I

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Aquel día estaba desnudo delante de mi madre, una situación que se había vuelto cada vez más habitual. Jamás me acostumbré a que me ayudara a bañarme. No lo soportaba, era indignante. Al principio mi padre se encargaba de esto, pero cada vez trabajaba más, no sé si para tener que evitar mi triste imagen o para ahorrar dinero y comprar el vehículo adaptado que necesitaba.

Por muy denigrante que fuera, necesitaba su ayuda para casi todo. Me sujeté a ella para salir de la bañera. Primero el pie derecho. Después, con mucho cuidado, el izquierdo. Resbalé, ambos caímos al suelo. Mi madre soltó un quejido de dolor.

—¡Daniel! —gritó con temor mientras me daba la vuelta—. Daniel, ¿estás bien?

Su cuerpo había amortiguado mi caída, por lo que solo me hice daño en la muñeca.

—¿T-tú? —le pregunté como pude. Negó con la cabeza, tenía rabia contenida en el rostro.

Gracias a ella pude levantarme y me llevó hasta la banqueta que había al lado del lavabo.

—¿Seguro que no te has hecho nada? —insistió.

Volví a negar. Cogió la ropa que había a mi lado y antes de que pudiera vestirme escuchamos la puerta de la calle. Vi en sus labios apretados el principio de una gran discusión. Tiró la ropa al suelo y salió a recibir a mi padre.

—¿Por qué has tardado tanto en venir? —le preguntó.

—He estado haciendo algunas horas extra —respondió con un ligero tono irritante. Aquello solo azuzó los sentimientos de ira de mi madre.

—¡Tendrías que estar aquí! —vociferó—. ¡Sabes que yo no puedo sostener a Daniel!

—Pídele ayuda a tu hermana.

—¡Claro! ¡Y ya que estamos avisamos a la tele! Prefiero ahorrarle el momento incómodo. Es tu hijo y deberías estar aquí.

—Estoy tratando de ahorrar dinero para la dichosa furgoneta, ¡no puedo estar en todas partes! ¿Te crees que yo no estoy cansado?

—¡Fue tu culpa! ¡El accidente fue por tu puta culpa! —Tras los gritos, el silencio se hizo más profundo.

—Me prometiste que no volveríamos a hablar de esto. —Sus palabras salieron temblorosas.

Mi madre soltó una risa indignada.

—Tendrás que asumirlo algún día y esta es la mejor forma —le dijo. Luego escuché sus pasos acercándose—. Si tu padre no hubiera ido hablando por teléfono, el accidente jamás habría ocurrido. —Se paró cerca de la puerta, hubo un sollozo. Pasó de largo y se encerró en su habitación. Pude escuchar su llanto amortiguado por las paredes. Se me formó un nudo en la garganta.

Yo no podía asimilar la idea. Durante mucho tiempo me habían estado engañando, me habían dicho que el accidente había ocurrido por culpa del otro conductor. Entonces lo entendí todo.

—Dani... —susurró mi padre, en el umbral de la puerta.

—No.

—Dani.

—N-No —tartamudeé. Tragué saliva, tratando de aguantarme las lágrimas.

Él se acercó a mí y se agachó. Yo desvié el rostro.

—Daniel, mírame, joder. —Me tomó de la cara, obligándome a hacerle frente.

Si hubiera podido moverme le habría pegado un empujón, pero él me había limitado a esta vida de mierda. Solo pude cerrar los ojos y hacer oídos sordos.

—Lo siento, de verdad que lo siento. Pero, por favor, no me odies. —Su voz se quebró—. Te mejorarás, estoy seguro. —«Mentiroso» me habría gustado decirle, pero solo se me escaparon las lágrimas que tanto tiempo había guardado.

Él se echó a llorar sobre mi hombro y yo en el suyo, sus dedos apretaron con fuerza mi nuca. Me odié por mostrar una actitud tan débil, lo único que deseaba era no volver a verlo jamás.

Por su culpa sufrí un accidente que me dejó en coma once meses. 

Recuerdos de humoWhere stories live. Discover now