LOS PEZONES DE LAUREN

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Mi mujer, Lauren, es una escritora conocida. Sale mucho en televisión. Es famosa, atractiva, simpática… y también tiene unos pezones saltones que no hace falta estimular porque siempre están erguidos como dos montañas.

Me gusta pasar los labios por encima, aprisionarlos y tirar de ellos, me gusta lamerlos. Me gusta mojarlos con cualquier cosa: yogur, miel, mermelada… y chupar y chupar hasta dejárselos limpios y relucientes. Además, los tiene muy sensibles y es capaz de correrse simplemente con juntar las piernas mientras se los chupo.

Sus pezones son tan duros y tan grandes que me gusta restregar mis propios pezones sobre los suyos. Me tumbo encima de ella poniendo mis tetas encima de las suyas y me froto con sus pezones hasta que los míos crecen y se ponen duros y tirantes. Después, sube y me los mete en la boca, e incluso puede frotarme con ellos el clítoris, nunca he visto unos pezones tan duros.

De hecho, siempre tiene problemas con la ropa y ni siquiera un sujetador a prueba de los deportes más duros consigue que los pezones no se le marquen de manera escandalosa.

En verano tiene que ponerse dos camisetas porque, si no, todo el mundo termina con la vista puesta en sus pezones. A veces, cuando quiero que se ponga nerviosa, me divierte pasar mi mano por encima o agarrárselos en cualquier sitio, en la calle, en una tienda… ella se pone colorada, porque la gente la conoce y comienzan enseguida a murmurar.

Yo me excito y la gente se queda; entre asombrada y atónita; no se me ocurriría hacerlo en medio de una manifestación de la extrema derecha o en una misa, claro, pero sí me gusta rozárselos como sin querer y que la gente no sepa qué pensar.

Hace un par de meses fuimos a una de esas macrofiestas bolleras que se organizan ahora. Yo odio bailar, pero a mi mujer le encanta y le encanta también coquetear y ligar si se tercia; a mí me aburre. Esa noche estuvo bailando todo el tiempo con una chica muy joven.

Yo estuve intentando charlar con amigas a pesar del volumen de la música infernal con el que nos castigaban y es que, para ciertas cosas, ya no tengo edad.

Lauren no sólo estuvo bailando con la joven; también las vi bebiendo y riendo, sentadas en una esquina, y después vi cómo
Lauren le apartaba el pelo de la cara y cómo le acariciaba el cuello y… la verdad es que me puse celosa. No es que nos seamos absolutamente fieles pero, en fin, procuramos en lo posible no hacer sufrir la una a la otra. Si ocurre, bueno, ocurrió, pero yo procuro que Lauren no se entere y desde luego no quiero enterarme (de lo que ella hace cuando yo no estoy o cuando no miro). Para mí, mi libertad es más importante que su fidelidad.

No podría pedir que respetase mi libertad, si yo no estuviera dispuesta a respetar la suya. Las infidelidades sexuales siempre duelen, se opine sobre ellas lo que se opine, pero que duelan no quiere decir necesariamente que sean importantes. Hay que saber cómo manejarse con ellas. Así que el discurso me lo sé, lo tengo claro, pero otra cosa es que después el dolor, la rabia, los celos… todos esos sentimientos incontrolados, puedan más que la inteligencia y que cualquier teoría. Y eso es lo que estaba a punto de ocurrirme esa noche viendo coquetear a Lauren, más que coquetear en realidad, metiendo mano a esa joven, que no tenía pinta de ser muy lista.

Aunque sí que estaba buena. Yo hablaba con mis amigas y por el rabillo del ojo no perdía de vista a Lauren. Desde luego no iba a ser tan ridicula como para montar un número de celos, pero en casa íbamos a tener una bronca de las que hacen época.

Hay que respetar ciertos pactos y Lauren estaba a punto de saltárselos.

En realidad no ha pasado nada, me dije para tranquilizarme; no ha hecho nada por lo que tenga que rendir cuentas, al fin y al cabo sólo está coqueteando como hace siempre. Lo que pasa es que la joven miraba a mi Lauren como suelen mirarla las jóvenes: con una mezcla de devoción y deseo que me estaban provocando unos celos imposibles de controlar. Hice un esfuerzo por alejar todos los pensamientos insanos de mi mente y me sumergí en una conversación política con una amiga. Poco después estábamos discutiendo acaloradamente y, durante un rato, se me olvidaron Lauren y la joven.

Sex (one-shots Camren) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora