|Maldito cordero|

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«El auge de Macerie Circus a finales del siglo 20 despertó en la población de los alrededores cierto interés, que con el pasar del tiempo aumentó considerablemente, a tal punto de convertirse en la actividad favorita para despedir el verano de grandes y chicos. Nadie sabía a ciencia cierta la razón de tanta fama, ya que parecía no tener nada que lo resaltara de otros circos. Las malas lenguas profesaban un trato secreto con un brujo del pueblo vecino o el pacto con un espíritu. Nunca se supo. En el último día de presentación, decenas de familias entraron a la carpa sin saber lo que encontrarían dentro.

De uno de los trapecios, el cuello del dueño Giorgiano De Luca era abrazado por una soga que mantenía su cuerpo colgando a más de cinco metros sobre el suelo.»

No terminó de leer, solo le devolvió el celular a su acompañante sin cerrar la página, volteando la mirada hacía la neblina que empezaba a espesarse desde hace unos minutos. Tenía miedo de preguntar, pero lo hizo de todas maneras para callar el silencio.

−¿Qué tiene que ver esto con la feria? −llevaban un buen rato bajo la poca y titilante luz del interior del vehículo, junto con el perceptible aroma de papas rancias combinadas con el agradable perfume de Steve y casi rozando el límite de la ciudad− ¿A dónde vamos?

−Luego de que De Luca muriera cerraron el circo y años después esa feria tomó el lugar. —el sonido de ramas quebrarse bajo las llantas lo sobresaltó lo suficiente para tocar las rodillas del otro al acomodarse en su asiento— Los chiquillos que te dijeron eso seguro vinieron aquí a perder el tiempo.

−¿Cómo sabes que eran muy jóvenes?

No recordaba haberlo mencionado. El parachoques produjo un ruido al chocar contra algún cuerpo que no se distinguió en medio de la neblina, haciendo que Caín volviera la atención a la carretera. El chofer no se detuvo en ningún momento, solo alzó la voz para maldecir la suerte de porquería que lo acompañaba y cómo de idiotas eran los animales para andar ensuciando su auto con su pútrida sangre.

Estaban a orillas de los altos árboles que se erguían en la maraña de naturaleza, quizás cerca de donde solía habitar en sus primeros días. Se desviaron por un camino más empinado lleno de tierra que se levantaba y obstaculizaba su visión por la ventana. Por las huellas de neumáticos frescas en el camino iluminadas por las luces delanteras del auto, la posibilidad de encontrarse con más personas era evidente. Oyeron música a lo lejos e iba subiendo la intensidad conforme se acercaban a un grupo de chicas que tomaban cerveza en la parte trasera de un Ford Ranger.

Había cerveza derramada donde se agrupaban algunas cucarachas mientras que las chapas de sus botellas adornaban el suelo. Fijaron sus ojos en el taxi que los llevaba y los entrecerraron debido a las luces del mismo.

El hombre que conducía les gritó mientras masticaba las papas que sacaba de una bolsa sobre su mano, este esperaría una hora y de pasarse el tiempo los dejaría a su suerte. La entrada constaba de un arco de hierro oxidado sobre sus cabezas con un letrero pintado donde aún podían distinguirse las letras originales.

Caín [EN EDICIÓN]Where stories live. Discover now