CAPÍTULO 20 (Segunda Parte)

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Manhattan.

Los ojos de Candy se abrieron con espanto, al observar a la tía abuela Elroy. La veterana mujer, yacía recostada sobre la cama, luciendo muy triste y bastante desmejorada.

«Ella debió asustarse mucho, luce algo pálida», se dijo Candy, mientras la estudiaba cuidadosamente, «Pobrecita, se nota que estuvo llorando»

—¿Cómo se siente, tía abuela? —preguntó, conforme se acercaba hasta la cama y tomaba la mano, para brindarle el apoyo que necesitaba.

—¿Cómo me siento? ¡Me siento terrible! —respondió la mujer con dramatismo—. Me he roto el brazo y ahora no podré hacer absolutamente nada. Imagínate niña, tendré que llevar este horrendo yeso a todas partes. Es algo bastante desagradable. Ni siquiera quiero imaginarlo... ¿Cómo voy a salir así?

Candy le miró conmovida y de inmediato buscó animarla.

—Llevará el yeso por un tiempo muy corto, será solo el lapso necesario para que su hueso sane... no se agobie por ello, por favor.

—Soy vieja ya, Candice... mi hueso no sanará tan fácil.

—Por supuesto que sanará. El yeso sirve para auxiliarla en la recuperación. Es muy molesto llevarlo, yo la comprendo, pero su uso, es absolutamente indispensable.

La mujer se mostró inconforme y después dijo:

—Candice... yo no podré moverme como siempre, así que cuento contigo, para que esta casa funcione como es debido.

—No se preocupe tía abuela, yo pondré todo de mi parte, para que las cosas estén bien.

—Pronto serás la esposa de Terrence y más vale que vayas aprendiendo a manejar un hogar... —la tía hizo una pausa y luego añadió—. Si no te molesta, seré yo, quien elija al personal que laborará en tu residencia. Deseo asegurarme de que cuentes con gente cien por ciento calificada.

—Sí, claro... —respondió la chica, no muy convencida de su contestación . Y es que, Terry y ella, ni siquiera habían hablado sobre eso, por si fuera poco, no estaba segura de querer tener una casa enorme llena de sirvientes... mas, ¿cómo decirle eso, a la mujer más necia que conocía? ¿Cómo llevarle la contra, precisamente, cuando estaba tan desanimada? No, no podía hacerlo.—. ¿Quiere que le traiga una taza de té? —preguntó Candy, mientras la tía negaba—. Entonces, la dejaré descansar y más tarde, le traeré su merienda, ¿está bien?

La mujer estuvo de acuerdo y cerrando los ojos, se dispuso a relajarse y descansar. Había sido un día muy largo y pensaba que una siesta le caería muy bien.

Candy por su parte, se aseguró que la tía abuela tuviese todo a la mano y después de acomodarle una frazada sobre las piernas, abandonó el cuarto.

—¿Cómo se encuentra la tía? — preguntó, Albert, en cuanto Candy salió de la habitación.

—Ella está muy cansada y la he visto algo desanimada, todos nosotros tendremos que buscar levantar su ánimo y no permitir que se deprima.

—Sí, claro... haremos todo lo posible, no te preocupes —Albert observó a la chica y al verla tranquila, se atrevió hablarle sobre la llamada que él recibió, minutos después, de que ella entrara a ver a la tía—. Candy... hay algo que tengo que decirte... —mencionó con calma, pero a pesar de esa tranquilidad, la muchacha fue capaz de detectar la preocupación en su voz

—¿Qué es lo que sucede? —preguntó la rubia, con impaciencia—. ¿Pasó algo malo? —Albert afirmó.

—Sucedió algo. Toma tus cosas, pequeña... tenemos que ir al Hospital Lenox Hill.

InesperadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora