Volumen Tres - Capítulo 2

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Leofsige cerró el puño derecho, el de sus ancestros, y dio un apresurado golpe, lanzando una llamarada hacia la tierra. Por un efímero parpadeo, la luz ayudó a los compañeros a ver a los seres que los rodeaban, justo antes de que uno de ellos exhalara fuego. Su llama, con olor y calor muy familiares, consumió la del demonio con rapidez, trayendo de vuelta una oscuridad casi absoluta.

—Es fuego de dragón —gruñó Ellanher con furia, apretando los dientes y su lanza. Habría cargado, pero algo casi le arrebató el arma de las manos. Se volteó para ver una gigantesca silueta, con colmillos y cuernos mirándolo hacia abajo.

—No hagan nada —dijo Emer, levantando sus manos vacías.

—¿Qué son estas criaturas? —murmuró Cunobelinos, irguiéndose y volviendo a su forma humana.

—¡¿Qué hacen?! —demandó saber el demonio, llevando su mano izquierda al hacha en su cintura.

—Leo, cállate —le ordenó rápidamente la cazadora, antes de dirigirse a quienes los rodeaban—. ¿Qué quieren de nosotros?

—Apestan a muerte —repitió una voz de mujer. Era similar a la que había hablado antes, pero supieron que no era la misma.

—Explíquense, ahora —siguió la voz de un hombre, claramente más joven que el que ya había hablado.

—¿Creen que ese olor es nuestro? —preguntó Emer.

—Los cubre por completo, ¿cómo alguien se mancha tanto con muerte? —era la voz de la primera mujer, y apenas terminó de hablar, el brillo de una afilada arma de asta se dejó ver junto a su cabeza de lobo.

—Peleando contra no muertos.

—Hemos peleado contra esas cosas incontables veces, y esa peste nunca nos ha envuelto como a ustedes cuatro.

—Pues parece que nosotros tenemos peor suerte.

—¿Suerte? ¿En serio? ¿Es lo único que dirán?

—¿Qué más quieren de nosotros? No voy a mentirles. Hace una noche peleamos contra un ejército de cadáveres andantes. El muelle entero en donde nos atacaron olía a muerte, ya ni siquiera notamos que ese olor nos envolvía.

—¿El muelle?

—A menos de un día de viaje. Un muelle abandonado.

—Lo conocemos.

—¿Recuerdan su olor?

—No tenía olor alguno la última vez que estuvimos ahí.

—Pues ahora lo tiene, y seguramente ya huele peor, con todos los no muertos que destruimos ahí. Tal vez sea por eso que la peste es tanta. Tal vez pasamos tanto tiempo en ese lugar que se nos impregnó. Cuando ustedes han peleado contra tales abominaciones, no dudo que hayan tardado muy poco en acabarlas.

—Tienes razón en eso...

—Además, sus pieles parecen mucho más resistentes que nuestras ropas. No dudo que la lluvia y la nieve se les impregnan menos, tal vez el olor de los muertos no es diferente.

—Tienes buenos puntos, cazadora. Alguien más decidirá si dices la verdad.

Los compañeros, distinguiendo sólo siluetas, vieron la cabeza de lobo voltearse por un segundo, y luego una sombra blanca se movió por el suelo. No podían escuchar sus pasos ni verla bien, pero notaron que, fuera lo que fuera, los estaba olfateando. Instantes después, se acercó a la mujer con rostro de lobo, y ella encendió una antorcha con una suave exhalación. Alguien detrás de los cuatro encendió otra, y al fin pudieron observar a quienes los rodeaban.

La Cacería de FuegoМесто, где живут истории. Откройте их для себя