Capítulo 5: huellas

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Las semanas pasaban y todo seguía igual.

Mi vida seguía igual, mi novio seguía igual, mis estudios seguían igual. Todo era igual, excepto yo.
Podía sentir la diferencia en mí. Inconformismo, eso era lo que me mantenía inquieta. No estaba conforme con mi vida, y al mismo tiempo, me sentía culpable por ellos.

A menudo me decía a mí misma que merecía más, que podía alcanzar más, pero entonces llegaba a casa cansada, de mal humor y todo lo que quería era alguien que me abrace y pregunte cómo estuvo mi día.

¿Era acaso algo tan malo?

¿Tan terrible era querer ser amada?

Muchas preguntas acosaban mi mente, pocas respuestas le daban paz.

Los estudios, al menos,  me mantenían en movimiento. Las clases, sumado a las prácticas, me agotaban, pero ni así disminuía mi amor por mi carrera. Hay un hecho curioso que aprendí ese cuatrimestre.

Resulta que en el año 1914, en Rusia empezaba a surgir un hombre con ideales diferentes. Creía en la igualdad de los hombres, en que cada uno merecía vivir con honor y rectitud. Este hombre se levantó contra el sistema que se había implantado en el mundo y fue el principal dirigente de la Revolución de Octubre de 1917. En 1921, instauró la nueva política económica que combinaba elementos socialistas y capitalistas, un nuevo orden que le devolvería el poder a la clase trabajadora.

Hay dos grandes frentes cuando se trata de él. Aquellos que sostienen que era un hombre con una visión más grande que el resto y que había nacido para la revolución.
Y en el extremo opuesto, están aquellos que argumentan que Vladimir Lenin no era más que un dictador con carisma que aprovechó el tiempo justo para implantar, bajo cualquier costo,  sus ideas socialistas.
Tuvo su apogeo en la Primera Guerra Mundial y fue en ese contexto donde predicó su campaña pre-comunista.

Al pensar en ello, sin embargo, pienso que fue ambas. Fue este gran hombre que le dio a la clase trabajadora más derechos que nadie; como también fue este político que impuso su forma de pensar en otros y aprovechó cada oportunidad para hacer valer sus pensamientos por sobre los del prójimo, sin aceptar límites. .

Lo que más me impactó de él, es que si mirás su infancia, adolescencia o juventud, no hay nada sospechoso o especial que indicara lo que traería para el futuro de su país.
Hijo de padres con un puesto noble dentro de la jerarquía rusa, sus aficiones eran más de la lectura y la paz del campo.
Nada en él parecía interesante más que su ascendencia. Nada en él, en ese entonces, indicaba grandeza. 
Y sin embargo, su apellido, sus acciones y enseñanzas, serán recordadas por siempre, en cada libro de historia. Qué curiosa es la vida.

Es obvio que yo jamás me imaginé como la próxima Lenin de mi país, primero porque el extremismo no es lo mío; segundo, porque en Argentina todos hacen lo que quieren; pero sobre todo, porque jamás me consideré algo más allá de la media.
E incluso así, con nuestros ordinarios destinos y todo, es asombroso que dentro de cada ser humano exista la chispa de la genialidad. Esa semilla de grandeza, que no mira color, etnia o creencia, sino un corazón dispuesto a llegar hasta el final.

Me impresiona la inmensa capacidad humana de crear, de hacer o mucho bien o mucho mal. El equilibrio se perdió hace tanto tiempo, que el recuerdo quedó enterrado en lo más profundo de la consciencia.
Pero lo más curioso de todo, es la forma en la que las personas se alejan tanto de sus ideales iniciales. Es como si la vida los obligara cambiar. Como si fuera una ley universal de la física. O tal vez, es lo que se dicen a sí mismos.

Imagino que cuando Lenin inició la Revolución solo quería cambiar el futuro de la gente, cambiar sus formas de vivir, terminar con la explotación y las inhumanas situaciones de trabajo.
Todas esas eran razones nobles.
¿Cuál es el problema entonces? El poder. El poder enloquece a la gente. No estamos hechos para manejar tanto poder. Si no, ¿cómo es posible que para alcanzar sus ideales haya violado tantos derechos humanos contra sus opositores?

Nuestras acciones, y no la vida, es lo que nos hace quienes somos.
Y es por eso que al ver la vida de este hombre, me pregunto cómo es posible alejarse tanto de lo que uno cree.
La historia está llena de mujeres y hombres que dejaron una marca en el mundo. Lenin no fue más que otro visionario, pero con la diferencia de que dejó una huella eterna en la historia.

Viéndolo ahora, me doy cuenta de que cada ser humano deja una marca en el universo, una huella imborrable que constata su paso por la Tierra.
Tal vez no se cuentan sus hazañas en los libros de historia, o los nombren en las escuelas, pero todos y cada uno de nosotros dejamos detrás un camino puramente nuestro.

Fue en ese tiempo que me pregunté a mí misma qué clase de marca quería dejar. Muchas veces me dije que mi huella sería la educación que dejaría en mis alumnos. La pasión con la que les enseñaría a aprender de los errores de nuestro pasado. Para mí, podía considerarse lo suficientemente heroico. Porque si somos sinceros, la única y más grande diferencia entre los nombres históricos en los libros, es la clase de marca que dejaron en el mundo. Algunos, como Gandhi o Martin Luther King, dejaron compasión y esperanza; y otros, como Pinochet o Videla, devastación y pérdida. Sin lugar a dudas, todos ellos dejaron una huella indeleble en el corazón del planeta y en cada uno de sus habitantes.

Me gustaría poder decir que la vida está llena de héroes y villanos, pero la realidad es más compleja y lo cierto es que todos nosotros tenemos nuestra parte en el curso de la historia. A todos nos llega ese momento, instante u oportunidad para marcar para siempre la inmortalidad de nuestras acciones en el camino.

Entonces, la pregunta es: ¿qué huella estás dejando en el mundo?
Esa, era la duda que se mantenía constante en mi alma. Cuando mi tiempo llegara, ¿qué huella dejaría atrás? ¿Quién viviría para recordar mi nombre? ¿Qué clase de marca dejaría en mi gente, en los que me rodean?

Cuando el momento llegó, la respuesta fue más difícil de lo que pude haber imaginado.

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