentí. Un sujetador de encaje rojo —de mi talla, lo que fue sospechoso— combinaba con un diminuto tanga de la misma tela y el mismo color.

Desde luego que si Kaleb averiguaba que llevaba esa ropa interior se confundiría. Y no necesitaba que él también lo estuviera.

El resto de la ropa no fue tan tan tan espantosa, aunque desde luego fuera de mi estilo; que se basaba en sudaderas y mayas. Por eso mismo aquel body granate, de manga larga y de hombros descubiertos me parecía precioso, pero demasiado para mí. No sería algo que yo habría elegido en una tienda. Los pantalones no estaban mal; eran negros, de tiro alto, ajustados y con una raja en cada rodilla.

«Mierda» Pensé, al recordar que había perdido los tacones. «¿Con qué coño camino yo ahora» desde luego, que Kaleb no había estado en todo.

Abrí la puerta del baño y faltó poco para chocarme contra Kaleb. Este me miró, sonrió y se arrodilló ante mí.

— ¿Qué se supone que haces?—cuestioné. Estaba mal de la cabeza ese chico.
— Ky, ¿me concedes el honor de ponerte unas zapatillas?—rogó. No pude evitar reírme.

Entonces, mientras él me colocaba las zapatillas, comprendí una cosa. Me estaba riendo, disfrutando, sintiéndome viva. Y sabía que Kaleb era el responsable.

Me gustaba Kaleb, y no sabía como detener aquel profundo y precipitado sentimiento.

La leyenda del Alpha. | A. PonceHikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin