PRÓLOGO

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PRÓLOGO

She's trying everything,
every little thing inside her closet


Nueva York, enero de 1942.

–¿Roxie? Venga, cielo, vete a la cama. Mañana podrás seguir cosiendo.

–Acabo este dobladillo y voy, mamá. Te lo prometo.

Roxanne Montparnasse no sabía mentir, pero no perdía nada por intentarlo. Además, ya era mayorcita como para tomar sus propias decisiones. Si prefería pasarse la noche en vela terminando su nuevo vestido, eso haría.

Escuchó a su madre suspirar a sus espaldas y salir de la sala de estar donde Roxie trajinaba con la vieja máquina de coser. Aunque eran casi las dos de la madrugada, no sentía un ápice de sueño. De hecho, se sentía más despierta que nunca, desesperada por acabar aquella prenda que tanto trabajo le estaba dando para poder enseñárselo a su mejor amiga. Ambas adoraban la costura, pero de maneras muy distintas: Roxanne prefería coser y descoser, cortar, subir, bajar, fruncir y bordar; mientras que Cassie se desvivía por probarse todas las prendas que su amiga hacía, posar con ellas y caminar como si fuese una modelo o una bailarina.

Se conocieron poco después de que Roxanne se mudase a Nueva York con su madre, quien encontró trabajo en Remington Arms, una fábrica de armas y munición de renombre que exportaba más de la mitad de los proyectiles que se utilizaban en la guerra. Ella empezó a trabar como intérprete en la embajada francesa. Por aquella época, en la que casi todos los hombres batallaban en el frente, la experiencia no era un problema. Además, ella era nativa francesa, y sus conocimientos sobre la lengua alemana y la inglesa le ayudaron a conseguir el puesto. En la embajada conoció a Cassandra, experta en telecomunicaciones y hábil con las relaciones sociales, pero torpe con la aguja y el hilo. Con todo, ambas tenían mucho en común. Ambas adoraban la moda, los paseos y, sobre todo, bailar. Cassie conseguía invitaciones para casi todas las fiestas mínimamente importantes de la ciudad, y siempre que podía llevaba a su amiga consigo. Además, había una larga lista de muchachos que querían conquistarla y, lastimosamente, no lo conseguían. Roxanne envidiaba su capacidad para coquetear y gustarle a todo el mundo.

La máquina de coser hacía ruido cada vez que Roxie pisaba el pedal que la ponía a funcionar y no paraba hasta que levantaba el pie. La muchacha estaba cosiendo un precioso vestido rojo sin mangas, con el largo un poco por debajo de las rodillas y con algo de vuelo que estaba deseosa de terminar. Tenía el escote algo pronunciado –se sentía toda una atrevida por haberlo hecho así– y la cintura muy entallada. Planeaba coser también un enorme lazo para atarle a la cintura. Quería llevar la prenda a la fiesta a la que iría aquel fin de semana con Cassie. No quería ser el objeto de todas las miradas, pero tampoco le gustaba ser invisible.

También le había hecho un precioso vestido a su amiga. Era verde, un poco más corto que el suyo, de manga corta cuello baby y entero de raso y encaje. Era ajustado donde debía y suelto en el resto. Sencillamente perfecto, se amoldaba a la figura de su amiga y la hacía ver aún más hermosa de lo que ya era.

Un par de horas más tarde, el vestido rojo estaba listo y el cuerpo de Roxanne pedía a gritos descanso. Recogió todo, colgó su obra maestra en una vieja percha de madera y hierro detrás de la puerta de su cuarto y se tiró en la cama arrugando el camisón de seda y encaje que envolvía su cuerpo y que ella misma había hecho. No tardó mucho en dormirse. 

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-Roxie, ¿te quedaste despierta hasta tarde? Tienes cara como de... muerto.

Roxanne intentó sonreír. Tenía grandes ojeras y el cabello recogido para ocultar el desastre. Después de haberse acostado tarde por haber estado cosiendo su flamante vestido se había quedado dormida por la mañana y casi llega tarde a la embajada.

–Sí, pero al menos he terminado el vestido.

–Seguro que es precioso, Rox, pero tienes que cuidarte un poco más. La fiesta es el sábado.

Cassandra estaba realmente preocupada por su amiga y sus problemas de insomnio. Cuando algo le comía la cabeza, ya fuera algún tipo de tarea o preocupación, era incapaz de dormir hasta que terminase con sus demonios. Aquella no era ni la primera ni sería la última vez que iba al trabajo casi sin dormir. Le sorprendía cómo era capaz de poner un pie después del otro y hablar y traducir a tres idiomas sin problemas aparentes habiendo dormido poco más de tres horas.

–De verdad, si yo fuese tu madre, te ataría a la cama por las noches.

Roxanne se rio. Estaba rellenando papeles en su escritorio mientras esperaba a su superior, el Sr. Smith, que estaba en una reunión. Nueva York se llenaba poco a poco de refugiados que huían de la guerra como animales del fuego. Entre ellos, la propia Roxanne. Cuando los nazis empezaron a invadir Francia en 1940, su madre y ella se mudaron a París, y de ahí, a Estados Unidos. Roxanne echaba de menos su hogar, su país y sus viejos conocidos, pero con la guerra todo se había ido al garete. Muchos habían muerto antes de tener la oportunidad de marcharse. Roxanne perdió a su padre en la guerra, y su madre había decidido que la mejor opción era cruzar el gran charco y empezar de cero hasta que las cosas se calmaran... si lo hacían alguna vez.

–¿Qué tal está Amandine? ¿Sigue trabajando en la fábrica?

Roxanne volvió a la realidad cuando su amiga le pinchó en el brazo con uno de sus pálidos y largos dedos de mecanógrafa.

–Sí, está estupendamente. Un poco harta de los nazis, la guerra y todo el trabajo de la fábrica, pero bien. Supongo que todo este asunto le recuerda a Francia y a papá, pero es más fuerte de lo que parece.

Cassandra sonrió.

–Sí, lo es. Y espero que tú también trabajes duro como ella. Y no me estoy refiriendo a la costura, precisamente... –guiñó un ojo y se dispuso a salir del despacho contoneándose como siempre hacía.

Roxanne la despidió con un gesto de una mano y continuó con los papeles, abrumada por el trabajo. Estaba especializada en la interpretación y mediación cultural entre personas de habla inglesa, francesa y alemana, lenguas que conocía desde muy niña. El francés era su lengua materna, y estudiaba alemán desde que tenía uso de razón. El inglés, por otra parte, lo aprendió de su padre, quien insistió en lo importante que era dominar la lengua anglosajona. Al igual que su madre, ella también le echaba mucho de menos.

Suspiró y apoyó la cabeza sobre sus brazos. Se moría de ganas de que llegara el fin de semana para poder ir a bailar. Quería probar bebidas burbujeantes y olvidarse de todos sus problemas y todo lo que sucedía al otro lado del mundo por un momento, ser libre y no sentirse un despojo humano por haber escapado en lugar de haberse quedado a ayudar a defender su tierra natal.

De repente, la cabeza de su amiga asomó por la puerta. Sus ojos azules, enmarcados por largas pestañas oscuras, brillaban con picardía.

–Por cierto, Roxie. Este sábado iremos muy bien acompañadas a la fiesta... ¡tendremos excelentes parejas de baile!

Y sin darle tiempo a responder, le dedicó un gracioso guiño y volvió a desaparecer, dejando a Roxanne con una suave sonrisa dibujada en los labios y un sentimiento cálido en el pecho.

Red Dress [Bucky Barnes]Where stories live. Discover now