II

316 65 8
                                    

Caminé lento y sin apuro. Me aseguré que el aire fresco entrara e hiciera lo que debía hacer con mi organismo.

El frío calaba a pesar de la chaqueta y sentía la humedad pegarse en cada trozo de piel que no estaba cubierto. Cuando exhalaba no estaba seguro si atribuirle el color blanco al aliento condensado o al humo del cigarro.

Era una sensación extraña, pero agradable. Una conexión con la ciudad. Un sentimiento de seguridad y libertad a la que no estaba acostumbrado, haciendo callar mi mente un poco por primera vez en tanto tiempo que había olvidado cómo se sentía el silencio.

De alguna forma terminé en un bar con una cerveza no tan fría como me gusta, un cenicero que le pedí al barman y música tan fuerte que era imposible concentrarme en algo más. Con una voz diciéndome que mezclar cigarros y alcohol no era bueno cuando no acostumbras fumar y conmigo mismo mandándola a callar diciéndole que era justamente eso lo que buscaba cuando salí del departamento de Jimin.

Tomé un par de tragos más. Exhalaba el humo cuando sentí un par de ojos clavarse en mí. Esperaba que fuera mi imaginación, o bien que esa persona no se acercara a hablarme. No me sentía con fuerzas ni ánimos de lidiar con un desconocido medio borracho.

Para mi suerte nadie se acercó. O al menos, nadie en ese momento.



Varios minutos después tenía el vaso a menos de la mitad y me sentía ligeramente ofuscado. Vi a un hombre colocarse cerca mío a pedirle un cenicero al barman.

-No tenemos ninguno-fue su respuesta.

No se dio vuelta y fue de donde había salido instantáneamente ante la negativa, sino que dio una barrida al local con la mirada como si buscara algo.

Había ido a ese lugar sin buscar a nadie. Pero te vi.

Debo admitir que en ese momento pensé que tenías un buen perfil. No sé cuánto tiempo me quedé mirándote, pero sí sé que fue suficiente para hacer que me notaras.

Me viste y un halo de reconocimiento cruzó tu cara por un segundo. Fue tan breve que creí que lo imaginé, pero sabía que no era así. No entendía por qué. No nos conocíamos y no hubiera olvidado una cara como la tuya.

Me preguntaste si me molestaba que te sentaras a mi lado y compartíamos cenicero. Yo accedí, pero te pregunté por qué no lo hacías como el resto y simplemente lo dejabas caer al suelo.

-No me gusta dejar sucio.

Me pareciste raro desde ese momento.

Le siguió una conversación casual. Por el acento los dos notamos que no éramos de aquí. Me dijiste que eres de Gwangju y yo te hablé de Daegu. Me preguntaste mi edad y concluimos que debía llamarte Hyung. Noté que no te había dicho mi nombre. Taehyung. Tú también me dijiste el tuyo. Hoseok.

Éramos dos personas que hablaban entre sí para pasar el tiempo mientras fumaban. Nada muy animado, no llovían las risas ni era fuera de lo común, pero no había nada de común en la forma en la que nos mirábamos. No te podía quitar los ojos de encima y tú tampoco podías quitarlos de mí.

Me sentía inspeccionado. Sentía tu interés como el de un amante de los enigmas que busca pistas para su acertijo incompleto, aunque según yo no había nada por descubrir.

Escuché por ahí una vez que las conversaciones con los ojos dicen mucho más que aquellas que se dan con la boca. ¿Ese era nuestro caso, Hoseok? Porque nuestra charla era rutinaria, pero tu mirada me recorría como a una obra de arte que estás intentando entender. Me veías como algo complejo. Algo intrigante, desconocido. Atrayente.

Y así como tú me mirabas a mí, me preguntaba si yo me estaba quedando atrás. Si te veía con un ápice de la intensidad que tú lo hacías conmigo. Si mostraba el interés que me causabas, si eras capaz de sentir lo que en mí creaste cuando te vi.

Terminé mi cerveza, pedí otra y tú hiciste lo mismo. Cuando terminaste esa, yo invité la tercera. Nuestra conversación se hizo más fluida a la vez que la articulación de las palabras se volvió torpe.

Estaba medio borracho. El alcohol, el humo, la música, las luces, tú. Era demasiado para poder manejarlo.

Se me acabaron los cigarros y me ofreciste uno. Acepté y sacaste unas cosas de tus bolsillos. Si no hubieras hecho eso, quizás la noche terminaría y no hubiera notado que fumabas tabaco en cigarros hechos a mano.

Me pareció curioso como sujetabas el tabaco. Usabas el índice y el pulgar y tomabas el dedo medio como apoyo, tal cual como algunas personas sujetan los lápices o los cubiertos de mesa. Burlabas esa ley no establecida que dictaba que el cigarro se debe sujetar entre el índice y el dedo medio.

Tus manos parecían ser más pequeñas que las mías y los dedos eran del largo ideal. Los huesos se marcaban en los lugares perfectos y eras capaz de moverlas de forma suave sin dejar de verte masculino. Ahora mismo me pregunto si estoy idealizando tu recuerdo o realmente eras así. Así de perfecto.

Me preguntaba como podías armar un cigarro y hacerlo ver tan fácil con el número de cervezas que habíamos bebido. Quizás el alcohol no te hacía tanto efecto, o quizás era yo quien no lo hacía. Porque siendo honesto, Hoseok, a ese punto no sabía si estaba borracho de cerveza o de mirarte.

Me hablaste de tu familia. Me dijiste que amas a tus padres pero odiabas que nunca te dejaron tomar tus propias decisiones. Me hablaste de tu hermana mayor y como fue ella quien te enseñó cómo vivir por ti mismo y que los viejos no siempre tienen razón.

Me hablaste de tus sueños. Dijiste que amarías dedicarte al baile, pero no te gustaba que las empresas vieran a los idols como máquinas de hacer dinero en vez de personas y detestarías ser parte de ese sistema. Tu sueño era ser profesor, tener tu propia academia a un precio accesible y hacerlo gratis para los niños, pero por el momento eras feliz bailando en una estación del metro. Descubrí que eres del tipo de personas que sus ojos se iluminan cuando hablan de lo que les apasiona.

Unos cuantos minutos y casi terminado el vaso de cerveza, me atreví a hablarte un poco de mí. Mi vida, mis amigos y familia, lo que estaba ocurriendo conmigo y cómo fue que llegué hasta ahí. No era la gran cosa, Hoseok, ¿por qué me mirabas como si fueras a recordar cada una de las palabras que salieron de mi boca?

Después de la cuarta cerveza nuestras rodillas y manos se habían rozado tantas veces que dejé de pensar que era casualidad. Fue un cigarro más tarde que te descubrí mirando mis labios de reojo y me di cuenta que nuestras intenciones eran las mismas.

Me sentía asustado y a la vez dispuesto a todo. Insignificante y al mismo tiempo enorme. Quería salir corriendo y quedarme para saber cómo íbamos a terminar.

Ambos dejamos los vasos vacíos sobre la mesa y los minutos siguientes fueron de silencio, pero de ese silencio que truena en los oídos. De ese silencio ansioso. Ese silencio de cosas no dichas.

Te veías nervioso. Querías hacer algo, decirme algo, pero a pesar de que tenía una idea de lo que era no me atreví a hacerlo por mí mismo.

Extendiste tu mano, la apoyaste en mi pierna, justo arriba de la rodilla y a pesar de tu toque suave me sentí vibrar hasta la punta de mis dedos. Te miré y noté que no sabías si hacías lo correcto. Yo tampoco lo sabía.

Mi mano te correspondió colocándose sobre la tuya. Te atreviste a apretar un poco y una sensación de calor me recorrió desde ese punto al resto del cuerpo como tirar una piedra al agua.

Rompiste el silencio.

-¿Quieres ir a algún lado?

Una persona prudente te habría dicho que no.

-Claro, vamos.

Yo no era alguien prudente. No esa noche, no contigo.

Te hice saber que el departamento donde me quedaba estaba vacío y te pareció buena idea.

No llevaba demasiado encima. Pagué, me levanté y te esperé. Tú arreglabas tu abrigo y yo tomé aire.

Me dije "ten cuidado, te estás enamorando".

y nos dieron las diez y las once 愛. vhWhere stories live. Discover now