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oooOooo

Ahí parado, haciendo frente a su error, se encontraba Mycroft Holmes. Para John ese hombre significaba la pérdida de su todo, el artífice de la trampa que terminó con la vida de su amigo.

Quiso golpearlo, quiso herirlo hasta hacerle sangrar, y aun así, sabía que el hombre solo sentiría una mínima parte del dolor que estaba sintiendo él mismo.

La pérdida lo había devastado. Ese salto significó para John la pérdida de su norte, de su luz, de la música, de las risas...

Ya no habría adrenalina, ya no habría por quien preocuparse, ya no habría nadie casado con su trabajo. Ahora estaba vacío.

Su mano se contrajo nuevamente, aun decidiendo en qué parte de la cara encestaría el golpe a quien se atrevía a aparecer por Baker Street con un ¿Cómo está, Doctor?

La nariz. Se la rompería en mil pedacitos. Sí, eso haría, por allí comenzaría.

Pero cuando lo miró, su resolución se vino abajo.

No encontró al hombre arrogante, al señor del mundo, a su pose erguida, el gesto engreído y su carísimo paraguas. Lo que vio fue a un hombre derrotado, alguien consumido. Alguien que acababa de perder a su hermano pequeño.

La energía que se había presentado de golpe en su cuerpo para levantarse de su butaca, en la que ya había anidado y estaba por echar raíces, para poder gritarle y posterior mente golpearle, se desvaneció de un soplido. Se sintió drenado por esos ojos desesperados, que buscaban algún tipo de redención.

La energía lo abandonaba a borbotones, y ya no podía sostenerse en pie. Avanzó dos pasos, y enterró su cara en el cuello del hombre que una vez había encontrado enigmático, atractivo y excitante, al igual que su hermano. Mycroft se sorprendió pero no perdió el tiempo en reflexionar, simplemente dejó que sus brazos envolvieran al hombre derrotado que pretendía utilizarlo como apoyo. Y lo permitió.

ComplementaciónWhere stories live. Discover now