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Sigo sin poder dormir. Seis de la mañana. Domingo,amaneciendo y todo es silencio. La ciudad quieta. Solo se mecen los pájaros. Iba a poner “los árboles" pero es evidente que me está afectando la falta de sueño. Hace diez minutos, mensaje de Rosario: El último detalle, el que te parezca insignificante, los quiero todos. Me hizo reír, está loca y amo a mi amiga loca.

Le contesté rápido: No sé si estás preparada para tanto y un emoticón de carita y guiño de ojo y lengua afuera. Probame, me contestó, llevo todo el secundario esperando este momento. Me reí, ¿qué esperaba que hubiera pasado? Mañana te llamo, le contesté.

Y me acordé de que había quedado algo del helado que habíamos comprado. Me odié por hacerlo pero lo hice igual, el odio pasa. Bajé la escalera en puntas de pie, lo que menos quería era que mamá me viera llevándome el helado al cuarto y me hiciera algún comentario sobre mis kilos, el helado o lo que fuera, Fue simple. Freezer. Pote. Una cuchara sopera. Si la hacemos, la hacemos bien. El helado y yo al cuarto. Para eso sí que Rosario no debía estar preparada. Me senté apoyándome contra el respaldo de la cara y comí despacio para que pasara el tiempo. Sentía que no me iba a poder dormir nunca. El instante del pasillo como un eco eterno en mi cabeza.

Y en un momento me acordé de León. En realidad, de algo que me había dicho cuando terminamos de ver la serie. En un rapto de sinceridad, un acto suicida, le pregunté:

-¿Qué hacés aca? Me miró.

- ¿Acá en tu casa o acá con vos?

-Acá conmigo.

-Simple. Estoy conociendo a la chica con más personalidad del colegio.

Mis ojos, desorbitados.

-No-le dije-, te habrás confundido de chica -de colegio-

-No creo-me dijo mientras se acomodaba contra el respaldo del sillón -fijate, cuántas chicas se cortarían el pelo así y cuántas vendrían a hablarme como hiciste vos el primer día.-

Malísimo. Había creado un universo con los dos posibles actos más osados de mi vida.

Me reí.

-Puede que sean las primeras dos cosas de ese tipo que hago en diecisiete años.

-Mejor-me dijo -soy testigo del principio.-

El principio.

Amé que dijera eso.

Amé y sigo amando.

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Me desperté tarde para lo que soy yo. A la una. Pero recién me pude dormir como a las ocho y media. Tampoco es que había dormido tanto. Por un momento pensé si no había tomado un poco de más la noche anterior, me dolía la cabeza y tenía una sensación resacosa. Pero no había tomado casi nada. Me había comido todo. Eso sí. Vi el pote de helado vacío sobre el escritorio. Imposible negarlo. Me sentía como un globo aerostático. Además me estoy por indisponer. Todo junto. Antes de bajar pasé por delante del espejo y me puse de perfil. Saqué un poco de panza, tengo un embarazo de cuatro meses por lo menos. Me prometí mientras bajaba la escalera no comer casi nada en todo el día. Mates y fruta, bueno, alguna tostada a la tarde. A lo mejor a la noche hasta podía cenar liviano. En el último escalón me di cuenta de que no lo iba a poder sostener.
Hasta ahí, la vida misma. Hasta la barra desayunadora

Porque cuando giré para buscar la pava para los mates, lo vi.

Arriba de la barra, un sobre blanco.

Un sobre blanco, con mi nombre escrito en negro,

Unas letras ondulantes que decían Rafaela Rivera.

Intermitente RafaelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora