IX

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A la hora de comer, cuando el resto de pacientes estaban merodeando por el hospital, Mike decidió salir los dos un rato por el jardín, dar un pequeño paseo y hablar de nuevo sobre el pasado de Chester.

No consiguió mucho las primeras veces que le tiró de la lengua.

- Entonces... ¿No estás casado?

- No he tenido esa intención nunca.- Se encogió de hombros.

- ¿Por qué?

- Porque no la he tenido y porque tampoco se me ha presentado. No me malinterpretes, sé que si no estuviera aquí tendría una vida de mierda y para darle la misma vida de mierda a mis hijos, si los tuviera, para eso mejor hacerlo solo.

- Chester... Pensar así es muy triste, yo...

- Tú.- Sonrió mirándolo de nuevo.- Tú sabes tantas cosas, Mike, y a la vez no te enteras de absolutamente nada.

- ¿Qué quieres decir con eso?

- Mike, tú eres parte de mi locura.- Tras aquella aplastante confesión, Chester dio media vuelta perdiéndose entre la hierba y metiéndose a la cancha de baloncesto.

Pero Shinoda no pudo mover ningún músculo. ¿Qué quería decir con eso? Con Chester era difícil saber cuando bromeaba o cuando decía algo en serio. Sacudió la cabeza sin darle importancia al asunto, no se iba a dejar manipular.

Entró en la cancha y descubrió el suelo mojado. Esa mañana había llovido un poco, y el cielo seguía encapotado, aún así se podía jugar un poco sorteando los charcos. Fue hasta la pequeña habitación donde tenían todo el material que a veces usaban allí, hacían gimnasia, partidos de fútbol, baloncesto. Abrió y buscó una pelota de que no estuviera muy deshinchada, al dar con ella salió de nuevo juntando la puerta y se acercó a Chester botándola.

- ¿Qué te apetece? ¿Partidillo o tiros libres?

- No me seas nena, vamos a correr un poco.- Rió y con un movimiento rápido le robó la pelota y corrió hacia el otro lado colgándose del aro de un fuerte salto.

- ¡Esa no vale!- Protestó cruzándose de brazos.

Chester rió bajándose de nuevo al suelo, cogió la pelota volviendo hasta él, botándola, quedó delante de él paseando el balón de una pierna a otra esperando a que Mike reaccionara de una vez.

- ¿Nos apostamos algo?

- ¿Cómo qué?

- Un beso, cada vez que meta uno canasta.

- Eso no es justo, tú siempre querrás lo que quieras, metas o no.

- Ahí está la gracia.

- Si vamos a apostarnos algo, apostémonos algo que nos joda a los dos.

- ¿Pero de verdad pretendes hacerme creer que te jode besarme?

Como respuesta, Mike le arrebató la pelota y corrió hacia la canasta que defendía metiéndola dentro. Chester rió y se acercó para darle su premio, pero Mike lo detuvo, de nuevo.

- ¿Por qué te drogabas?

- Creo que este no era el trato.

- Tú haces lo que te da la gana, yo también.- Sonrió.

- Muy bien, pues juguemos así.

Ignorando la pregunta empezaron a jugar en serio, se robaban la pelota, se hacían faltas pegándose fuertes empujones.

Al principio ignoraban los charcos y los esquivaban de manera automática. Chester fue el primero en meter el pie en uno y salpicarse con el bote del balón, Mike rió, pero poco después corrió su misma suerte.

SyquiatricDonde viven las historias. Descúbrelo ahora