IV

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Se había equivocado. Ver a su mejor amigo, su cuasi alma gemela lanzarse desde un edificio en un acto exclusivo para su disfrute no era lo peor que podía pasarle. No, la vida debería haberle enseñado a John que siempre existen golpes más bajos. Que siempre hay algo, alguien que puede herir aún más.

Extrañamente, no sentía ganas de expresar todo lo que sucedía en su cabeza. Se sentía anestesiado, tal vez se había clavado una aguja en el quirófano antes de salir de casa y no se había dado cuenta. Tal vez lo que sucedía enfrente suyo era una de esas pesadillas en las que el cuerpo se siente pesado, que no se puede hablar ni mover por más que uno le envíe esa orden a sus extremidades, esas en donde sientes todo el peso de la gravedad sobre los hombros y tu cerebro te avisa que algo no está bien pero no logras entender qué va mal.

Sherlock estaba sentado en su butaca, frente suyo, con las manos bajo el mentón mientras escudriñaba su alma. Mycroft estaba detrás de él, muy interesado en lo que tenía que decir su celular. Aunque a John no lo engañaba, sabía que ambos estaban pendientes de cada respiración, cada latido y movimiento. A decir verdad, recién se daba cuenta de que había un molesto temblor en su mano izquierda. En un momento de divague se preguntó si aún estaría entre sus cosas su viejo bastón.

Todavía de pie, mientras los minutos pasaban y los hombres en la sala se convertían en estatuas, John decidió terminar con el asunto.

-Espero que les haya resultado divertido - Mycroft levantó de inmediato la vista de su celular, Sherlock lo miraba con el ceño fruncido.- Claro que con lo idiota que debo parecerles, tengo que haberles dado un buen espectáculo. Que tengan un buen día.

Bajó las escaleras como en trance, aún no entendía del todo lo que sucedía, pero sabía que necesitaba estar en su casa cuando todo se hiciese realidad de golpe.

El mayor de los Holmes lo llamó a la clínica para pedirle que se reúna con él en el 22B. Real, él como idiota hizo acopio de todo el valor del que era capaz para decir que sí con firmeza.

Salió antes, regateándole a Sara por unas horas extras anteriores. Real, a la mujer no le había hecho mucha gracia.

Se pasó varios minutos afuera de la puerta entornada de la calle Baker. Real, casi se congela intentando tomar coraje para subir los diecisiete peldaños hasta su hogar.

Hasta ahí, todo bien. Cuando entró, es allí donde todo se desdibuja. Porque ciertamente esperaba ver a Sherlock al entrar, pero esa era la parte de su mente que le decía que todo estaba mal. Su fantasía se entremezclaba con la realidad. Salvo que él imaginaba un encuentro más caluroso, algo donde John confesaba todo lo que le hacía falta volver a verlo, volver a tener su presencia cerca.

Lo que paso en realidad fue que Sherlock dijo un "Ah, ya llegaste" y Mycroft secundó con un frío "Tarde como siempre, Doctor". No hubo lágrimas de reencuentro, nada de abrazos ni explicaciones. Aunque en un momento John veía los labios de Sherlock moverse mientras lo miraba, estaba muy concentrado en el pitido agudo de sus oídos y en esa masa de brea caliente y vomitiva que estaba inundando su garganta, los pulmones, su estómago, el corazón... iba a ahogarlo en cualquier momento.

Aturdido, se encontró de frente a la puerta de su apartamento. No recordaba cómo había llegado allí, aunque por las punzadas de frio que emanaban de la punta de sus pies debió haber caminado todo el trayecto. En cuanto entró, se sentó en su butaca, el único mobiliario que se había traído de Baker. Debería cambiarse, debería intentar entrar en calor para no resfriarse.

Pero en lo único en que pensaba era en que eso que creía que era brea caliente se comenzaba a desparramar por su cabeza, contrayéndole la garganta y amenazando en salir como un vendaval por sus ojos.

Solo que no era brea, era la sensación detraición de las dos personas más importantes en su mundo.    

ComplementaciónWhere stories live. Discover now