Volumen Uno - Capítulo 4 & Final

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—Bienvenidos a donde las estrellas están en el cielo y no entre las ramas —dijo animadamente el cazador.

Después de despertar, caminaron por algunas horas en línea recta, rodeados por los árboles. Al dejar el bosque, la noche los recibió.

—Creo que aquí se separan nuestros caminos —comenzó el bardo.

—¿Tanta prisa tienen? —le preguntó el demonio—. Sé que Cuno huele mal, pero no es para tanto.

—Sé que sus bromas son aburridas, pero no es para tanto —dijo la cazadora a los dos jóvenes, señalando a Leofsige.

—No es por nada de eso —respondió el cazador—, sólo creo que tendrán mejor suerte sin nosotros, y que nuestros viajes no son muy compatibles con los suyos.

—Y no queremos toparnos con más demonios que los absolutamente necesarios —agregó el bardo.

—Eso también.

—Entendemos perfectamente —les dijo el matadragones—. Suerte, y que sus aventuras sean cada vez más interesantes.

—Igualmente, y que los demonios sean cada vez más fáciles de vencer —respondió el cazador.

Después de algunas despedidas, los dos hombres del norte desaparecieron camino hacia el sur. Por su parte, la cazadora, el demonio, el matadragones y el druida partieron hacia el este.

—¿Hacia dónde estábamos yendo antes de llegar al bosque encantado? —preguntó Ellanher.

—Lejos —le dijo Leofsige—, es todo lo que sé.

—Antes de escapar de Sir Calvo... —dijo pensativa Emer—... Cierto, ¿a dónde íbamos?

—Creo que a ningún lado —murmuró Cunobelinos, mirando al cielo.

—Recuerdo que vencimos a un demonio —comenzó el matadragones—, luego acampamos un par de horas en una pequeña arboleda... limpié mi armadura, remendamos algo de ropa, atendimos nuestras heridas...

—Dormí un poco —agregó Leofsige.

—Luego salimos de ahí, hacia la aldea más cercana —siguió Ellanher—. Anochecía, llegamos a la posada.

—Dormí de nuevo —intervino una vez más el demonio.

—Y al amanecer, los dos caballeros estaban ahí, preguntando por el demonio que habíamos matado ya. Ni siquiera pudimos comerciar, ni buscar alguna misión por la que nos pagaran, ni nada. Apenas salimos, nos vieron y nos persiguieron...

—Cierto —dijo la cazadora—, ni siquiera habíamos decidido a dónde ir.

—Este momento es tan bueno como cualquier otro —dijo Leofsige.

—Sigamos hacia el este —decidió Emer—, ya hemos recorrido bastante las tierras occidentales, veamos qué hay en el otro lado.

Llevaban pocas horas de marcha cuando empezó a amanecer.

—Cazadora —la llamó de pronto el demonio—, ya que tienes mejor vista que todos nosotros, ¿puedes distinguir qué es eso? —le dijo, señalando al horizonte.

—Dos jinetes —respondió ella—, no los había notado. ¿Qué pasa con ellos?

—No lo sé. Creo que tienen algo extraño... digo, por alguna razón me di cuenta de que están ahí.

La Cacería de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora