II

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Las visitas se hicieron frecuentes.

Un día John dijo que se mudaría. Ese día Mycroft ofreció un lugar en su casa, y ese mismo día John lo rechazó. Aún no estaba listo para convivir con otro Holmes. Porque sabía, y era más que obvio, que nunca se desharía de la familia que le había puesto el mundo de cabeza.

Por primera vez el ex militar vio al hermano de su amigo ensuciarse las manos. Levantó algunas de las pocas cajas que se llevaría, sin derramar ni una gota de sudor. Extraño, para un oficinista.

El nuevo departamento no era muy diferente del viejo, un poco más chico y con menos cosas esparcidas. Ninguno de los dos tuvo corazón para tocar las cosas de Sherlock, por lo que Mycroft rentó el departamento de Baker por tiempo indeterminado. John solo se encogió de hombros, pero por dentro se sintió aliviado. Perder ese departamento sería como perder su casa de la niñez, el lugar de los buenos recuerdos, donde había sido feliz, el lugar de Sherlock.

Tres meses después de la caída, uno desde la mudanza, se acostaron por primera vez. Y fue magnífico. Brillante, hubiese dicho Sherlock.

Sin entrar en detalles lo besos que anteriormente habían terminado por culpa de la frase, casi ininteligible, de "No Soy Gay" por parte del militar, Mycroft se la metió en el culo. Como muchas veces fueron pronunciadas, muchas veces tuvieron que hacerlo, solo para asegurarse de que estuviese bien hundida, y no saliese a flote nuevamente. John rio como un desquiciado cuando Mycroft le contó esta epifanía post orgásmica.

Las cosas se acomodaron, no hubo momento juntos en que no le recordaran, pero aprendieron a sobrellevarlo.

No se veían todos los días, ambos se avocaron a sus respectivos trabajos y Mycroft resultó ser parecido a Sherlock en más cosas de las que antes se hubiese imaginado. El no odiaba a la gente y la calificaba de idiotas, a él lo cansaban. Lo agotaban al punto de no querer repetir la misma cara por mucho tiempo.

Aunque John era una clara excepción, Mycroft se lo aclaró de entrada. No es que no estuviese desarrollando un sentimiento afectivo por él, ni que su deseo se retrotraiga con el paso de los días. No. Pero sí necesitaba de espacio, de la tranquilidad de saberse solo de vez en cuando. Por eso el alivio mutuo de cuando John rechazase su primera oferta de vivir juntos, donde la culpa había tratado de enmendarse.

Y John lo entendió. Estaba acostumbrado a esa actitud de parte de Sherlock, aunque este se decantarse por ignorarlo durante horas y horas en su presencia, parecía que Mycroft necesitaba de su ausencia visual también.

De alguna forma, los hermanos era una parte complementaria de la otra. Con Sherlock había tenido la compañía y la conexión, con Mycroft tenía la satisfacción carnal, el "alguien a quien abrazar" o acurrucarse durante la noche.

Y se acomodaron a una rutina.    

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