Volumen Nueve - Capítulo 2

8 1 0
                                    


No pudieron considerar lo que estaban viviendo como una batalla.

—¡Cuno! —le gritó Emer, en el momento exacto que el demonio similar a un cuervo se lanzaba contra el hombre.

Las flechas de la cazadora no tenían efecto alguno.

—¡¡Ellan!! —rugió Leofsige, saltando delante del joven matadragones, recibiendo una carga del oponente con forma de lobo.

Los hachazos del demonio apenas hacían daño.

—¡¡Emer!! —gruñó el druida, atrapando a tres rivales entre sus astas al correr junto a la cazadora. En pocos segundos, el fuego quemando su pelaje lo obligó a detenerse y retroceder.

Las zarpas y cornadas de Cunobelinos eran inútiles.

—¡Leo! —habló Ellanher, levantando su escudo hacia la espalda del demonio, recibiendo la embestida de un rival gigantesco.

No sabían por cuántas horas habían resistido. No sabían cuántos rivales habían eliminado. No sabían por cuántas heridas sangraban.

—¡¡¿Tenemos forma de ganar?!! —preguntó furioso Leofsige.

—... Tal vez —murmuró Emer, viendo la luz blanca, la misma que había visto en las armas de los paladines, cubrir su alabarda.

Sus cortes y estocadas fueron mucho más efectivos entonces. Soportando el calor infernal e ignorando sus heridas abiertas, avanzó contra el demonio con aspecto de cuervo.

Fue como si la luz enfriara la lava entre sus plumas, y hubo miedo en los ojos del monstruo.

—¡Necesitaremos algo más que eso! —gritó desesperado Ellanher, retrocediendo ante la enorme criatura que lo embestía, apenas capaz de mantener su escudo contra semejante incendio viviente.

Era un demonio tan grande como cuatro caballos, con tres cuernos hacia el frente de su cabeza y placas con forma de escudos en todo el cuerpo, hecho completamente de carbón, fuego y lava.

La respuesta de Cunobelinos fue un rugido primal. Con parte de su túnica encendida, casi todo su pelaje quemado, y manchado completamente por una mezcla de hollín y su propia sangre, aplastó a los tres demonios que había atrapado en sus astas.

Luego el matadragones lo vio lanzarse contra el monstruo que tenía en frente, y vio la luz verde que lo rodeaba. Vio claramente que sus astas eran más grandes que nunca, y que brillaban tan verdes como la primavera.

—Tal vez hasta podamos ganar... —se dijo el joven hombre, viendo cómo las zarpas y mordidas del druida, con sus brazos de oso y rostro de lobo, destrozaban furibundas al oponente.

Como si la sola presencia de esas luces blanca y verde debilitara a los demonios, Emer se abrió paso junto a Leofsige. Ante la alabarda y el hacha, el demonio con aspecto de lobo cayó derrotado, esparciéndose en trozos de carbón al golpear el suelo.

El matadragones y el druida se mantuvieron donde estaban, inamovibles, frenando embestidas y zarpazos, manteniendo en alto las astas, la lanza y el escudo.

Habían reclamado la ventaja en la pelea.

—¿Olvidan que esto no es una batalla? —dijo el demonio coronado—, esto es una matanza.

Los colmillos creciendo del suelo atacaron entonces.

Ya no importó que quedaran pocos oponentes, la misma tierra se había vuelto uno más.

La Cacería de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora