Capítulo 3

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— ¿Te llevo o qué? — escuché la voz de mi chofer mientras caminaba hacia la parada del bus que me llevaría al lugar donde entrenaba. — Puedes poner tus mochilas en el asiento de atrás.

— ¿Esa es tu maleta?

— No, es mi baño portátil. — respondió con sarcasmo. — Tú y tus preguntas obvias, claro que es una maleta, ¿no dijiste que haríamos el cambio?

— Es que está grande. — me excusé. La maleta era grande, yo planeaba llevar una mochila a su casa, él tenía una mochila y una maleta, como si se estuviera yendo de viaje por un mes.

— ¿Qué esperabas? ¿Quieres que vaya desnudo a todas partes? ¿Quieres que use la misma ropa interior toda la semana?

 — ¡Por Dios! ¡NO! —exclamé exagerando. Él puso los ojos en blanco y tocó la bocina para que me apresurara.

Condujo hasta el lugar donde entrenábamos JiuJitsu. Nuestro lugar de práctica sobrevivía gracias a las donaciones de la familia Galbraith y a las pocas contribuciones de nuestras cuotas semanales. Allí entrenaban varios grupos, el mío era de jóvenes entre los 15 y los 25 años. Éramos como 15 personas, 12 hombres y 3 mujeres. Sí, no es un deporte muy femenino que digamos y las chicas prefieren hacer otras cosas. No las culpo, incluso a veces me pregunto cómo sería si en vez de esto estuviera bailando, haciendo cabellografías, vistiendo shorts que podrían pasar por boxers femeninos…

Nuestra área de entrenamiento era de 15 m x 12 m, eso significa que era grande.

Una vez que nos terminamos de vestir con el uniforme esperábamos fuera del área de práctica a que llegue nuestro sensei, es decir, el profesor. Nos entrena Danilo Vivalte, nunca nos ha dicho su edad, pero yo le calculo unos 38. Alex y yo hemos sido sus alumnos desde hace 8 años así que prácticamente nos ha visto crecer, pasar de ser unos niños gorditos a unos sexies adolescentes. Al menos uno de nosotros.

Los dos empezamos practicando Judo, unos años después llegó un profesor extranjero a enseñar JiuJitsu y desde entonces nos apasionamos por los dos artes marciales.

— Chicos, formen, vamos a saludar. —dijo el sensei, entrando y poniéndose frente a nosotros.

Formamos por orden de grado. En el caso de Alex y mío yo voy adelante porque soy mayor que él por unas cuantas semanas. Nos situamos frente al lugar de honor el cual tiene la foto del fundador del Judo y una planta sobre una piedra, que representa la fuerza y la naturaleza. Lo que nos gustaba de entrenar aquí es que no era del todo serio, nos la pasábamos riendo de otros y de nosotros mismos. Incluso solíamos llamar al sensei por su nombre en vez de por el “título” y a él no le molestaba. Era un ambiente bueno para relajarse.

Nos tocaba trabajar en parejas, Alex y yo siempre hacíamos juntos porque las otras dos chicas se juntaban. Se suponía que esa clase íbamos a hacer un poco de físico, cabe mencionar que yo ODIO hacer físico, prefiero hacer técnica.

Íbamos a hacer abdominales mientras colgábamos del otro. Se suponía que uno debía colgarse y sujetarse con sus propias piernas alrededor de la espalda del otro. El compañero debía quedarse sosteniéndote del cinturón para dejarte que subas y bajes, de esa forma se hacían los abdominales.

Alex siempre me hacía iniciar el ejercicio porque si me corregían algo él no cometería el mismo error y estaría “perfecto como siempre”.

Me trepé sobre él, crucé mis piernas y él me sujetó el cinturón.

— Vamos, Jay. — dijo después de un tiempo. — Te daré un beso en la número 50.

Juntó sus labios y los hizo sonar como un beso que te da tu abuela.

A mil KilómetrosWhere stories live. Discover now