ASPECTOS ECONÓMICOS

576 14 2
                                    

Economía de guerra e intervención del Estado

La economía de guerra significó a grandes rasgos la modificación de todos los hábitos individualistas y concepciones económicas anteriores a la guerra, que se mostraron fracasadas como forma de administrar la economía en tiempos de guerra.​ Sin embargo, la transición no fue sencilla, y cada gobierno debió improvisar medidas radicales y someter a la iniciativa privada y sus intereses, al tiempo que tomó el control de la economía nacional para asegurar el suministro de equipos a los ejércitos.​ La participación del Estado en la economía nacional, que hasta entonces había sido muy moderada en la mayoría de países, aumentó considerablemente, y durante la guerra los gobiernos de Alemania y Francia superaron el 50 % del PIB, un nivel al que a punto estuvo de llegar Gran Bretaña. El Imperio británico sacó provecho de sus grandes inversiones en los ferrocarriles estadounidenses, la posición de la libra esterlina como moneda de cambio internacional por excelencia, sus cuantiosas reservas de oro y su dominio del comercio en todo el mundo,​ que junto a préstamos procedentes en gran medida de Wall Street, le permitió pagar sus compras a Estados Unidos y sostener los gastos de sus principales aliados. El presidente Wilson, a punto estuvo de cortar el flujo de crédito a finales de 1916, pero finalmente permitió una expansión crediticia del gobierno estadounidense a sus aliados, igualmente la mayoría de potencias estuvo a punto de declarar la bancarrota en alguna ocasión durante la guerra.​

Dado que los países habían planificado una guerra corta de apenas unas semanas o meses, todas las grandes potencias, a excepción de Rusia, sufrieron una falta crónica de armas y municiones desde septiembre de 1914, que tardó largo tiempo en solucionarse. Francia fue la gran potencia más afectada, pues la ocupación alemana del norte del país le privó del 40 % de su carbón, del 90 % de su hierro y del 76 % de sus altos hornos, con lo que no pudo poner fin a la escasez de munición hasta abril de 1916.​ En esta carrera Alemania, primera potencia del continente,​ dispuso de gran ventaja sobre sus rivales, pues su rápida preparación económica del conflicto le permitió elevar su producción enseguida, basta decir que en 1917 Alemania fabricaba mensualmente 2000 cañones y 9000 ametralladoras, cuando en 1913 fabricaba 200.​ Si bien Rusia no afrontó problemas iniciales, hasta noviembre de 1915 no consiguió satisfacer la demanda de armas pesadas y hasta 1917 la dotación reglamentaria de armas ligeras, por lo que debió multiplicar la compra de fusiles, cañones y municiones a Estados Unidos y Japón e incrementar su producción.​ A los consecuencias macroeconómicas siguieron las microeconómicas: el trabajo en las familias se alteró por la salida al frente de muchos hombres. Con la muerte o ausencia del hasta entonces proveedor de ingresos de las familias, las mujeres se vieron obligadas a entrar en la fuerza laboral en un número sin precedentes. De igual forma la industria necesitaba reemplazos por los obreros enviados como soldados a la guerra; esto ayudó notablemente a la obtención del derecho al voto femenino.​ Sin embargo esto no bastó y todas las naciones enrolaron trabajadores traídos de sus colonias, prisioneros de guerra o especialistas repatriados del frente para el esfuerzo bélico. Alemania fue el único país que llegó al extremo de recurrir al trabajo obligatorio, además deportó a unos dos millones de trabajadores extranjeros procedentes de los países que ocupaba, dándose la paradoja de que en 1918, Alemania producía tanto equipo bélico que faltaban soldados para utilizarlo.​
El Estado también debió procurar alimentar a la población que sostenía el esfuerzo de guerra; el reclutamiento de millones de hombres precipitó la caída de la producción de alimentos en todas las naciones beligerantes y el abastecimiento quedó en riesgo.​ Una vez más, Alemania se adelantó al resto y desde noviembre de 1914 racionó el consumo de productos básicos como pan o patatas, que más tarde amplió a las carnes y grasas. Por primera vez en la historia, 67 millones de habitantes debieron someterse a un régimen de cartillas de racionamiento que les aseguraban unas cantidades de comida progresivamente menores según avanzaba la guerra.​ Inglaterra no tomó medidas tan drásticas, pero estableció un severo control, que en ocasiones se convirtió en un verdadero monopolio, de las importaciones, fijó precios e invirtió muchos esfuerzos en aumentar la producción de productos clave como el trigo y la patata, con lo que el Estado acabó controlando el 94 % de los alimentos que se consumían en todo el país.​ Sin embargo, Reino Unido acabó imponiendo el racionamiento, tras soslayarlo en varias ocasiones, a principios de 1918, con lo que limitó el consumo de carne, azúcar, grasas (mantequilla y margarina), pero no el de pan; el nuevo sistema funcionó sin problemas. Igualmente durante la guerra creció la afiliación sindical y solo en Gran Bretaña el número de trabajadores sindicados se duplicó, de algo más de cuatro millones en 1914 a más de ocho millones en 1918.​ El Imperio británico volvió la vista a sus colonias para la obtención de aquellos materiales de guerra esenciales, cuyo suministro tradicional se había visto enormemente dificultado con la guerra. A geólogos como Albert Ernest Kitson se les encomendó la búsqueda de nuevos recursos y minerales preciosos en las colonias africanas. El propio Kitson descubrió importantes yacimientos de manganeso en Costa de Oro, que serían utilizados para la fabricación de municiones.​

Empeoramiento del frente interior

Tras años de racionamiento, la mortalidad de la población civil en Alemania comenzó a escalar notablemente: al aumento del 14 % de 1916 se sumó un incremento del 37 % en 1918.​ Pero estas penurias no fueron exclusivas de Alemania, pues las situaciones de racionamiento afectaron al Imperio otomano, Francia y Austria-Hungría, este último país afrontó una situación especialmente grave y regiones enteras de Austria se vieron sumidas en la hambruna.​ Llegados a este punto, la penosa situación de gran parte de la población, las millones de muertes en el frente, las evidentes y crecientes divergencias económicas y la restricción de derechos y libertades en todos los países beligerantes crearon un sentimiento general de hartazgo y oposición.​ Si a raíz, en parte, de lo antes mencionado, se produjeron en Rusia los episodios revolucionarios de 1917, los movimientos opositores en los demás países siguieron su ejemplo y en Alemania, Francia, Reino Unido, Italia y Austria-Hungría se vivieron virulentas huelgas, motines y rebeliones. Ya en 1917, los motines en el ejército francés amenazaron con derrumbar el frente y en 1918 cientos de miles de soldados austro húngaros y otomanos desertan. La situación se volvió especialmente dura en Alemania, donde una sucesión de motines, rebeliones militares y huelgas acabaron colapsando el frente interior en apenas semanas.​ Las penurias económicas acrecentaron el clima de revolución social en los últimos compases de la guerra y en la posguerra, sin embargo, las clases dirigentes (en ocasiones con ayuda de sus antiguos países enemigos) consiguieron restablecer su autoridad en todos los países donde esta se había puesto en duda, solo en la Rusia soviética sus antiguos dirigentes no lograron recuperar su poder.​

Consecuencias de la guerra

Uno de los efectos más notables a largo plazo de esta guerra fue la gran ampliación de los poderes y responsabilidades gubernamentales en Francia, Estados Unidos y Reino Unido, con el fin de aprovechar todo el potencial de la nación, con la creación de nuevas instituciones y ministerios. Se crearon nuevos impuestos y se promulgaron nuevas leyes, todas ellas diseñadas para reforzar el esfuerzo bélico, algunas de las cuales han perdurado hasta nuestros días. Del mismo modo, la guerra puso a prueba la maquinaria estatal de antiguas administraciones muy dimensionadas y burocráticas, como era el caso de Alemania y Austro-Hungría. Durante la guerra, el Producto Interior Bruto (PIB) aumentó en tres países aliados: Reino Unido, Italia y Estados Unidos, pero disminuyó en Francia, Rusia, los Países Bajos (un país neutral) y en las tres principales potencias centrales. La contracción del PIB en Alemania, Rusia, Francia y el Imperio Otomano osciló entre un dramático 30 y un 40 %.

A partir de 1919, Estados Unidos exigió a Reino Unido las devolución de los préstamos, que procedieron en parte de las reparaciones de guerra alemanas, que a su vez podían pagar por préstamos estadounidenses a Alemania. Este sistema circular se derrumbó en 1931 y los pagos pendientes dejaron de reembolsarse; por entonces, en 1934, Reino Unido aún debía a EE. UU. 4400 millones de dólares, dinero que nunca pagó.​

La Primera Guerra Mundial también produjo un desequilibrio en el número de habitantes por género, dándose un número de mujeres mucho más elevado que el de hombres. Casi un millón de hombres británicos murieron en la guerra, lo que aumentó la brecha de género en ese país de cerca de 670 000 a 1 700 000 mujeres más que de hombres. El número de mujeres solteras que buscaban independencia económica también creció de forma espectacular, sin embargo, la desmovilización y el declive económico de la posguerra causó altas tasas de desempleo, y aunque la guerra había aumentado el número de mujeres trabajadoras, el regreso a sus países de los soldados desmovilizados, muchos de ellos trabajadores antes de la contienda, y el cierre de muchas fábricas, provocaron un descenso en el empleo femenino.

LA PRIMERA GUERRA MUNDIALWhere stories live. Discover now