Capítulo 11

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"La vida de los muertos perdura en la memoria de los vivos".

CICERÓN

      Julia se encontraba al lado de la cama de Tito, habían llamado al galeno que solía atenderlo normalmente. Después de encontrar al anciano inconsciente en el suelo, el hombre no había recobrado el conocimiento. A pesar de la hora que era, el galeno acudió apresuradamente en cuanto le avisaron de lo ocurrido. Entró deprisa en la habitación de Tito y desplegando sus utensilios encima de una pequeña mesa que había en la habitación empezó a examinar al hombre.

―¿Qué le ha pasado?—. Preguntó Julia al galeno observando cómo se acercaba al anciano.— Todo ocurrió tan deprisa que nadie se percató del amo pero no tiene ninguna herida en el cuerpo, no sabemos porque sigue inconsciente.

―¿Cuánto tiempo lleva desmayado Julia?

―Nos dimos cuenta que había perdido el conocimiento desde que acabó la reyerta, fue cuando lo vimos tumbado en el suelo.

―¿Qué tienes tú en el cuello?, ¿te hirieron nuevamente? —preguntó el galeno preocupado.

―No es nada grave, examina primero a Tito, me preocupa más. Está demasiado pálido.

―No te preocupes, ahora mismo lo veo. Sal y tráeme más luz, voy a necesitarla—. Ordenó el médico empezando a trabajar eficientemente.

     El hombre se dispuso a examinar a su amigo y comprobó que las pulsaciones eran demasiado lentas, era lo que se temía desde hacía tiempo. Tito padecía una grave enfermedad del corazón y el anciano que conocía la gravedad de su estado no había querido preocupar a esa muchacha contándole la verdad. Con el asalto a la vivienda, su cansado corazón no había podido resistir tantos sobresaltos y emociones, sin duda había sufrido un infarto. Era bastante difícil que superase aquello, su corazón estaba demasiado degastado y había llegado a su límite. Desde los acontecimientos en que Julia había sido herida, el anciano había sufrido un retroceso, lo que había ido agravando cada vez más su estado de salud. En ese momento, Julia junto con el general entraron en la habitación con más candiles y velas.

―Le pondré las velas más cerca para que pueda ver mejor ―sugirió Julia.

―¿Cómo se encuentra el anciano?, ¿es muy grave lo que le acontece?—. Preguntó Marco que estaba situado detrás de Julia.

―Creo que debo hablar con ustedes en privado, si son tan amables salgan un momento y ahora cuando termine de atender a Tito les cuento todo lo que deseen—. Dijo el galeno sin mirar a ambos jóvenes.

―Muy bien, lo esperaremos fuera. Julia deja al médico hacer su trabajo, él sabe lo que hace.

     Julia y Marco se fueron a la biblioteca de Tito, allí esperaron a que el hombre terminara. La muchacha caminaba de un lado a otro de la sala demasiado inquieta. Prisca entró mientras tanto dispuesta a curar las heridas de los dos jóvenes, por lo menos sería útil ahí, necesitaba mantenerse entretenida haciendo algo mientras examinaban al amo.

―He traído todo lo necesario para limpiaros las heridas que tenéis, por lo menos hasta que el galeno os pueda atender.

     Marco dirigiéndose a la cocinera le dijo:

―Atienda primero a Julia.

―Muy bien. Déjame examinarte muchacha, siéntate en esta silla que vas a desgastar el suelo de tanto pasearte en él.

     Prisca limpió la herida del cuello de Julia y una vez que terminó le aplicó un ungüento para que la herida cicatrizara. Cuando estaba terminando de curar al general apareció por la puerta el galeno.

BAELO CLAUDIA © 1 Saga Ciudades Romanas(Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora