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Clase de historia. La peor profesora del mundo. Hay compañeros que tiemblan cuando ella entra. No puede volar una mosca, no puede pestañear alguien en la última fila. Es pararse al lado del banco y él "buen día, profesora". Prehistórico. Pero ella lo disfruta. Disfruta haciéndonos sufrir. Y como los visibles la surfean bastante mejor, se las agarra con los invisibles. Léase, yo.

—Rafaela, pasa al frente por favor— llamó de repente.
  Mis ojos al techo. Un segundo.
—¿Y esa mirada?—preguntó con media sonrisa—¿No estudiaste?

Sí, claro que estudie, pero no tengo ni ganas de pasar, agarratela con otro hoy. Pero mi voz sólo dijo:

— Estudié, sí.

Y me paré. Qué odio. Si hay algo que odio es pasar al frente y que todos puedan verme. Sí, ya sé, todo el tiempo pueden verme, pero ahí es inevitable, todos te miran, más en esa clase que no admite distracción porque en cualquier momento el dardo te pega directamente en la frente a vos que suponías, zafabas.
Así.

Me paré y mientras caminaba esos pasó hasta el pizarrón sentí que estaba más gorda que nunca. Suelo tener esos pensamientos. Y que el suéter me marcaba el cuerpo más de lo que me hubiera gustado. O sea, levantar la mirada para buscarla de la profesora para ver que quería preguntarme, me encontró en el momento autoestima bajo cero.

Me pregunto algo de la revolución industrial.  Le contesté. Y de repente Fabián, qué sigue sin poder parar de llamar la atención, levantó la mano. Ella que lo ama, lo dejó acotar. El pibe dijo lo mismo que había dicho yo pero de otra manera, como para lucirse y hundirme.

Si pudiera defenderme, Si tuviera la rapidez, la lucidez, la valentía, ahí tendría que haberle dicho: "Flaco, es lo que estoy diciendo yo", pero me quedé muda. Sentía que no había prendido fuego, de la bronca y la impotencia, pero no podía hablar. Y la profesora, a propósito, hizo un silencio saboreando mi caída. Y ahí, en medio del silencio, fue cuando vi una mano que se levantaba desde el fondo del aula. Desde el exacto lugar donde estaba sentado el León. Mi mirada en esa mano.

— Sí, León— dijo la profesora porque no tuvo otra opción.
— Disculpe, pero Fabián acaba de recitar lo que dijo Rafaela de otra forma, es lo mismo que dijo ella pero con otras palabras, más complicado.

Un murmullo de ola. Vi como todos giraban sus cabezas para mirarlo y eso me permitía verlo. Ahí frente a mí, en medio de todas las cabezas.

—Bueno, sí, aunque no exactamente— dijo la profesora pero no saltó a aniquilarlo. No es tonta. Sabía que él no se iba a callar. Y siguió hablando.

Fue un segundo, ese, en que la profesora volvió a hablar, yo desconecté de ella, me lo quedé mirando a él y escuché, estoy segura que lo escuché murmurar: "Por cualquier cosa que necesites” . ¿ O le leí los labios?
Después le pregunté a Rosario y ella no escucha nada de eso. Tal vez lo imaginé.

Pero León delante de todos había levantado su mano para defenderme. Me quedé parada en el frente y la profesora tuvo que repetir mis dos veces que me sentarse ante la risa de alguna de mis compañeros. Me acomodé en mi banco mientras sentía algo cálido en el centro del cuerpo como si mi corazón fuera líquido. Sonó el timbre. Gritos afuera, murmullo en la clase, la profesora juntando sus cosas, todos parándose, guardando los útiles; y yo en el banco, mirando la hoja en blanco de mi carpeta, yo, estaba sonriendo.

Intermitente RafaelaDär berättelser lever. Upptäck nu