◇Capitulo: 33◇

183 12 1
                                    

Gracias al cielo Justin estaba dispuesto a ver una película conmigo. No fue que le hubiera dado la oportunidad de negarse, claro. Me esmeré en lo visual, tratando de dar la impresión de que siempre usaba ese vestido mínimo y tacones.
Como si él no viviera conmigo el último mes…
Por supuesto que Justin notó que había algo extraño.
—¿Saldrás más tarde? —preguntó mientras colocaba el DVD en el aparato.
—No, ¿por qué?
—Estás toda arreglada. ¿Qué sucedió con tus pantuflas? —quiso saber, acomodándose en el sofá.
—Ah, yo… las perdí en medio de todo el desorden. Creo que necesito ordenar mi habitación —traté de sonreír.
—Pareces tensa —comentó, analizando la forma rígida como me senté.
—¿Quién, yo? ¡Por favor! —y crucé las piernas, dándole una buena vista de mis muslos. Con satisfacción, vi sus ojos demorarse un segundo o dos en ellos antes de volverse a la TV.
Rechacé las palomitas y acepté solo la gaseosa, lo que terminó siendo un problema, ya que necesité pedirle que detuviera la película tres veces para ir al baño. Justin permaneció todo el tiempo sentado en la punta, apoyado en el brazo del sofá, atento a la película. Yo casi ni vi lo que sucedía en ella. Cada vez que iba al baño, aprovechaba para sentarme un poco más cerca, hasta que estuve a dos palmos de él. No pareció notarlo.
Suspiré frustrada.
Entonces me miró.
—¿No te está gustando? —preguntó con una leve sonrisa en los labios, ofreciéndome palomitas.
—La adoro —sonreí de vuelta, cogiendo un puñado y llevándolo a la boca.
Me miró, dudando, pero lo dejó pasar. Me fui aproximando de a poco, hasta casi tocarnos. Crucé los brazos sobre el pecho.
—¿Tienes frío? —Justin indagó.
—Mis manos están un poco frías.
—Ven aquí —tomó mis manos y las anidó entre las suyas, haciendo que me sintiera aún menor—. Ya se calentarán.
—Ah, seguro.
Apenas podía respirar bien. Justin era una incógnita para mí. Algunas veces, como en aquel momento, me tocaba sin que yo necesitara recurrir a pretextos.
Otras veces, me daba más trabajo que cabello alisado con planchita en día de lluvia.
Poco a poco, siempre observando su rostro, esperando encontrar algún indicio de reprobación, fui acercándome, pero en su cara no había nada más que concentración en la película. Terminé apoyándome en su brazo, cautelosamente.
Como él no se alejó, apoyé la cabeza en su hombro. Justin entrelazó sus dedos a los míos, jugando con la punta de ellos sin darse cuenta.
Suspiré, contenta.
—¿Qué fue? —preguntó él.
—Nada. Solo estoy feliz.
—¿Por qué? —preguntó curioso.
—Nada en especial —levanté mis hombros —solo… feliz por nada.
Sonrió.
—Por increíble que parezca, yo también lo estoy —y me sorprendió nuevamente pasando un brazo en mis hombros y acercándome más a él—. ¿Quién diría que eso sería posible? ¿Estar feliz al lado de esta chica irritante?
—¿Quién diría que Justin pudiera tener sentido del humor? —lo burlé.
—Sabes Kimberly, este acuerdo no fue del todo malo. No conseguí mi promoción, y algunas veces pareciera que todo el mundo desconfía que nuestra relación sea una farsa, pero me gusta demasiado esto. Esta amistad.
Luché para reprimir un gemido. No quería su amistad. Quería más. Mucho, mucho más.
—Estoy feliz de haberte elegido —le dije.
Estábamos tan cerca, tan unidos físicamente, que podría haberlo besado sin necesidad de moverme. Pero no lo besé. No cometería el mismo error dos veces.
No forzaría la situación otra vez. Quería a Justin en mis brazos, en mi cama, pero no solo por una noche. Esperaría hasta que él tomara la iniciativa.
No quedamos allí, abrazados, él viendo la película, yo mirando a la nada, solo disfrutando la proximidad de su cuerpo caliente. Era tan bueno, tan natural estar rodeada por sus brazos que deseé que aquel momento no terminase nunca.
Pero fatalmente la película llegó al final.
—Me encantó el programa —dijo él, apagando la TV y separándose de mis brazos con destreza. Huyendo de nuevo—. Debemos repetirlo.
—Me gustará.
—Creo que es mejor ir a dormir. Está siendo tarde.
—Tienes razón —reprimí un bostezo. ¿Cuándo fue que esto sucedió?
¿Cuándo fue que comencé a tener sueño antes de salir el sol? Ah, claro. ¡Cuando comencé a despertarme con las gallinas! —Quiero adelantar trabajo mañana. Si puedo, pasaré por una concesionaria para escoger una moto.
Su rostro se oscureció tan repentinamente que me hizo retroceder un poco.
