CNCO - Más que un sueño [COMPLETA]

Parte 30 - Volví a nacer

Me quedé contemplando la puerta de madera oscura que tenía frente a mí. Estaba agotada. Había sido un vuelo de veinte horas con dos escalas de por medio que se me habían hecho eternas. Me pasaba por haber comprado un billete de manera tan precipitada. Y tocaba la peor parte. Tendría que abrir la puerta y encajar todas las preguntas que me iban a hacer mis padres, para esas estaba preparada; pero para las de mi hermana no. Ya estaba allí. Tarde o temprano tendría que contestarlas a no ser que Zabdiel se hubiera adelantado y le hubiera contado algo; pero sabía que aun así tendría que responder a todas sus dudas. Cogí aire e introduje la llave en la cerradura. Antes de que abriera del todo la puerta, mi perra ya estaba arañándola y gimoteando, dándole con el hocico al marco. Una sonrisa apareció en mi rostro al verla después de tanto tiempo. Me arrodillé frente a ella y abrí los brazos. Anay se acercó hasta mí lamiéndome toda la cara mientras movía el rabo de un lado a otro. Metí la nariz entre el pelo canela y blanco de su cuello y lo rodeé con mis brazos, pegándomela a mí.

–Cuánto te he echado de menos, mi niña –le llené la cabeza de besos y le retorcí sus largas y puntiagudas orejas con ternura–. Hola –grité a pleno pulmón mientras metía las maletas dentro de la casa y cerraba la puerta.

–¿Iren? –La voz de mi padre sonó al otro lado del pasillo.

Me quedé en la antesala, esperando a que apareciera por la esquina del pasillo. Sonreí ampliamente cuando vi su cabeza de pelo rizado y negro girar hacia mí con sus ojos azules cristalinos abiertos de par en par a través de los cristales de las gafas.

–Pero bueno –fue lo único que dijo mientras se acercaba a mí y me abrazaba.

Me entraron ganas de llorar. Hacía más de un año que no lo veía y después de todo lo que había pasado, un abrazo de él era lo más reconfortante que había. Mi madre apareció detrás con la boca abierta. Cuando mi padre se separó de mí, me envolvió en sus brazos.

–Pero mi niña, ¿qué haces aquí? –Me dijo cogiéndome la cara entre sus manos–. ¿Por qué no nos has dicho nada? –Me llenó la cara de besos sin dejarme hablar.

–Os echaba de menos –dije sin perder la sonrisa, encogiéndome de hombros–. He pedido unas vacaciones después del trabajo que he realizado y me he venido para acá –intenté que el nudo que se había formado en mi garganta no se notara.

–Qué alegría –contestó mi madre con entusiasmo.

–¿Y ya nos puedes hablar de ese proyecto o todavía no? –Preguntó mi padre con las cejas alzadas.

–Aún no –negué con efusividad con la cabeza.

–Vaya por Dios –mi padre frunció los labios, fingiendo estar disgustado–. Cuánta intriga.

Solté una carcajada y los abracé con fuerza.

–Bueno, estarás cansada –mi madre me cogió del antebrazo y me llevó hasta mi cuarto que seguía intacto desde que me había ido–. Déjalo todo ahí y duerme. Después te hago algo de comer y me cuentas cómo te va todo por allí –sin dejarme replicarle nada, me dio un último beso sonoro en la mejilla y salió de mi cuarto, cerrando la puerta detrás de ella.

Me quedé contemplando mi cuarto como si acabara de regresar de una cápsula del tiempo. Todo seguía prácticamente igual. Las cuatro estanterías que cubrían las paredes estaban más vacías de libros que antes ya que me había llevado la mayoría a México, pero allí seguían, de pie, resistiendo el paso del tiempo. Mi cama aún hecha. No la recordaba tan pequeña. Las fotos de cuando jugaba al balonmano cubriendo la pared de mi cabecero. El corcho con los recuerdos de mi juventud deportista. Suspiré. Todo aquello me llenaba de nostalgia. Dejé la mochila en el suelo, cerca de los pies de la cama y me dejé caer bocabajo contra el colchón. Estaba demasiado cansada para seguir pensando. Me quité los zapatos de manera brusca y repté por la cama hasta que mi cabeza tocó la almohada, la cogí y la coloqué debajo. En seguida me quedé dormida.