◇Capítulo: 39◇

251 11 0
                                    

La ausencia de Justin, una presencia casi tangible, era algo que no podía pasar por alto, y que me dejó más alerta la noche pasada. Estaba agotada por la noche de insomnio y me arrastré hacia la galería cuando finalmente nos encontramos en la puerta del ascensor. Llevaba la misma ropa del día anterior, pero ahora estaban arrugadas, con su largo cabello hecho un desastre, la cara sin afeitar, sombrío y cansado.
—¿Dónde estuviste? —Inquirí plantándome enfrente de él—. No volviste a casa.
—Dormí en casa de Paulo —murmuró sin levantar los ojos, yendo hacia el apartamento.
—Tienes que escucharme —le pedí, siguiéndolo—. No es lo que estás pensando. —Está bien, no era la mejor defensa, pero era la verdad.
Su rostro no mostró ninguna emoción, lo que sólo demostró que mi teoría acerca de decir la verdad era cierta. Siempre lo estropeaba todo. Sin embargo, parecía que hubiera perdido la capacidad de mentir a Justin. ¡Qué mierda!
—Hablaremos luego. Estoy cansado y tú vas a llegar tarde —dijo, ignorándome y entrando en casa.
—Pero estás imaginando algo que no sucedió. Boris y yo nos conocimos ayer. Él es un abogado, amigo de Lily. Está tratando de ayudarme, y lo que viste no era más que...
—Ya te dije que hablaríamos después. —Se fue a su habitación y cerró la puerta con fuerza.
Quería insistir, llamar a la puerta hasta que me escuchase, pero tenía razón.
Iba a llegar tarde. Volé hacia la galería y Breno, afortunadamente, no me causó problemas por el retraso de quince minutos. Una vez que se fue, llamé a Lily para decirle lo que había pasado en la desastrosa cena con el abogado y sus consecuencias.
—Esto es genial, Kim.
—Liliana, escuchaste lo que dije ¿no? ¡Justin piensa que tengo un lío con Boris!
—Sí, lo escuché. Y dijiste que está enfadado contigo.
—Muy enfadado.
—¿Y sabes lo que eso significa, Kim? Espera que aquí tengo Google abierto.
— Escuché tamborilear los dedos sobre el teclado—. Aquí, lo encontré. “Los Celos. Definición: emulación, envidia, celos del amor. Pesar, despecho al ver a alguien con algo que deseas. Recelo de que la persona amada se enamore de otra”. —Ella suspiró—. ¿Esta definición es adecuada o quieres que busque otra?
¡Oh!
—Crees que... él...
—Estoy segura. Dale un poco de tiempo para que digiera todo lo que ha visto y luego ataca con todas tus armas. No le des tiempo a Justin de que piense. ¡Oh, maldita sea! Tengo que irme, Kim. Es Día de Inspección Sanitaria en la Clínica. ¡En un sábado! ¿Puedes creerlo?
Seguí el consejo de mi amiga y pasé un tiempo en el campo. Había pasado por algo parecido cuando Justin se encontró con Vanessa, y sabía que el tiempo era necesario para que él pensase, me escuchase y todo se resolvería. No pude evitar sentir un cierto placer al oír decir a Lily que lo que él sentía eran celos.
Traté de matar el tiempo leyendo algunas revistas viejas, pero no podía concentrarme en nada, hasta que vi una docena de fotos de gente rica vestida de gala.
Tuve que llamar a Lily de nuevo para pedirle ayuda, ya que, debido a los recientes acontecimientos, me había olvidado por completo de la fiesta anual del Conglomerado Jones.
—¡No tengo nada que ponerme para la fiesta de esta noche! —Me quejé cuando ella contestó—. ¿Tienes alguna idea? ¿Alguna idea barata?
—Hmm... no tengo nada elegante que te pueda prestar. ¿Ha pensado en llamar a Mazé, pedirle alguno de tus vestidos de fiesta y arreglarlo?
—¡Lily, eres un genio!
Mazé se alegró mucho cuando la llamé. Hablamos durante más de media hora. Ella me puso al día con los acontecimientos de la mansión: Clóvis ordenó a los antiguos empleados que cogiesen vacaciones. Y Mazé, por supuesto, se negó, golpeando con el pie, alegando que no se ausentaría hasta estar segura de que yo no la necesitaría para nada. Le pedí que separara un vestido de fiesta, cualquiera serviría, y le avisé de que pasaría a buscarlo cuando saliera de la galería.
Fui directamente a la mansión cuando el reloj marcó las cinco, pero no me atreví a entrar. Clóvis estaba allí, como Mazé me informó. Ella había preparado una bolsa con varias piezas de ropa, algunos vestidos de fiesta y prendas más informales, que me había dejado en el armario, y me esperaba en la acera.
—Te preparé unas galletas. —Me entregó una bolsa de papel que olía a la infancia.
—Ah, Mazé no deberías haberte molestado.
—¿Por qué no? No sé si estás comiendo bien. Y esa mujer, Telma, está acabando con mis nervios. ¿Cuándo se van, niña Kimberly?
Suspiré.
—Pronto, Mazé. Te lo prometo.
Conversamos durante un rato. Me habló de su hija mayor, algo relacionado sobre la financiación de una propiedad que salió mal, pero ahora podía ayudarla, gracias al dinero que le dejó el abuelo Steeven. Lloró al hablar de él. Yo también.
Me despedí con un sonoro beso en la mejilla y volé para casa, con miedo de llegar tarde.
Conversar con Mazé me trajo un millón de recuerdos de las deliciosas comidas de los domingos, donde ella arreglaba la mansión como si fuera la mañana de Navidad y éramos felices. Me sentía aliviada al seguir hablando con el abuelo, aunque fuera en sueños, por tenerlo todavía cerca, aunque no tanto como me gustaría, sólo que nunca sería lo mismo, ¿verdad? Él nunca más almorzaría conmigo. No estaría allí abrazándome cuando yo resolviera un problema, no estaría presente con los brazos abiertos, listos para recibir a mi hija recién nacida (si tuviera una, por supuesto). Él estaría presente dentro de mí, en mis pensamientos y en mi corazón, pero nunca físicamente. De repente, este descubrimiento me hizo caer en una vorágine de dolor y nostalgia, una sensación agridulce, una mezcla de desesperación y anhelo.
Estaba tan pérdida en mis sentimientos cuando llegué a casa que no me di cuenta de que Justin estaba sentado en el sofá.
—¿Está todo bien? —me preguntó.
Parpadeé, volviendo al presente, y por una fracción de segundo la preocupación dominó su mirada.
—He tenido días peores.
Él asintió, reconstruyendo la pared que nos separaba, y se puso de pie, para irse a la habitación, probablemente para evitarme.
—Justin —llamé. Se dio la vuelta, con su rostro todavía duro—. ¿Todavía vas a ir a la fiesta esta noche?
—Supongo que no tengo elección —murmuró inquieto.
—Y vamos a ir juntos... o cada...
—Eres mi esposa —dijo, mirándome con cierta ferocidad—. A pesar de que tú lo olvidaras, yo no lo hice.
¡Argh! Era ridículo. Muy ridículo. Estábamos luchando como una pareja real, sin los beneficios de una relación real.
Decidí tomar un baño ya que era temprano, y me tomó un tiempo decidir qué ponerme esa noche. Sería la primera vez que el dueño de la empresa, el abuelo Steeven, no estaría presente en la fiesta anual del Conglomerado Jones. Sentí que debía representarlo de alguna manera. Debería estar a la altura del buen nombre que él había dejado.
Elegí un vestido de seda azul marino por encima de las rodillas con una única asa y algunos drapeados, que marcaba mi silueta ligeramente, de forma elegante. Me equilibré sobre los tacones de mis zapatos salpicados de cristales que el abuelo me regaló por mi vigésimo cuarto cumpleaños y que yo nunca llegara a usar. Deje el cabello suelto, ligeramente rizado en las puntas, y apliqué maquillaje, tratando de parecer feliz. Sospeché que esta noche Hector estaría pendiente de cada suspiro mío, y tal y como estaban las cosas entre Justin y yo, tenía miedo de echarlo todo a perder. Pero, ¿qué otra cosa podía hacer? No asistir me culparía y yo no me rendiría tan fácilmente.
Ya estaba lista cuando Justin se metió en el cuarto de baño. En cuanto cerró la puerta, su teléfono empezó a sonar en el interior del bolsillo de su chaqueta, que estaba colgada en su habitación. Finalmente se silenció, y enseguida volvió a sonar.
—Justin, el teléfono está sonando —grité.
—Atiende y dile que le llamaré después, por favor.
Un poco avergonzada, entré en su habitación y me aventuré a revolver en el bolsillo, encontrando una bufanda, aquella que me había prestado cuando nos peleamos en las escaleras, algunos tickets de aparcamiento, la cartera y finalmente el móvil.
Era Marcus.
—Oye, nena bonita. ¿Sientes nostalgia?
—¡Ah, Marcus! Casi tengo una depresión de tanta nostalgia.
—¿Dónde está el crápula de mi hermano?
—Bañándose. Te devolverá la llamada cuanto termine. Tenemos una fiesta esta noche —Le dije.
—Oh, lo sé. —dijo—. Escucha, Kimberly, está bien que me hayas cogido. Mi madre quiere preparar un almuerzo aquí, en casa, mañana. Reunión familiar, ya sabes... ¿Estás libre?
—Lo siento, Marcus, pero trabajo los domingos.
—Hmm... ¿Y qué hay de la cena?
—Bueno... si Justin quiere llevarme... —Algo que, en ese momento, lo encontraba poco probable.
—No te preocupes. Si él no quiere venir, yo mismo iré a buscarte. Aquí nadie está ansioso por ver esa cara de comadreja.
En quince minutos como máximo, Justin se había bañado y estaba listo en su esmoquin negro. Guapísimo e increíblemente enojado.
—Era Marcus. —Le avisé—. Con una invitación para cenar mañana. Creo que es mejor que lo llames.
Él asintió, sin decir una palabra. Con un suspiro lo seguí hasta el garaje.
Esperé a estar en el coche para abordarlo, y que no se me escapara. Ya había tenido tiempo más que suficiente para volver a evaluar lo que había visto en el restaurante italiano.
—¿Me escucharás ahora? —pregunté.
—En realidad, no tengo nada que escuchar. Puedes tener citas con quien quieras, ya que lo nuestro no es más que una gran mentira.
—No seas ridículo. Ya sabes que no tengo citas.
—¿Lo sé? —Su boca se convirtió en una línea dura.
—Si no lo sabes, deberías. Y esos celos tuyos son totalmente ridículos. —Crucé los brazos sobre el pecho.
—¿Ah, sí? ¡Veo a mi mujer con otro hombre, de la mano, y estoy siendo ridículo! ¡Esto sí que es bueno!
—Lo que viste fue sólo una reunión de negocios.
—He tenido muchas reuniones de negocios, Kimberly, y nunca cogí de la mano a nadie. —Me espetó.