—Nada de moto, Kimberly. No lo permitiré. Olvídate de eso.
—No te he pedido permiso —señalé.
Él sacudió la cabeza.
—Esto no está en discusión. No subirás a una de esas cosas y tema terminado.
—Pareces mi abuelo hablando de esa forma. Y, si él estuviera aquí ahora, te diría que esa es la peor manera de lidiar conmigo —me levanté, cruzando los brazos sobre el pecho—. No me gusta que me digan lo que tengo que hacer.
Él pasó la mano por su cabello sedoso y bufó.
—¡Mi Dios! No puedo creer estar teniendo esta discusión de nuevo.
—¡Ah, no! Nunca discutimos sobre esto —rebatí.
—No tú y yo —él dijo furioso, pasando la mano por su cara, pareciendo… bueno, asustado—. ¿Tú no entiendes, no? No te estoy diciendo lo que debes hacer —y comenzó a caminar de un lado a otro.—Estoy explicando que, mientras yo esté cerca, no te aproximarás a una moto. No dejaré que ella termine con tu vida como hizo… —él no continuó. No lo necesitaba.
Tragué en seco al comprender cuanto lo atormentaba esa situación. El flujo de rabia en mí desapareció.
—Como lo hizo con Marcus —completé—. ¿Fue eso lo que sucedió, no? El accidente de él… fue de moto —afirmé.
Él asintió, la mandíbula apretada.
—Marcus cumplió dieciocho años y era loco por las motos desde que yo recuerdo. Me insistió durante meses porque mi padre se negó a comprarle una.
Discutimos tantas veces que perdí la cuenta. Entonces pensé: ¿qué mal haría en darle al muchacho lo que tanto quería? —sus ojos estaban sombríos, como nunca los había visto—. Le compré la maldita moto. Marcus adoraba aquello, vivía para abajo y para arriba en aquella cosa. Estaba feliz como nunca lo había visto. Solo que una tarde de domingo, mientras se dirigía a casa de una chica, el neumático trasero explotó, la moto derrapó y Marcus cayó, golpeando la cabeza en la calzada con tanta fuerza que partió el casco. Pero la violencia de la caída dañó dos vértebras, quebró varios huesos, arrancó parte de su piel. Marcus pasó tres meses en el hospital, enfrentando cirugía tras cirugía, colocando clavos en todo el cuerpo, y hoy vive con la esperanza remota de algún día volver a caminar —él se detuvo frente a la ventana, de espaldas a mí. Su voz estaba fría, pero de algún modo, desgarrada—. ¿Será que ahora lo entiendes, Kimberly? No puedo dejar que corras el mismo riesgo.
Di dos pasos, acercándome a él, y, sin el menor pudor, me abracé a su espalda.
—Lo siento mucho, Justin. No lo sabía.
—Claro que no. No acostumbro andar por ahí diciendo que terminé con la vida de mi hermano —comentó, inmóvil. Ni se tomó el trabajo de intentar esconder el remordimiento.
—¡Pero tú no tuviste la culpa! —me apresuré—. Nadie la tuvo. ¡Fue una fatalidad! Mucha gente anda en moto todo el santo día y nunca se hirió. No puedes responsabilizarte, y eso no sucederá conmigo.
Él se giró de frente a mí, tomando mis brazos y apretando mis muñecas contra el pecho. Sus ojos estaban furiosos, locos, aterrados.
—Prométeme que no comprarás la moto. ¡Promételo! —pidió, en un tono desesperado.
—Lo prometo —susurré.
Cerró los ojos y suspiró. Apoyó la frente contra la mía, las manos aun sosteniendo mis muñecas contra el pecho.
—No puedo ni pensar en verte herida, Kimberly —murmuró torturado, la voz llena de emoción—. No lo puedo permitir.
—No compraré la moto. No necesitas preocuparte —aseguré bajito, fascinada de su preocupación por mí.
Abrió los ojos y había dolor en ellos, culpa, arrepentimiento. Podía imaginar cómo se martirizaba, durante los meses posteriores al accidente, por lo que había sucedido. Justin era ese tipo de persona, que asumía la responsabilidad.
—Tal vez compre un monopatín —traté de poner humor en mi voz, loca para que aquella agonía se alejara de sus ojos—. Un monopatín es barato y no puedes andar a más de diez kilómetros por hora.
Sirvió, sonrió un poco.
—¿Es tan malo que yo te lleve? —su aliento caliente invadió mi cara, dejándome un poco mareada.
—No. Es malo cuando tú no vas al mismo lugar que yo y estoy obligada a enfrentar el autobús.
Deslumbrada, vi sus labios estirarse y curvarse en una sonrisa sobre los dientes perfectos, los ojos brillando como caleidoscopios, haciendo acelerar mi pulso.
—Entonces no vayas lejos de mí, Kimberly.

_____________________________________
Comenten que les parece la Novela  y voten. Gracias!!

Se Busca Marido (Jb)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora