III

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No es que él hubiese sido un gran observador, pero haber vivido con Sherlock tenía sus ventajas y aprendizajes. No había pasado ni un año de la muerte de Sherlock, y Mycroft ya no lo miraba a los ojos cada vez que su nombre aparecía en la conversación.

De hecho, últimamente se sentía un poco más evitado de lo normal. Los encuentro seguían siendo apasionados, muy satisfactorios, pero había algo en el medio que hacía ruido en la habitación. Le costó, pero logró identificarlo. Había culpa.

Como buen soldado, John lo enfrentó. Solo para verlo desaparecer por la puerta durante un mes entero. No mensajes, no autos secuestradores, no llamadas, no presencia.

Las pesadillas volvieron recrudecidas, el vacío en el pecho por el abandono volvió a desolarlo.

Una tarde de lluvia, un domingo gris de películas y sofá, John lo volvió a ver. Lo encontró parado en su umbral, con el traje empapado y los labios violetas. Al parecer, llevaba fuera más tiempo del que había esperado en su umbral a que le abriera la puerta.

En cuanto entró, no le importó dejar un reguero de agua y barro sobre la madera encerada. No le importó estampar al médico contra la pared, y a éste no le importó recibir el beso que lo dejó sin aire ni coherencia.

-No estoy dispuesto a perderlo por culpa de mi hermano, Doctor. De alguna forma, esto va a solucionarse. Solo es cuestión de tiempo – confeso el político en su oído, con la respiración agitada, el cuerpo temblando.

John se dedicó a disfrutar el momento, no siempre podía ver de esa forma a su pareja. Siempre comedido, siempre llevando el control de cada acción, respiración y palabra. Ahora lo tenía ahí, en sus brazos, temblando por el frío, la expectación y la incertidumbre. Y John no iba a desperdiciar su momento humano.

Se aprovechó de su vulnerabilidad con mucho entusiasmo. Se dedicó durante horas a adorar ese cuerpo poco habituado al ejercicio, esas manos de oficinista ávidas por tocar y explorar, ese cuerpo tonificado pero suave, muy suave y receptivo como pocas veces. No le permitió callarse nada, le obligo a expresar lo que quería, lo que sentía, a gemir o rugir. Ese fue el castigo que John le impuso a Mycroft por desaparecer ese mes, abusar de esa pérdida momentánea del control que volvía al político casi un ser humano normal.

Horas después, tras el tercer orgasmo, al que sus cuerpos le costó trabajo llegar, el médico se dedicó a hacer preguntas al hombre relajado que descansaba entre sus brazos. Se enteró de que tenía un año menos que él mismo, aunque el stress laboral lo hiciese ver mayor que sus treinta y nueve años y que Sherlock mentía al decir que tenía treinta y cinco, tenía treinta y dos (, ¡lo sabía!). Se enteró de que no estaba en pareja formal desde hacía por lo menos diez años. Su última pareja, al igual que las anteriores, lo botó por no dedicarle tiempo, así que ya no se molestó en encontrar a alguien que no se lo recriminara. Se enteró de que era un hombre solitario, un hecho que no le molestaba en lo más mínimo, pero que de vez en cuando añoraba encontrar a alguien en quien apoyarse, alguien en quien confiar lo suficiente como para desnudarse y dormir a su lado.

John se enorgulleció de sí mismo en este punto, sabiendo que esta vez podía darle a este Holmes lo que necesitaba. Lo había intentado con Sherlock pero había fallado. Un salto valía más que mil palabras.

Cuando comento esto en voz alta, Mycroft hundió la cara en su cuello y lo abrazó fuerte. Confesó entre murmullos ahogados por la piel de miel, que siempre estuvo dispuesto a todo por su hermano, a sacrificarse a sí mismo y hasta a Inglaterra, sólo por su bienestar.

-Recuérdalo John, mi hermano significa la vida misma para mí, mi hermano pequeño es por quien debería velar durante toda mi vida.

John sintió como se le estrujaba el corazón en compasión por su pareja. Sabía que la relación de ellos iba más allá de lo que se dejaba entrever en sus encuentros, pero así y todo no sabía lo profunda que era. No debería sorprenderse, compartían la misma sangre después de todo, y por lo que Sherlock había dejado entrever en sus charlas, su hermano mayor significo mucho para él.

Se abrazó más al hombre a su lado, deposito un suave beso en su coronilla y lo consoló de la única forma que sabía hacerlo. Haciendo saber que estaba allí para él. Por él.

ComplementaciónWhere stories live. Discover now