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Chloé estaba sumida en la oscuridad. No podía ver nada, pero sabía que estaba tras barrotes: se había golpeado con ellos mientras tentaba a oscuras. El suelo estaba cubierto de terciopelo y el olor del último perfume de la colección de Gabriel Agreste inundaba el aire. Trató de imaginar dónde podría estar, pero no creía que a una prisionera se le concedieran lujos como alfombras de terciopelo y un ambiente perfumado.

Luego escuchó cómo se deslizaba una puerta. Un ruido sutil, casi insonoro, que hizo que se estremeciera. ¿Qué iba a hacerle ese monstruo? ¿Qué iba a hacerle su hermana? No. Aquella ya no era su hermana, y definitivamente esa villana no era su madre.

Una luz pálida se filtró por la puerta y ella distinguió la brillante figura de Style Queen, acercándose. Se inclinó frente a Chloé y le sonrió, pero la sonrisa no le inspiraba lindos sentimientos a la rubia, había dejado de hacerlo hace mucho tiempo.

—Mi querida Chloé —pareció lamentarse—. ¿Qué haré contigo?

Chloé la miró con ferocidad, algo que Style Queen no esperó. Más bien, pensó que su hija se encogería de miedo.

—No soy nada tuyo —le dijo Chloé.

—¿Cómo te atreves? ¡Soy tu madre! —rugió ella.

—Sorpresa, Su Majestad. Mi madre murió hace mucho, cuando yo era pequeña. Cielo o infierno, me importa una baguette donde esté.

Style Queen sacudió la pequeña prisión de Chloé con furia, haciendo que la empapara su polvillo y brillando más. Iluminó lo suficiente el lugar y Chloé soltó un jadeo al ver dónde se encontraba: su habitación en el Grand Paris.

—Ya sabes dónde estás —le soltó Style Queen—. Genial. De todos modos ya es tarde para cambiarte de lugar, permanecerás aquí... con él.

Entonces Style Queen brilló con más intensidad todavía y Chloé vislumbro cada rincón de su habitación. Cerca del balcón, enjaulado, estaba el alcalde Bourgeois.

—¡Papi! —gritó Chloé, pero él no se movió. Estaba inconsciente.

—Eres incapaz de reconocerme como tu madre pero sí a ese monstruo como tu padre —dijo Style Queen..

—Sólo hay un monstruo en esta habitación y está brillando como arbolito de Navidad —soltó Chloé.

—Dime, Chloé, ¿conoces mi historia? —dijo Style Queen.

—No, ni lo necesito.

—No me conoces pero me juzgas porque crees que puedes, crees que me conoces. No es así. En cambio, yo, querida, conozco todo de ti.

—Desapareciste cuando tenía siete. Tú no sabes nada de mí.

—Sé todo sobre ti, niña insolente —masculló Style Queen.

Chloé decidió no decir nada más. Eso de la ley del hielo era infantil y fuera de moda, pero en verdad esperaba que ella se fuese sin más al ver que ella no hablaba. Se equivocó. Style Queen se le quedó viendo fijamente, de manera extraña. Le parecía perturbador. Luego, comenzó a hablar. Chloé no le hizo caso a lo primero, planeó dejarla hablando sola, pero luego entendió que le estaba contando su historia. Simplemente, no pudo seguir prestando oídos sordos.

Repetía la historia como si estuviera contando la de alguien más. Eso le frustró un poco porque le costó seguir el hilo al principio.

Audrey era joven. Era su último año de lycée. En ese entonces fue cuando conoció a Gabriel Agreste. Su padre era muy amigo de Damien Agreste, el padre de Gabriel, y ambos fueron invitados un día a la casa. Audrey se enamoró de los bocetos de Gabriel. Él se enamoró de su belleza. Sin embargo nunca la tomó de inspiración para sus bocetos. Gabriel era un universitario en su primer año, era mayor de edad. Audrey no, así que cuando comenzaron su relación tuvieron ciertas... restricciones. Se veían en sus casas, a penas se tocaban. Se besaban, de ahí no cruzaba. Ella quería intimar con él y él... se mostraba aburrido, cansado. La verdad era como si en cualquier momento él fuese a quitarse la vida por absolutamente nada; quizás porque respirar le molestaba.

¿Quién es Chat Noir? [#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora