Capítulo once.

3.1K 239 19
                                    

Bogotá, Octubre de 2011.

—Ejem... chicos, está sonando la campana.—Murmuró una voz femenina. Era Lucía, afortunadamente. Si hubiese sido la novia de Juan Pablo, Daniela, la historia sería muy distinta.
Observé a mi amiga con un gesto de agradecimiento, pero había algo en su mirada que me daba pistas de que estaba enojada conmigo.

A su lado se encontraba Simón. Tenía las manos dentro de sus bolsillos y los lentes colgados del buzo que portaba. Lucía ese aspecto de chico cool que no se deja intimidar por nadie.

No sabía que me sucedía precisamente que empezaba a detallar cualquier aspecto con reparo, como si fuese una pintora y viviese de recalcar los atributos de cada quien. O era el repentino sentimiento de casi haber entrado en contacto con los labios de quien me traía loca desde que tenía 12 lo que me tenía así.

No estaba del todo segura, ni quería estarlo, pero si algo sabía era que tenía que arreglar lo de hacía unos segundos aunque no supiese exactamente cómo hacerlo. Aquello no debía, no podía repetirse. No mientras él estuviese comprometido y yo no estuviese segura de sus sentimientos, aunque en la última semana me había dado señales en extremo contradictorias.

—Nina. Vamos.—Me reprendió Lucía al observar que mi cuerpo aún no reaccionaba. ¿Pero cómo, después de tal escena tan intensa?

C-claro.—Jadeé, levantándome a la vez que sacudía todas las ramitas que se habían enterrado en mi falda mientras estaba sentada al lado de Juan Pablo.

—Irina... espera.—Me llamó. Mi corazón dio un vuelco, pero la mano de Lucía había tomado la mía y me apretaba con fuerza. Estaba a punto de reñirme, aunque no sabía por qué. Esperaba que el regaño no fuese muy fuerte. Odiaba cuando mi mejor amiga tomaba aquel vil rol de madre y me hacía sentirme peor de lo que ya me sentía conmigo misma cuando fracasaba.

—No es el momento.—Le respondí, tosiendo disimuladamente.—Vamos tarde.

—Dejaste tu cuaderno.—Murmuró, con pesar. Me detuve un momento y estiré mi mano para alcanzarlo. Lo tomé entre ella y le dediqué una de esas sonrisas tímidas que esbozaba cuando aún no lo conocía.

—Gracias.—Respondí, cortante, principalmente porque no podía mostrarme igual después de la imprudencia que habíamos cometido.

Quizá para el no fuese importante. Nunca le había visto con esos ojos, pero en aquel segundo en mi mente cupo la posibilidad de que hubiese engañado a Daniela un par de veces mientras ella no se daba cuenta.

Juan Pablo siempre había sido alguien a quien yo tenía en un pedestal. Perfecto, con aquel rostro pulido, aquella nariz respingada, esos labios carnosos y sus ojos soñadores. El amor de mi vida. Sin embargo, si estaba a punto de resbalarse conmigo, ¿quién diría que no lo había hecho con nadie más?

Me reñí por caer en sus juegos.

Miré de reojo a Lucía, que se veía tensa y seria. Mi amiga rubia rara vez tenía aquella actitud conmigo; de nuestro pequeño dúo, yo era quien solía enojarse por estupideces. Un nudo se formó en mi garganta; era tedioso escuchar regaños de parte de alguien, pero me lo tenía merecido. ¿En qué estaba pensando al engancharme de manera tan rápida con alguien que nunca me había puesto atención?

Lucía me llevó al baño. La campana seguía sonando, y por lo que deducía, seguiría así durante unos minutos. Nuestro timbre sonaba periódicamente al menos durante seis minutos, así los estudiantes tenían la oportunidad de recoger sus libros y de ser puntuales. Suponía que esa era una ventaja en momentos como estos, donde estaba a punto de ser reñida por una de las personas más importantes para mí.

La Última VezWhere stories live. Discover now