Extra: Y Amaia volvió a componer

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A la mañana siguiente, Amaia había ido al hotel para recoger sus cosas y llevarlas a casa de Alfred. Pronto empezarían a llegar los aparatos, y Amaia quería estar para ayudar en lo que hiciera falta. Además, más adelante también se liaría con la grabación de Lejos de ti, así que era una tontería retrasarlo.

Estaba en el cuarto de Alfred, frente a su escritorio. Tocó la madera con sus manos. Era su mesa de trabajo. ¡Cuánto tiempo habría pasado ahí sentado, componiendo, en sus primeros años! El teclado que había al lado de la mesa quizás había materializado esas primeras notas que empezaban a tomar forma en su cabeza... Y pasaban de su mundo a la realidad. Claro que más adelante había adquirido un teclado mejor para su pequeño estudio, pero Amaia sabía de primera mano lo que ese pequeño teclado significaba para él...

Pasó los dedos por las teclas. Le había costado dejarlo atrás cuando se mudó a Madrid..., con ella. Y de ahí, a Los Ángeles..., sin ella.

Pero aquella habitación en casa de sus padres seguía siendo su habitación, y todo lo que había en ella había contribuido al nacimiento de Alfred García, el artista, la estrella.

Amaia miró a su alrededor. Era una habitación más bien sencilla, con pocas decoraciones, como de alguien que, en efecto, no pasa mucho tiempo en ella. Todo estaba ordenado y en su sitio, como a él le gustaba, y Amaia se hizo el firme propósito de mantenerlo así. Esa había sido la fuente de una de sus principales tensiones durante el tiempo que habían convivido juntos. Aunque Alfred se reía de ello la mayoría del tiempo, no podía negar que de vez en cuando le ponía nervioso o le enfadaba, sobre todo antes de un gran acontecimiento.

Al sentarse en la cama y pasar la mano por la suave colcha oscura, un escalofrío le recorrió la espalda, y las lágrimas amenazaron con salir de nuevo: hacía muchos años ella había dormido con él en esa cama. En esa casa siempre se había sentido como en la suya propia, y había vivido el cumplimiento de sus primeras promesas, aquellas que se hicieron cuando todavía estaba en la Academia.

Dos lagrimones rodaron finalmente: y Alfred habría vuelto a dormir en esa cama la noche del fatídico accidente que casi acaba con su vida... Pero a cambio, seguía postrado en la cama del hospital, apenas empezando el largo proceso de recuperación... Si es que alguna vez volvía a ser el mismo. Los médicos les habían dado posibilidades prácticamente nulas; los daños eran demasiado severos.

¿Por qué el destino jugaba con él de una manera tan cruel? ¿Por qué él, con su prometedor futuro por delante? Amaia era consciente de que podría haberle pasado a cualquiera, pero ella, con su decadente carrera y su soledad congénita habría ocupado con gusto su lugar. Según Amaia, el mundo podía seguir adelante sin su presencia, pero este jamás habría podido seguir girando sin Alfred.

Y entonces, por primera vez en mucho tiempo, sintió la necesidad de expresarse a través de la música, a través de notas que juegan a entrelazarse con palabras, como tantas veces ella había entrelazado sus manos juguetonas con las de Alfred.

No dudó ni un instante en seguir su impulso. Se sentó en la mesa de Alfred y encontró papel y lápiz en el primer cajón. Dudó al principio de si era una buena idea, pero nada más apoyar la punta en el papel, supo lo que tenía que poner. La otra mano se le fue sola al teclado. La melodía, la letra, estaban en su cabeza, solo tenía que dejarla fluir por la punta de sus dedos. Y el piano, como siempre, la acompañaría en ese viaje.

Te presto mi vozDonde viven las historias. Descúbrelo ahora