Capítulo 5.

577 102 87
                                    

Lo más horrible de ser amigo de Paul era que éste parecía abstenerse de hacer más amigos. Cuando salíamos a jugar al parque, en compañía de sus padres y su hermano, siempre se rehusaba a hablar con alguna otra persona que no fuéramos nosotros cuatro. 

   Eso me traía muchos problemas al momento de querer entablar amistad con alguna otra persona que no fuera Paul. Pero en ese momento no me interesaba mucho, Paul y yo nos habíamos convertido en mejores amigos y por ello pasaba más tiempo en su casa que en la mía. Su familia me trataba como si yo fuera parte de ella, y eso me gustaba mucho más que intentar hacer más amigos que no fueran Paul. 

   Conforme fuimos creciendo, los poderes de Paul eran cada vez más extraños, aunque generalmente podían estar ocultos. Algo que había aprendido era que si yo estaba cerca, Paul podía controlarse mejor y no exponerse, y esa fue la razón que impulsó a sus papás a inscribirlo en la misma escuela que yo. 

   Su mamá me había preguntado si yo estaba de acuerdo con ello, tan dulcemente como cuando me preguntaba si quería un poco más de cena. No pude negarme en lo absoluto, a pesar de que sí estaba en desacuerdo. 

   Paul era mi amigo secreto, nadie en el colegio sabía que de su existencia, y ciertamente las cosas eran mejores así. Podía tener amigos normales por la mañana y pasar las tardes ayudando a Paul a controlar sus poderes. 

   —Creo que le haría bien conocer a más personas —me dijo Mary, sonriendo a mi lado—. Y no tendré que preocuparme por él, haz demostrado saber cuidarlo. 

   —¿Y si sucede algún incidente? —pregunté con un poco de miedo. Las cosas extrañas de Paul eran muy peligrosas cuando se salían de control, y mi mayor miedo era no poder detenerlo si eso ocurría. 

   —Confío en ti, John —me dijo su mamá, colocando su mano en mi mejilla. Su mamá era todo lo que yo quería que hubiera sido la mía, y muy en el fondo de mí sabía que le tenía más cariño a Mary McCartney que a mi propia mamá. Eso le dio un peso más profundo a mi promesa—: Lo voy a cuidar bien. 

   Las semanas antes de ingresar al colegio, Paul parecía verdaderamente aterrorizado por tener que asistir. 

   —¡Todo lo que sé al respecto es que hay muchas personas ahí! ¡¿Y si le hago daño a alguien?! —preguntó paranoico después de que me confesara que se sentía aterrado por ir al colegio, aunque yo sólo había escuchado la mitad de lo que me había dicho. Su voz había comenzado a cambiar un poco, haciéndolo sonar cada vez más mayor, y ese fue el primer momento en el que me di cuenta de que ambos estábamos creciendo. 

   —No le harás daño a nadie, Paul —le dije, después de salir de mi ensimismamiento—. Deja de tratarte como si fueras una bomba. 

     —¡Soy una bomba! 

    —Eres la reina del drama —contesté, rodando los ojos y levantándome de su cama para poder mirarlo. Me hubiera gustado abofetearlo, pero en los cuatro años que llevaba conociendo a Paul nunca nos habíamos tocado. La única vez que colocó sus manos sobre mí fue para intentar curarme mi nariz, pero el dolor en ella había sido tan profundo que todo lo que recuerdo sentir eran sus dedos fríos sobre mi piel. Creo que en el fondo éste temía que si nos tocábamos, me terminaría haciendo daño. 

   Sentí sus ojos colocarse sobre los míos con firmeza, sorprendiéndome un poco porque parecía a punto de llorar. 

   —¿Y si los demás descubren que soy... así? —susurró, juntando sus manos en un tonto intento de que no se notara que estaba temblando. 

   —No te quemarán por brujería, te lo juro —bromeé, pero eso pareció asustar aún más a Paul, por lo que me tuve que poner de pie y acercarme un poco más a él, sin siquiera rozarnos—. Si alguien lo descubre y no te acepta, yo mismo le tiraré los dientes —le dije, esta vez sinceramente. 

   Paul soltó una carcajada, haciéndome sentir mejor. Mi único deseo en la vida era poder conservar la sonrisa de Paul hasta el día de mi muerte. 

   Cuando llegó el primer día de colegio, el autobús iba a pasar por nosotros a nuestras respectivas casas, pero había despertado más temprano para ir a casa de Paul para subir al autobús con él, a pesar de que Mimi se molestó conmigo.

   —¡No creí que vendrías! —me dijo Paul al salir de su casa completamente apresurado y con un par de panes con mermelada en la mano, cortesía de su mamá. 

   —No podía dejarte solo con ese montón de simios —le dije, tomando el pan que me ofreció y mirando como era que el autobús se detenía enfrente de nosotros y abría sus puertas. Ya estaba parcialmente lleno, pero aún quedaban lugares en él, lo cual era una suerte. 

   —Las damas primero —le dije a Paul, estirando mi mano para cederle el paso a las escaleras del autobús—. ¡Muérete! —me dijo, sonriendo y subiendo. Subí tan solo tres segundos después de él, pero supongo que su cara de inocencia gritaba ¡Pateame!, porque casi de inmediato alguien le metió el pie y éste cayó al piso del autobús, que ya había avanzado. 

   —¡Paul! —intenté tomarlo del brazo para levantarlo, pero Paul se arrojó dejos de mí antes de que pudiera acercarme a él. Me miró con los ojos vidriosos y se puso de pie por su cuenta como si nada hubiera pasado. Admiraba que no se hubiera puesto a llorar enfrente de todos los idiotas que se estaban partiendo de risa por su caída. 

    Paul miró con lástima el pan que su madre le había dado y que ahora estaba completamente hecho pedazos en el piso y casi inmediatamente después se sentó en una banca vacía, mirando hacia la ventana con un poco de dramatismo. 

    Intenté decirle algo que lo consolara, pero ni bien pude sentarme a su lado y un chico que estaba en el asiento de enfrente se dio la vuelta para inspeccionarnos. A juzgar por su cara, era unos cuantos grados menor que nosotros. 

   —¿Eres idiota? —le preguntó a Paul. 

   —¡No le digas así! —lo defendí de inmediato. 

   —Es una pregunta enserio —nos dijo el chico, con un acento liverpooleano mucho más marcado que el nuestro—. ¿Tienes alguna clase de retraso o simplemente eres idiota? Vi como te puso el pie dos años antes de que te cayeras, no puedes no haberlo visto. 

    —Si vuelves a decirle idiota a Paul... 

   —Está bien, John. No me importa la caída, pero mi mamá preparó eso para que desayunara y se va a molestar conmigo cuando sepa que no desayuné —susurró éste, haciéndome reír. No podía ser verdad que le molestara más perder su desayuno que las burlas de los otros idiotas. 

   —Si de verdad es eso, puedes quedarte mi desayuno —le dije, colocando el pan que conservaba en la mano justo encima de su mochila—. De cualquier forma, terminaré golpeando al idiota que te puso el pie. 

   Paul me miró como si estuviera loco justo un momento antes de echarse a reír. 

   —Soy George —se presentó el chico de enfrente, dándome la mano y mirando a Paul con una sonrisa que delataba un poco de curiosidad. Eso me molestó ligeramente. 

   —Yo soy John —dije, señalándome—. Y él es mi mejor amigo, Paul. Y no tiene retraso. 

   —Para como actúa, parece que sí —comentó George como si hablara del clima. 

   —Jódete —dijo Paul, casi susurrándolo. Solté una carcajada. Yo le había enseñado esa palabra a Paul después de que me molestara con él por golpearme accidentalmente con su almohada, en un ataque de cosas raras. 

   —Últimamente lo dices mucho ¿No crees? —le pregunté—. No te la enseñé para eso. 

   —Me gustan las cosas que me enseñas, John —contestó Paul. Por alguna razón, eso me hizo ligeramente feliz. 

Sweet Creature. [McLennon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora