Volumen Nueve - Capítulo 3

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Dos meses pasaron.

—Algo que parece ser el líder de todos los demonios que hemos estado enfrentando... está en el norte de Hungría —decía el druida Cunobelinos.

Los compañeros decidieron separarse.

—Creemos que si acabamos con ese monstruo, la invasión terminará —contaba Ellanher, el matadragones.

Debían cubrir mucho terreno en el menor tiempo posible.

—Necesitamos apoyo para lograrlo, y mucho —hablaba Leofsige, el demonio.

No tardaron tanto como habían esperado en encontrar a sus aliados.

—Así que, por favor, ayúdennos —concluía la cazadora, Emer.

Dos meses después de su encuentro con el coronado, en el punto donde descansaron tras su escape, se reunieron.

El primero en llegar fue Cunobelinos, acompañado de la manada. La líder, la vigía, el guardián, el aprendiz y el fomor entregaron su ayuda enseguida, seguidos de cerca por el wyvern, el enorme lobo, el oso, y tantos animales más.

Al día siguiente llegó Ellanher, seguido por el bardo, el cazador, la bruja, la experimentadora, y la saqueadora, quien montaba sobre un alce. Para su sorpresa, los encontró juntos, y aceptaron ayudar tras algunas pocas preguntas.

Dos noches después, Leofsige se presentó junto a la cofradía. El diplomático, la pintora, la ritualista y el sastre revisaron todos sus escritos, apuntes y dibujos, una y otra vez, antes de partir y durante el viaje, con el águila siempre mirándolos desde arriba.

Finalmente, casi una semana después, cuando se cumplieron dos meses desde que se separaron, llegó Emer, cabalgando con Sir Louis el Calvo y Sir Lance el Segundón. Apenas pudo creer lo rápido que aceptaron entregar su ayuda.

—Veo que ya están todos —habló la cazadora, viendo a diecisiete personas que la recibían.

—Estábamos esperándote para abrir los barriles —le dijo la líder de la manada, estrechando fuertemente su mano mientras sonreía. Tras ella estaban sus cuatro compañeros junto a los animales que Emer recordaba, además de un segundo dragón cuyo tamaño tan pequeño hacía obvia su corta edad.

—Trajimos comida y té, además de toda la información nueva que hemos reunido —la saludó después el diplomático, con el águila sobre un hombro.

—Nosotros sólo trajimos vodka y buenas intenciones —agregó el bardo al recibirla, hablando como si intentara sonar avergonzado.

—Veo que tienen... varios conocidos —habló Sir Louis, mirando a todos los presentes.

—Lampiño, ha pasado mucho tiempo —le respondió el guardián al paladín.

—Salvaje... no esperaba encontrarte a ti o a tus... asociados.

—Fuimos los primeros en llegar.

—¿Por qué alguien como tú está aquí?

—¿En serio te lo preguntas?

—Vives lejos de la civilización, en la oscuridad, fuera del alcance de la luz del honor y la justicia.

—Sabes, lampiño... eres muy extraño, pero estás aquí, viniste y eso es algo que respeto, así que te responderé... Los salvajes conocemos bien el honor y la justicia. Aunque habitamos la oscuridad, respetamos la luz. Es bajo la luz que florecen las plantas.

La Cacería de FuegoWhere stories live. Discover now