Suspiré, exasperada.
—De acuerdo. Escucha, Boris piensa que tengo la oportunidad de anular el testamento alegando que el abuelo no estaba en su sano juicio cuando se redactó el documento. Eso es lo que estábamos discutiendo. Estaba tratando de consolarme porque estaba triste por la noticia.
—¿Y lo vas a hacer? —Me preguntó con dureza—. ¿Mancharás la memoria de tu abuelo?
—¡No! Aún no lo sé. No quiero hacerlo. —Negué, confundida—. Eso es lo que viste. Eso era lo que estaba sucediendo. Boris estaba tratando de consolarme.
—Repetí, esperando que me entendiese de una vez por todas.
La boca de Justin se convirtió en una línea delgada y rígida de nuevo. Aquella vena palpitaba en su sien.
—¿Es tan malo estar casada conmigo que no puedes esperar unos meses más para deshacerte de mí?
—¡Infiernos, Justin! ¿De dónde sacaste esa idea? ¿Por qué piensas siempre lo peor de mí? —Gemí—. ¡No, en absoluto! Me gusta mucho estar casada contigo. Si quieres saber la verdad, ¡me gusta mucho más de lo que debería! Si para ti lo que tenemos es una gran mentira, para mí no lo es. Lo que tenemos es especial. Tan especial que haría cualquier cosa para conservarlo. Por eso no quiero que te metas en problemas por mi culpa. Sólo estoy tratando de... —No era el momento adecuado para tener esa conversación. Ya estábamos cerca del Hotel Paradise, una red de hoteles de lujo en todo el mundo, que también pertenecía al Conglomerado Justin. ¿Cómo iba a decirle en medio del tráfico, que su tan sonada carrera no despegó porque yo entré en su vida? Probablemente, arruinaría mis posibilidades de absolución, que ya era mínima—. ¡Maldita sea Justin! ¡A veces eres un idiota!
No respondió. En realidad, no me habló después de eso.
Tan pronto como entramos en el salón, en el terreno del majestuoso Paradise, Justin y yo fuimos recibidos por muchos conocidos, la mayoría de los presidentes de docenas de compañías que el abuelo compró en los últimos años. Él los saludó con cara de pocos amigos, pero era educado, y atento, sin olvidarse de nadie.
En el salón de baile, lujosamente decorado con flores blancas de diversa índole en grandes jarrones de cristal, vi a Hector y a su esposa, Suzana, con otros presidentes y directores. Intenté parecer relajada y sonriente, pero no funcionó. El mal humor de Justin parecía una fuerza física, saliendo en ondas de su cuerpo, dejándome inestable.
—¡Ah, la heredera del imperio y su marido! —Exclamó Hector—. ¡Tu abuelo estaría orgulloso si te viera ahora! Te convertiste en mujer, Kimberly. Una hermosa mujer. ¿No estás de acuerdo Suzana?
—Tan bella como su madre —sonrió ella.
—Me dejas abrumada —murmuré, consciente de que los ojos de Hector estaban inspeccionando los ojos hostiles de Justin.
—Eres un chico afortunado Justin —le dijo el presidente.
—¡No te imaginas cuánto! —murmuró Justin ácidamente, desviando sus ojos de los míos. Reprimí un gemido. Tenía que hablar con él. Tenía que explicarle que, al menos esa noche, necesitábamos parecer una pareja de enamorados.
Sin embargo, no hubo tiempo. El salón se estaba llenando de gente, y muchos exigieron la atención de Justin. Vi a Clóvis, pareciendo más robusto que nunca en su traje gris mal cortado, y reprimí un suspiro. Los grandes hematomas debajo de los ojos y alrededor de la nariz no ayudaban a mejorar su apariencia. La culpa me consumía cuando sonreía vacilante. Telma estaba a su lado y asintió con la cabeza cuando me vio.
Justin conversaba relajado con algunos colegas que habían sido trasladados a otras empresas y me dejó de lado. Me obligué a caminar por el pasillo para estar frente a la mesa de la pareja.
—¡Estás radiante esta noche, querida! Ese color favorece el tono de tu piel. ¡Parece que brilla! —dijo Thelma, sonriendo.
—Gracias, Thelma. ¿Cómo fue el viaje?
—Ah, querida. —Puso los ojos en blanco—. Fue una agonía estar lejos de mi Clóvis tantos días. Pero conseguí divertirme un poco. ¿Ya estuviste en los Andes? —Ella no esperó una respuesta. Agitó una mano y continuó—: Ah, deberías conocerlo. Ese lugar es mágico.
—Tal vez algún día. —Sonreí.
—¿Cómo estás, Kimberly? Te ves triste esta noche —dijo Clóvis.
—Sí, lo estoy. Es la primera vez que el abuelo no... Ya sabes.
Él asintió, con el rostro serio.
—Sí, lo sé.
—¡Dios mío! Mira el collar de Suzana —Exclamó Telma—. ¡Dios mío! ¡Puedo ver el brillo de esas piedras a kilómetros! Necesito saber de dónde sacó esa joya. Perdónenme, por favor.
En cuanto se levantó, ocupé la silla que estaba al lado de Clóvis.
—Perdóname, Clóvis. No tenía intención de hacerte daño. Sólo... Perdí la cabeza.
Él asintió brevemente.
—¿Has decidido?
—Hmm... —¿Es que ese moretón alrededor de tu ojo no te lo dejó claro?, pensé—¿Voy a tener que ser más explícita? No hay nada que decidir.
Sus ojos se estrecharon.
—¿Estás segura? —Gruñó—. No estaba bromeando, Kimberly.
—No me amenaces, Clóvis. Reacciono muy mal. Creo que ya has notado eso. —Él sonrió ligeramente. Y esta vez, un escalofrío me recorrió la espina dorsal.
—¿Ya has tomado tu decisión? No te echarás atrás. ¡Qué pena! Ojalá todo se pudiese resolver de manera amigable, sin lágrimas ni palabras duras.
Me levanté, observando los moretones en su cara causadas por mi puño, y me mordí el labio.
—Creo que es un poco tarde para eso.
Volví a acercarme a Justin, y noté que sus ojos interrogantes habían estado sobre mí todo el tiempo.
—¿Por qué fuiste a hablar con Clóvis?
—Sólo fui a disculparme. —Y tomé un sorbo de champán.
Él me miró intrigado por un momento, antes de regresar a su fría y distante fachada, lo que sólo me hizo sentir peor. Me sentía apática esa noche; la necesidad de ver al abuelo Steeven circulando por esa habitación me daba náuseas. Y sin el calor de los ojos de Justin, se estaba convirtiendo en imposible de soportar la sensación de abandono, soledad y pérdida. Era extraño ver a todos los directores, presidentes y vicepresidentes, cuando el anfitrión no estaba allí. Traté de ignorar el dolor lo mejor que pude, intenté enfocar mis pensamientos en otra dirección, pero las luces del salón se apagaron e imágenes del abuelo en varias etapas de su vida surgieron en la pantalla blanca. Vi una foto de él con mamá, papá, y yo, todavía un bebé, en el regazo. Después de mí y el abuelo con orejas de conejo, ambos con la cara sucia de chocolate. Yo tenía seis años en aquella foto. El abuelo y yo en la playa, enterrados hasta el cuello. Abrazados, con la Torre Eiffel al fondo; él me sonreía cariñosamente, tal y como había hecho durante toda su vida. Con las orejas negras en Disney, cogidos del brazo en la Estatua de la Libertad, fingiendo empujar la Torre de Pisa, para que no se cayera. La música insoportablemente triste de un piano que acompañaba al vídeo me hizo levantar de la silla y huir de la habitación tan rápido como pude. Me dirigí a una de las salidas laterales, temblorosa e inestable, eviscerados, sin ver nada de lo que había delante de mí. La balaustrada que separaba la terraza y el pequeño jardín de la piscina del hotel me hizo parar.
Apoyé mis manos sobre ella, tratando de respirar, tratando de liberarme del dolor.
Entonces sentí de nuevo aquel toque, aquella caricia en mi cabeza, y el aroma de las flores que impregnaba mis sueños cada vez que el abuelo aparecía en ellos me golpeó como una ráfaga de viento.
—¿Estás aquí abuelo? —susurré, conteniendo las lágrimas—. Por favor, envíame una señal. Cualquier cosa que me haga creer que todavía estás cerca de mí.
Esperé inútilmente. Todo lo que sucedió fue una mariposa volando cerca. Di un grito ahogado cuando aterrizó encima de la balaustrada de color crema. Vi el insecto, que se mantuvo inmóvil, como si también me estuviese observado.
Las voces, el tintineo de las copas, y la insoportable música que venía de dentro de la habitación aumentaron, y después volvió a amortiguarse.
Me di la vuelta y allí estaba Justin, inmóvil como una estatua, observándome con sus ojos oscuros. Retrocedí hasta golpear la cadera en la balaustrada. Dejó escapar un largo suspiro y se acercó rápidamente, sin detenerse hasta tomarme en sus brazos.
—Lo siento mucho —murmuró, acariciando mi pelo—. Lo siento mucho. Discúlpame.
Con el rostro hundido en su pecho, su férreo abrazo impedía que me librase de ese dulce cautiverio, las lágrimas tomaron el control y cayeron libremente. Él enterró su cara en mi pelo, y el abrazo alrededor de mi cuerpo se intensificó, como si quisiese fundirme con él, como si quisiera apoderarse de mi dolor y absorberlo todo él mismo. Poco a poco, me controlé lo suficiente para que cesasen los sollozos.
—Discúlpame —susurré, secándome los ojos y limpiándome la cara emborronada, al estilo de Alice Cooper—. No pude evitarlo... Fue... —Tragué.
—Horrible. —Completó.
Me limité a asentir.
—A veces pienso que realmente hablo con él, Justin. Que siento su presencia. Sus caricias. —Me zafé de sus brazos y me volví, mirando hacia el agua cristalina, para que él no viese mi tristeza.
Silenciosamente, él se aproximó hasta quedar a mi lado. Traté de imaginar lo que estaría pensando Justin. ¿Creería que estoy loca? ¿Tendría miedo a que saliese por ahí diciendo que hablaba con los muertos? ¿Temería que lo sorprendiese mientras dormía y lo atacase con un cuchillo? Desde luego, no debe ser nada agradable saber que la chica con quien compartes un apartamento cree que habla con los muertos. Concluí qué pensaría que yo estaba mintiendo o simplemente que había perdido la razón, como la tía Celine.
Tía Celine era la hermana mayor del abuelo Steeven. Nadie se dio cuenta de sus rarezas hasta que ella empezó a dormir en el armario, porque dijo que había nazis bailando en su habitación y que el canto alemán no la dejaba descansar. Al Abuelo le llevó años hacer que ella tomara los medicamentos. Pero fue demasiado tarde, ya vivía en su propio mundo y rara vez parecía lúcida. Me gustaba la tía Celine. Ella siempre me daba chocolate cuando mi abuelo le daba la espalda. Yo era pequeña cuando decidió darme algunos consejos antes de morir. “Ni siquiera pienses en casarte con el príncipe azul”, me dijo una vez. “Cásate con el lobo feroz. Él sí que sabrá tratarte bien”. En ese momento yo tenía ocho años y no entendí muy bien lo que quería decir. Fue en la adolescencia cuando me di cuenta de lo que significaba su metáfora. Tal vez por eso nunca quise enamorarme de nadie.
Hasta que conocí a Justin, quien era parte lobo feroz, y parte príncipe azul. Y que estaba callado desde hace tanto tiempo que tuve que mirarlo. Sus ojos me examinaron cuidadosamente.
—Él es tan real, Justin. Quiero decir, en mis sueños. ¡Es él! Es el mismo hombre que siempre fue. ¡Él es real! Me aconseja como antes, y, a veces siento algo, una fuerza... que no puedo explicar. Parece que algo me está protegiendo, como si el abuelo todavía estuviera a mí alrededor.
—Eso es un poco aterrador —dijo, pero sonrió ligeramente. No era el tipo de respuesta que esperaba.
—¿Tú... me crees? —pregunté con incertidumbre.
—¿Y por qué no iba a creerlo? Tenías un vínculo muy especial con tu abuelo. Si realmente existe la vida después de la muerte, y tu abuelo Steeven está viendo todo lo que estás pasando, no hay duda de que está cerca de ti tratando de protegerte —dijo, muy seguro—. Por supuesto que te creo.
Suspiré aliviada.
—Él está tratando de ayudarme, lo sé. Sé que soy una cabezota, no escuché lo que me decía y todo terminó siendo más complicado.
Un poco vacilante, Justin deslizó la mano por la barandilla para llegar a la mía. Un calor denso y abrasador recorrió mi brazo y alcanzó mi pecho mientras cerraba los dedos alrededor de mi mano.
—¿Quieres hablar de ello? —preguntó.
—Yo... necesito... No aguanto más. —Respiré profundamente antes de empezar— .Bueno, la verdad es que... bueno... Clóvis sospecha que nuestro matrimonio es una farsa.
—¿Todavía? —preguntó en voz baja.
—De hecho, está bastante seguro. Él, me buscó. Primero me advirtió del riesgo que corre tu carrera profesional si la historia es cierta. Me quedé tan confundida cuando dijo que ibas a terminar perjudicado, que te lo quise contar esa primera vez, lo juro, simplemente no tuve agallas.
—Entonces, era eso —me miró, bajando un poco la cabeza para que nuestros rostros quedasen a la misma altura. Su voz era como el terciopelo en mi piel—. La conversación en el coche. Era por eso que estabas tan asustada.
Asentí.
—Pero eso no fue todo.
—¿No? —Su frente se arrugó.
—No. Clóvis compró mi cupé al tipo que se lo vendí. Aquella tarde en la mansión, cuando le pegué, me pidió que anulara el matrimonio. Y me ofreció el coche como moneda de cambio.
Se quedó en silencio durante unos minutos. Su rostro era una máscara inexpresiva.
—¿Tú aceptaste? —Inquirió. Su voz no tenía ninguna entonación.
—¿Viste su cara? —Reí nerviosamente.
—Ah —dijo, con una media sonrisa en su rostro.
—Hay más —susurré.
—¿Más? —Me miró inquisitivamente. La fuerza de su mirada era tal, que tuve que desviar la mía para continuar.
—No te he dicho lo peor. En la cena de J&J, cuando se decidió quién sería el nuevo director de la Comex, Clóvis me dijo que fue Hector quien le propuso a mi Abuelo excluirme del testamento hasta que estuviese casada. En aquel momento no entendí lo que eso significaba, pero ahora todo está muy claro. Si yo acepto mi herencia, Hector pierde la presidencia del Conglomerado. Él no quería que eso sucediera. Vanessa le dijo que nuestro matrimonio es una farsa, y ahora Hector está tratando de encontrar pruebas. Entonces, si él consigue lo que quiere, Justin, tu buen nombre, tu esfuerzo, tu talento, tus sueños se vendrán abajo. Lo siento.
Apreté los labios, deseando no haber dicho aquellas palabras, pero yo las dije, y Justin las escuchó. Le llevó medio minuto preguntarme:
—¿Quién te dijo eso?
—Clóvis. Hector le preguntó. Clóvis ha estado presionándome para que anule el matrimonio, ya que si se descubre nuestro acuerdo perderé el derecho a la herencia para siempre. Pero él cree que Hector es lo suficientemente inteligente como para desenmascararme y que tiene paciencia para ello. Quiere que anule nuestro matrimonio antes de que todo explote.
Justin asintió, serio, muy serio.
—Y Justin... —Sus ojos estaban fijos en los míos, brillantes, llenos de luz, pero no me decían nada—. Clóvis eligió a Jeferson, simplemente porque lo enfrentaste ese día en la cafetería. No le gustas porque eres mi marido. Piensa que eres un hombre perverso, que me usas como esclava sexual o algo así. Lo siento. —Bajé la cabeza.
Hubo una larga pausa, y su mano abandonó la mía.
—¿Por qué no me lo dijiste antes?
