O C H O

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Kellan

El sujeto que primeramente abrió la puerta delantera para nosotros, nos guió a través de los pasillos estrechos de la casa de Frank

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El sujeto que primeramente abrió la puerta delantera para nosotros, nos guió a través de los pasillos estrechos de la casa de Frank. No había mucho que ver o detallar. En general, la casa estaba vacía. Cada espacio estaba totalmente desprovisto de objetos, y eso era un poco sospechoso. La última vez que puse un pie en este maravilloso lugar, estaba lleno de gente, tanto por distribuidores como adictos, no había un solo espacio libre por el cual caminar. Sin embargo, y pese a que no veía absolutamente nada ni siquiera en las tres habitaciones que dejamos atrás en el pasillo, el olor a marihuana, polvo y otras sustancias que francamente no quería saber que eran, llenaban el aire, sofocándome e irritándome en demasía.

Jerome no estaba mucho mejor que yo; su espalda y hombros estaban tensos, ojos entrecerrados con una mirada sombría y calculadora y sus pasos eran felinos y amenazantes. Ese era un lenguaje corporal y una mirada que no he visto en un buen tiempo desde la última misión en la que estuvimos. Ah, dulce Irán, jodidamente espero no tener que volver allí. El chico, ya que era delgado y bajo y no aparentaba más de dieciocho años, se detuvo frente a unas puertas dobles al final del pasillo y las abrió de un empujón. Y, oh sorpresa, tampoco había nada aquí. Frunciendo el ceño, me detuve y estaba punto de preguntar qué clase de juego de mierda era este, cuando él fue al fondo de la deshabitada habitación, directo hacia un librero, del cual tuve la impresión de que si respiraba muy cerca de él, se derrumbaría a mis pies.

Jerome y yo compartimos una mirada de: ¿Qué demonios?

Un clic, un sonido de succión después y el librero se deslizo hacia un lado suavemente, revelando un pasaje oscuro. El chico ni siquiera miro en nuestra dirección para asegurarse de que lo seguíamos cuando se introdujo en el vacío. Tensándome, moví mi pie de manera estratégica para asegurarme que el cuchillo que había escondido en mi bota estuviera allí. Cuando sentí el frío filo contra la piel de mi tobillo, asentí hacia Jerome y ambos nos metimos en la guarida del lobo. Bajamos unas escaleras de caracol hechas del metal más chirriante conocido por el hombre hasta que el murmullo de los susurros de las personas comenzó a llegar a nosotros. Al llegar al final de la escalera, las luces de neón me cegaron un momento, pero cuando mi visión se ajustó, lo que vi me sorprendió un poco. El sótano de Frank había sido rediseñado. Era más amplio y más lujoso, las paredes no eran de color gris del hormigón sino que tenía un papel tapiz que simulada el color y la textura de la madera, y el suelo era estaba hecho con baldosas negras y blancas, como si estuviéramos en un gran juego de ajedrez. Me reí internamente por la broma camuflada. A mi derecha, se encontraba una sección con tres cubículos separados por unas cortinas de color negro. No quería saber que o quienes estaban en el interior. A mi izquierda, había una larga mesa de metal en la cual chicas semidesnudas, ocho en total, estaban empaquetando droga en bolsitas pequeñas de plástico y otras estaban contando el dinero, cientos de dólares, al tiempo en que reían histéricamente, repartiéndose el trabajo equitativamente. El chico que nos guió hasta aquí abajo se puso junto a las chicas, una mano sobre el hombro de una de ellas en un gesto intimidante. La mujer en cuestión, levantó la mirada a nosotros, sus ojos marrones estaban bordeados de rojo, pupilas dilatadas, rostro demacrado y pálido, obviamente drogada; y al fondo, rodeado de su séquito de hombres grandes y armados hasta los dientes mientras estaba sentado detrás de su escritorio de caoba, estaba Frank.

PURGATORIO |Souls Fractured #2|Where stories live. Discover now