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—León es lo más— me dijo Rosario apenas empezaron a salir nuestros compañeros del aula. Yo me había quedado ahí sentada con una sonrisa en la cara. Por un momento pensé "tengo que decirle algo", pero delante de todos, que seguramente nos iban a estar mirando, me pareció inabordable.

—Ey ¿Me estás escuchando?— me insistió Rosario.

Asentí con la cabeza mientras la miraba de costado sin poder dejar de sonreír, y eso que lo había intentado.

Rosario me juró que no había dicho nada de "por cualquier cosa que necesites", pero no me importaba lo que hubieran escuchado los demás. Yo lo había visto decirlo. Tal vez en mi cabeza.

Cuando por fin me paré, León ya se había ido. Y sí. ¿Qué iba a esperar? Yo tampoco le debía mi vida. Caminé a casa escribiendo mentalmente un mensaje para mandarle. Hice, en esas cuadras, doscientas versiones. Todas distintas.

Y terminé sentándome en la barra desayunadora con el celular en la mano, sin almorzar, sin sacarme el uniforme, mirando el wasap que él me habia mandado, hasta que reescribí el mensaje por última vez y le mande un emoticón de un puño. Pulsé "enviar" y en el momento que vi la primera tilde de que no había vuelta atrás. ¿Un puño? En mis primeras versiones le explicaba por qué no le había contestado antes y le decía lo importante de su gesto en clase, y en el momento de realmente escribirlo todo se había sintetizado en un puño. No se puede contestar mucho a un puño. ¿ Y para que quería que me contestara? el único fin de mi mensaje había sido agradecerle de alguna manera. Y sí, buenísimo, un puño no agradece nada.

Me quedé mirando la conversación más corta del mundo, hasta que aparecieron las dos tildes y en un momento más tarde las tildes se volvieron turquesa y apareció arriba: León -en línea. No lo pensé, fue instintivo, salí del chat y deje el teléfono sobre la barra desayunadora. Subí a mi cuarto, me saqué el uniforme y me puse un jean y una remera de mangas largas celeste lavado, sin dejar de pensar ni por un segundo en el celular abajo. No se podía contestar mucho a un puño. ¿Que me iba a poner, un pulgar para arriba? Busqué las converse rojas y me las puse.

Bajé pensando en que podía comer y al pasar por la barra encendí el celular. En wasap había un mensaje nuevo. Lo abrí. León me había mandado un puño de vuelta. Choque. O algo así. Un puño es cómo poner un punto.

Meneé la cabeza indignada conmigo y caminé hasta la heladera. Habían quedado unas empanadas de la noche anterior. Agarré una fría y la empecé a comer. Y saqué tres para calentar. Las puse en un plató, las metí en el microondas y esperé el minuto y medio, mientras terminaba de comer la fría. Recién ahí miré hacia el patio y vi a Minerva desesperada por entrar. Yo, la peor del mundo. Le abrí la puerta, me saltó torpe, las patas delanteras contra mi pecho. Le hice unos mimos en la cabeza peluda, y cuando escuché los pitidos del microondas, pase de nuevo por la barra desayunadora y miré el teléfono. No esperaba nada en particular, el típico chequear por inercia, ni lo pensás y estás chequeando. Otro mensaje. Pensé que podía ser Rosario o Aitana. Cualquiera. Pero no. Ninguna de las opciones posibles.

    Ahí, esperaba un mensaje de Simón.

Intermitente RafaelaWhere stories live. Discover now