Capítulo 17

3.2K 180 34
                                    

– Pero profesor, ¿por qué no el 20/20?– Pregunté en un puchero al hombre de mediaba edad que suplía al profesor real en el examen.

– Agh, vale. Si me explicas ésta pregunta adicional en 10 líneas.

Se la respondí con mi mejor letra y se la entregué en menos de 8 minutos.

– ¿Tú eres Darlen?

– Sí, señor.

– Con razón... Toma, tu nota. Retírate.

La nota máxima relucía en tinta verde, en la esquina de la hoja.

– Gracias.

Fui a la biblioteca. Ahí me dediqué a hacerle una carta a Helena.

Sonará cursi, pero quería demostrarle que pensé en ella en todo momento cuando fui a ayudar al tío Oliver hace un par de días. Por eso, una buena prosa me ayudaría a compararla bellamente con las costas.

Caminé a casa, no tenía ganas de ir en ningún transporte, además no me había llevado la moto.

– ¿Me puede dar un ramo de camelias?– Pregunté a la anciana de cabello blanco en la florería.

– Claro, princesa.

En eso, una señora se alarmó, y notádose el pavor en su cara me dijo:

– ¡Cuidado! ¡Una abeja!

Tenía una abejita regordeta en mi meñique.

– No pasa nada, no le hace daño a nadie.

Mentiría si dijera si no me preocupaba que me picara, pero amo a las abejas, ellas polinizan y hacen que hayan flores y frutos. Merecen respeto, su vida importa.

La dejé en una flor alta en el árbol que adentraba su rama por una de las ventanas de la pequeña florería.

Caminé con el ramo de flores hasta un quiosco.

– ¡Buen día!– Exclamé.

– Buen día. ¿Qué quieres, jovencita?– Preguntó el hombre mientras le entregaba las cartas de juego a unos niños en el mostrador.

– Una caja de chocolates y... Chicle de menta.

Antes de entregarme el pedido, me preguntó:

– ¿A quién le llevas esas flores?

– A la mujer que amo.

El rió.

– Las flores y chocolates pueden fallar, ten cuidado y mira que esté de humor.

Reí.

– También llevo un poema, funcionará.

El asintió, como impresionado, y yo me fui haciendo burbujas de goma de mascar.

Cuando llegué, Helena hablaba por teléfono.

– ¡No me importa! ¡O me entregan el permiso o le estamos faltando el respeto al cliente! ¡Y si sigue insistiendo, pondré mi queja en recursos humanos!– Colgó y lanzó el teléfono al sofá, para luego gritar sobre un cojín como una adolescente y no como una jefa de proyectos.

Entré, callada, ya que no me apetecía anunciarme.

Pasé a la cocina mientras no me veía y serví una taza de Helado.

Llegué con ella, dándole un beso en la nuca.

– Ya llegué, mi amor.

Ella me sostuvo las manos.

[PAUSADA Y EN MUDANZA] Maestra... ¿Todo bien?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora