🎻🎻

2.5K 30 1
                                    

Digamos que terminar casi desnucada acostada sobre alfombra del cuarto de Rosario no es lo que imaginaba para ese domingo a la noche. Los domingos son en casa, rutinarios, comer algo con Aitana si está, peli y a la cama para levantarme temprano el lunes. Una y otra vez ,y otra y otra más cada domingo. Pero este no.

En medio de la bronca por lo de la infeliz del club, Rosario me mande un audio para avisarme que sus papás salían a cenar a lo de unos amigos, si quería ir a dormir a su casa y quedarme con ella. No me gusta mucho ir a dormir a otro lado. Me gusta mi casa, mi cama. Pero no me soportaba ni yo. Y a veces tengo la sensación de que si estoy triste, el cuarto se vuelve triste y me comprime, me ahoga, me expulsa. Y me fui. Me di una ducha le avisé mamá, agarré la bici. Esa es la única novedad que tengo del año pasado. Uso la bici. Y pedaleé hasta la casa de Rosario.

En esas cuadras me di cuenta de que había hecho bien.Anochecía. El aire fresco en la cara. Cuando llegué los papás de Rosario estaban por salir. Nos quedamos en la cocina charlando mientras tomabamos mate. Podemos tomar termos enteros pero sin casarnos. Me propuso hacer una pizza. Para mí pizza siempre está bien. Me contó lo de la noche anterior,había salido con Pablo. Siguen de novios. Pablo es lo más. Un montón de salidas voy con ellos, no tienen problema buscarme, buscarme, en compartir, y eso lo valoro muchísimo, perfectamente podría decir: "Bueh todo bien con Rafaela pero que se quede en su casa o que se dé consiga su propio novio". Y no. Vamos al cine,a jugar al bowling, a bailar. Ellos y yo.

Los padres de Rosario finalmente se fueron Y empezamos a preparar la pizza a ver qué le poníamos arriba, bien cargadita, de todo un poco. Y ahí fue que Rosario me preguntó si quería una cerveza. Y no es que no tomemos de vez en cuando. Tomamos. Pero en ese instante se sintió distinto. Le dije que sí. Sacó un par de la heladera, chicas, bien frías. Las abrió y tomamos del pico sentada mientras esperábamos para sacar la pizza del horno.

Se sintió distinto a siempre. Como si fuéramos más grande. Porque lo somos,obvio,pero tampoco es que somos tan grandes. Ahí caminando en ese borde entre el secundario y el salto a la universidad. Todo el año se fue sintiendo de así desde el acto del primer día. Tanto te repiten qué es el último año, que elegir la carrera,que separarte de los compañeros, que estoy segura de que fue eso lo que me hizo salir corriendo mientras hablaba la directora por detrás de todos los cursos y vomitar en la puerta del salón de actos. Divino. Sentí que me hundía hasta el centro de la Tierra. No podía estar pasando eso delante de todo el colegio. Ok,no me habían visto porque mi organismo tuvo la delicadeza de aguantar a que cruzara la puerta pero la mitad de mi cuerpo arqueandose lo habían visto todos. Estoy segura de que fue eso y no todo lo que comí la noche anterior de lo tensa que estaba. No quería empezar quinto, no quería terminar quinto. No quiero.

En este momento Rosario fue la primera que reaccionó y salió corriendo a ayudarme. Me acompaño a casa cuando nos largaron y seguí vomitando cada dos o tres cuadras, en un cantero, en medio de la calle. La vergüenza que tenía, pero cualquier cosa antes de llamar a mamá. Lloraba de la bronca, y vomitando en un cantero le pedí a Rosario que me alcanzará una servilleta, un pañuelito, algo para limpiarme. Ella salió corriendo y la vi volver con un papel de regalo como barrilete en su mano. Se me caían las lágrimas y me empecé a reír. No me podia dar un papel de regalo para limpiarme. No daba pero era lo único que me había conseguido. No podíamos dejar de reírnos. Y reírnos es una de las mejores cosas que nos pasan.

Sentadas hablando del sabado, tomando una cerveza, se sentía bien. Y mientras comíamos Rosario me pregunto si quería una copa de un vino que ya estaba abierto. Y sí. Una copa. No tomamos vino habitualmente y puede que tampoco fuere eso. Nos empezamos a reír. Lavamos los platos y subimos con la botella a su cuarto. Pusimos música fuerte en la compu y bailamos descalzas. Rosario tiene la mejor alfombra del mundo, una con unos pelos largos y suaves. Y puede que fuera eso además del vino y la cerveza, eso y la música. Y sentir que somos grandes y que no somos más que las que éramos en el acto de jardín cuando nos hicimos amigas.

Nos acostamos a la alfombra mirando el techo. Rosario tiene una bola de espejitos, chiquita, en un costado, que hacía luces intermitentes sobre nosotras. Nos quedamos charlando y riéndonos de las cosas más absurdas, le conté lo de la infeliz. Me miró con sus ojos  intensos y me dijo:

-¿Qué vamos a hacer con eso?

Y a mí me dio risa. Como si fuéramos a matarla. Y no podía dejar de reírme de su cara que parecia un Garfield con sueño y de repente abría los ojos sacada y me preguntaba "¿qué vamos a hacer con eso?" . Planeamos un par de venganzas. A mí lo de planear me sale bastante bien. Estaría teniendo un problema de ejecución. Y nos fuimos quedando en silencio y, así, mirando las luces intermitentes del techo y acariciando los pelos de la alfombra, me di cuenta de que estaba un poco alegre. Levemente. Y se sintió bien. Sí. Todo estaba difuso. Todo lo que no existía realmente en mi vida estaba difuso y no importaba. No me preocupaban, ni me dolía. Papá, Simón, mi futuro, los infelices que pensaban que yo no era como debía ser, y lo que debían o no ser, los pensamientos no existían. Solo era eso. Presente. Saber que estamos juntas. Y que estaba la risa. Risa combate domingo.

Intermitente RafaelaWhere stories live. Discover now