—He intentado decírtelo más de una vez, pero terminaba retrasándolo porque... tenía miedo. Perdóname, Justin no lo hice cuando debía. Sé lo importante que es para ti tu carrera. Si Clóvis me hubiese dicho antes que estropearía tu promoción, habría intentado hacer algo, argumentar o apelar… cualquier cosa, pero no lo hizo. No sabes cuánto lo lamento. Fue por eso que me cité con Boris. Para tratar de hacer algo antes de que Clóvis te haga daño de nuevo, porque él me dijo, aquella tarde en la que le rompí la nariz, que si era necesario me apartaría de ti, para evitarme problemas. Aquella cena con Boris no era una cita. ¡Lo juro!
—Justin, mírame. —Me pidió, colocando una mano en cada lado de mi cara y levantándola hasta que lo miré—. ¿Por qué estás tan triste?
—¿Por qué? —le pregunté, tratando de tragarme las lágrimas y fallando vergonzosamente—. Porque yo soy la chica problema que destruye las vidas y los sueños de todos los que se acercan. Tienes razón, Justin soy la piedra de tu zapato. Tienes que alejarte de mí. Alejarte mucho. Yo lo estropeo todo.
Un mechón de su pelo le cayó por un lado de su cara, atrayendo mi atención de inmediato. Yo quería acariciar aquellos cabellos dorados...
—No has respondido a mi pregunta —dijo, y la voz grave reverberó en todo mi cuerpo, dejando mi piel caliente.
—Lo siento mucho. Debería haber sabido que este loco plan de matrimonio de alquiler no iba a funcionar. Estropeé tus sueños. Daría cualquier cosa por ser capaz de arreglar las cosas. —Justin todavía estaba mirándome, por lo que era imposible organizar mis pensamientos y responder con claridad—. Está bien, sé que no tengo nada ahora, pero yo renunciaría hasta de la ropa que tengo en mi cuerpo e iría en autobús sin rechistar, si pudiera dar marcha atrás en el tiempo.
Sus ojos brillaban como la noche que nos besamos en el sofá. En ellos había calor y deseo y furia y miedo.
—Kimberly, ¿por qué te importa lo que me pase? —Todavía tenía mi cara entre sus manos.
—Porque... —Puse una de mis manos en su muñeca—. No quiero que seas infeliz. —Él sonrió con esa sonrisa tímida que me hacía perder el aliento.
—Yo tampoco quiero verte infeliz, Kimberly. —No era exactamente el tipo de reacción que esperaba. En realidad no esperaba nada de aquello. ¿Dónde estaban los gritos: “NO PUEDO CREER QUE HAYA PERDIDO MI OPORTUNIDAD POR TU CULPA, CHICA”?
—¿No quieres? —le pregunté, confundida. Él negó lentamente—. Ahora mismo, estoy haciendo un gran esfuerzo para no entrar en ese salón y romper lo que le queda de nariz a Clóvis por atormentarte cuando ya estás tan frágil y enfrentándote a numerosos problemas. Pero en este momento, eres lo más importante. Puedo tratar con él más tarde. Estás triste y no quiero verte así. Me duele el alma, Kimberly. Siento que me estoy muriendo. ¿Podrías sonreírme y liberarme de esta agonía? —me preguntó—. Adoro tu sonrisa.
Tragué saliva. Su rostro estaba muy cerca del mío, sus manos muy calientes en mi piel tan fría. Sus palabras fueron como terciopelo acariciando mi cuerpo.
Sentí que mis rodillas fallaban.
—¿Por qué eres bueno conmigo? ¿No entiendes que yo lo estropeé todo?
—Sólo para que lo sepas. —Colocó un mechón de pelo detrás de mi oreja—. Yo ya sospechaba que Clóvis eligió a Jeferson porque le recriminé su comportamiento contigo. Y, si quieres saberlo, me sentí aliviado de que no me hubiera elegido. No podría soportar pensar que le debía algo a Clóvis.
—¿Lo sospechaste? —le pregunté con asombro—. ¿Por qué no me lo dijiste?
Frunció los labios con impaciencia.
—Porque yo sabía que ibas a responsabilizarte de ello. Y yo soy el único responsable. ¡No! —Agarró más fuerte mi rostro cuando traté de negar—. No es tú culpa. Actué por mi cuenta y riesgo y no me arrepiento, lo volvería a hacer si fuera necesario. Ahora sonríe para mí, por favor. Toda esta tristeza en tus ojos me está matando.
—No se puede sonreír en un momento así.
—Sí se puede —dijo, limpiándome las lágrimas obstinadas que corrían por mi rostro—. Apuesto a que sonreirás al recordar cómo nos enredamos en aquella escalera, poco después de conocernos. Estabas tan perdida, tan confusa, como si el fin del mundo hubiese llegado.
Suspiré.
—Era peor que el fin del mundo. Joyce me iba a exiliar a la fotocopiadora.
—Eso sin duda era el final del mundo... —él sonrió un poco—. Puedes recordar lo avergonzado que estaba cuando tropezamos en el pasillo y me encontré con la fotocopia de tu... eh... —él arqueó una ceja—. Sabes de lo que hablo. No me obligues a decirlo.
Sonreí un poco, y sus ojos se iluminaron.
—Ahora sí. Una sonrisa tímida, pero aun así, sigue siendo una sonrisa. Ya he visto algunas antes. Cuando lees, sonríes de esa forma. —Su mano estaba todavía en mi mandíbula, y sus largos dedos en mi nuca.
—Yo no sonrío cuando leo —le repliqué.
—Sí sonríes, todo el tiempo. Yo te vi. —Y su pulgar se deslizó por mi labio inferior.
Su caricia me hizo temblar, y una avalancha de sensaciones me sofocaron.
Justin también parecía cambiado, su voz era ronca, las pupilas dilatadas y oscurecidas, y le faltaba el aliento. Mi corazón voló.
—No hago nada más que mirarte, Kimberly.
A la luz de la luna inmensa, se inclinó sin dudar esta vez, rozó suavemente sus labios con los míos. Era la primera vez que me besaba, que realmente me besaba sin persuasiones o artimañas. Aproveche la oportunidad y me aferré a él, pegando todo mi cuerpo al suyo. No pareció importarle, ya que su brazo enlazó mi cintura, apretándome contra su fuerte cuerpo. Sus labios eran aún más agresivos que en nuestro último beso, y yo ya no podía respirar, pero no permití que se apartarse. No me importaría asfixiarme si eso significaba estar allí, unida a él para siempre.
Justin trató de eliminar la distancia entre nosotros, cosa que era imposible, ya que no había una parte de mí que no estuviese pegada a él, de modo que acabé presionada entre la barandilla y su cuerpo caliente, casi febril. Suspiré sobre sus labios, y el brazo alrededor de mi cintura se movió perezosamente en círculos por mi silueta, bordeando mis caderas, y acercándome a él. Instantáneamente obtuve la respuesta a la pregunta que tanto me había atormentado. Tal vez fue sólo una reacción al beso incandescente, desnudo de pudor, al que ambos estábamos entregados, pero su cuerpo estaba diciendo, con toda claridad, que me deseaba.
Sus labios se deslizaron por mi cuello, los dientes probaron mi piel y me dejaron en llamas. Su boca llegó a mi oído y me mordió el lóbulo de la oreja ya sensible, haciéndome temblar.
—Los sueños cambian, Kimberly—susurró.
Me estremecí de placer. Continuó jugando con sus labios en mi clavícula, y sus dedos acariciaban mi brazo, suavemente como una pluma.
—Los míos cambiaron —dijo con voz ronca llena de ternura y deseo.
Enrosqué los dedos en su cabello suave, atrayéndolo a mi boca de nuevo. El beso, que cada segundo se volvía más voraz, más íntimo, sin vergüenza, me dejó en éxtasis. Justin todavía me aseguraba firme y decidido, contra su cuerpo cuando alguien abrió la puerta, dejando que el mundo perforara nuestra burbuja de pasión, trayendo el barullo de voces y música a ese momento mágico.
—¡Ah! Perdón, no pretendía interrumpirlos... —Hector murmuró con un cigarrillo en la mano y el rostro sorprendido. En ese momento, una parte de mí creía en la intervención divina. Hector no había ido a ese balcón por coincidencia, ¿no? La otra parte de mí estaba enojada por la interrupción.
Me quedé quieta, esperando el momento en que la conciencia llegaría a Justin  y él pusiera un abismo entre nosotros otra vez, que nos delataría. Sin embargo, él sonrió y no me soltó. Sólo me giró abrazándose a mi cintura, con mi espalda pegada a su pecho. No me atrevía a respirar.
—No interrumpiste nada —dijo a Hector. Como Justin no se apartó, y siguió allí, con los brazos protectores a mí alrededor, me sentí más confiada y me permití respirar con cautela.
—No sabía que estaban aquí —se justificó Hector, analizando los brazos alrededor de mi cintura con el ceño fruncido—. No quería interrumpir a una pareja tan enamorada.
—Nosotros fuimos los descuidados. Lo sentimos, Hector. Creo que fue mi culpa, pero nadie me puede condenar. ¡Mira a mi esposa! —Había tanta emoción en su voz, tanta... La verdad es que mi corazón dejó de latir por un segundo o dos—. Yo sería un loco si no quisiese besar a Kimberly todo el tiempo.
¡Oh, Dios! ¡Qué sea real! ¡Que todo esto sea real!
—Cierto. Kimberly  se convirtió en una mujer hermosa. —Hector sonrió—. Los dejaré solos. —Y abrió la puerta.
—No es necesario. Kimberly  y yo tenemos toda la noche —dijo Justin  y me besó en el cuello.
Me estremecí ante la promesa. Justin no rompía nunca una promesa. Bueno... Rompió la de nunca besarme, pero esa no contaba. “Tenemos toda la noche”, dijo.
Me sonrió y me esforcé en recordar qué ropa interior llevaba, y casi tuve un ataque de nervios cuando me di cuenta de que estaba usando mi ropa interior favorita, del tipo de la abuela ¡larga y enorme! para que no marcase debajo de la ropa, y con una cara gigante de Mickey Mouse estampada en el culo. ¡Maldita sea!
—No quería molestar... necesitaba uno de éstos —Hector encendió un cigarrillo y dio una larga calada, mostrando en su rostro placer y dolor al mismo tiempo—. Tu abuelo siempre decía que esto me mataría algún día.
No le respondí. Tenía un problema más apremiante que la posible muerte de Hector por su terrible hábito de fumar.
—Tu abuelo siempre hablaba de ti, Kimberly. Nunca conocí a un abuelo, e incluso a un padre que se preocupase tanto sobre alguien como se preocupaba por ti. Fue hermoso ver lo mucho que te amaba.
—Lo sé, Hector. Era mutuo. —Él asintió.
—Voy a tener que hacer el discurso en su lugar. —Dio una larga calada—Pero preferiría que alguien de la familia lo hiciera, si no te importa.
—Oh, no. No puedo. No puedo hablar en público. Eres el Presidente. Adelante. Cosecha los laureles. —Me burlé.
—No se trata de eso. Nunca se trató de eso. —Tiró el cigarrillo al suelo—. Si me disculpan... —Y entró pisando fuerte.
Esperé un poco insegura, hasta que la puerta se cerró. Justin me giró en sus brazos y sonrió mientras deslizaba los dedos por el pelo.
—¡Justin, fue perfecto! Jamás esperaría una escena como esta. Tú abrazándome así... —Apoyé las manos en sus bíceps rígidos y fuertes. Escalofríos subían y bajaban por mi espina dorsal.
—Para mí no fue una puesta en escena, Kimberly... para ti... ¿lo fue?
—De ninguna manera. Es que pensé... olvídalo. —Sacudí la cabeza y sonreí.
Él, también, pero de una manera un tanto indecisa.
—¿Estás bien después de tocarte de esa manera? —Me preguntó, acariciando mi espalda.
Una enorme sonrisa se dibujó en mi cara.
—Más que bien.
Él suspiró, aliviado.
—Hace mucho que deseo tocarte, Kimberly . ¡No tienes ni idea! Tenemos un acuerdo... y no sé qué hacer. No quiero que pienses que me estoy aprovechando de la situación. ¡Y no lo estoy! Pero a veces, creo... creo que quieres que te toque.
—¿A veces? —Negué desamparada—. ¡Caramba, Justin! Estoy tratando de seducirte desde hace semanas...
—¿Tú? —preguntó, sinceramente sorprendido.
—Y al parecer no lo hice muy bien —murmuré.
—¡Ah! No es eso. Me di cuenta de que te sentías atraída por mí, pero tenía miedo de estar confundiendo las cosas, fantaseando. Que mi cerebro me daba las señales que yo quería. —Un dedo siguió la línea de mi mandíbula, hasta encontrar mi barbilla—. Y... sobre todo, tenía miedo de que tú estuvieras confundiendo las cosas.
—Nunca me he sentido confusa. Bueno... tal vez al principio —reí un poco—. No sabía qué más podía hacer para llamar tu atención. Lo intenté todo, la película, el pie lesionado, no fue nada fácil... monté un enorme tinglado, para que repararas en mí. Menos la terrible noche de la tormenta. Aquella vez no mentí. Realmente tenía miedo. —Puse los ojos en blanco cuando se echó a reír—. La historia de la cucaracha fue la peor, lo reconozco, pero yo sólo quería una oportunidad de permanecer en la misma habitación que tú, para intentar...
—Por eso usabas aquel camisón —dijo, asintiendo. Más para sí mismo, pensé.
—¿Realmente crees que uso ese tipo de ropa para dormir? —Sonrió un poco tímido, y sus ojos brillaron.
—Me extrañó un poco. No te puedes imaginar el esfuerzo que hice para disipar de la cabeza la imagen de ese camisón obsceno. —El brazo alrededor de mi cintura se encogió instintivamente, arrastrándome con él—. Por si fuera poco, tu perfume estaba en cada centímetro de esa habitación, especialmente en las sábanas.
No pude dormir en toda la noche. Yo quise derribar la puerta del dormitorio y tomarte en mis brazos un centenar de veces. Por muy poco no perdí el control.
—¿En serio? —Sonreí, maravillada—. Pensé que no habías notado el camisón.
—Lo noté. ¡Ah, sí lo noté! Pero, sinceramente, Kimberly, no necesitabas nada de eso. No tienes ni idea de cómo ese pijama tuyo de nubecitas y las zapatillas de dinosaurios me quitaban el sueño. Te ves tan... hermosa y auténtica y... durante semanas, fue en lo único en lo que podía pensar. —¡Ah, Lily Necesitaba escuchar esto!— No he rendido nada en mi trabajo después de casarme contigo.
—Pero... pero... ¡tú siempre huías! Caminaba pisando huevos para que no te alejaras, porque siempre que me acercaba huías. Me dejaste sola en la cama aquella noche. ¡Sola!
—¿Qué podía hacer? Tú pusiste los límites a nuestra relación. ¿Cómo podía rebasarlos?
—¿Sabes? No deberías escuchar todo lo que digo... —Era demasiado bueno para ser verdad. Apreté suavemente su hombro para asegurarme de que yo no estaba realmente soñando. No, no lo estaba. Esos músculos duros eran muy reales.
—He luchado tan duro para sacarte de mi cabeza, Kimberly —confesó—. Pero parece que cuanto más lo intento, menos éxito tengo. No sé cómo no te diste cuenta. ¿No ves lo nervioso que me pongo y que nunca sé lo que hacer cuando estás cerca?
Negué con la cabeza, incapaz de decir nada.
Justin me acarició el rostro con las yemas de los dedos, y sus ojos ardían en los míos. Su pulgar se deslizó por mi labio inferior dolorosamente lento. Bajó los ojos para seguir el trazo de su dedo. Humedeció los suculentos labios, respirando entrecortadamente, y finalmente (¡por fin!), dijo las palabras mágicas que hacía tanto tiempo esperaba oír:
—Kimberly. —Su voz era ronca, intensa—. ¿Quieres ir a un lugar más tranquilo?
—Desesperadamente —susurré.
Él sonrió con una inmensa sonrisa, y comenzó a conducirme de nuevo a la fiesta.
Miré por encima del hombro hacia la balaustrada, buscando la mariposa azul, pero ya no estaba allí.
Cuando estábamos en la puerta, me detuve, evitando que Justin entrase.
—Justin, dime algo. ¿Te gusta Mickey?
Él frunció el ceño.
—¿El ratón?
Asentí, un poco insegura.
—Hum... Creo que me gusta. ¿Por qué? —Quiso saber, un poco confundido.
Sonreí.
—Por nada.

Se Busca Marido (Jb)Where stories live. Discover now