Capítulo IV

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[病院]
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AKANE ODIABA A SU MADRE. Su padre era apenas un mero recuerdo que se hacía cada vez más borroso con el pasar de los años, así que solo tenía a su madre. Nunca fue cariñosa o atenta, más bien, lo contrario, trataba a sus hijos como a un animal que te cruzas por la calle por casualidad, lo miras, él te mira, y sigues tu camino. Tenía a gente que cuidaba a sus hijos por ella, así que no tenía porqué molestarse en presentarles mucha atención.

En vez de ir al instituto, Akane era educada en casa junto a su hermano. Ambos estudiaban juntos todas las materias, pero al llegar al entrenamiento de su kosei, cada uno tenía su entrenador, así que se separaban. El entrenador personal de Akane era un anciano, apenas parecía aguantarse en pie apoyado siempre en un bastón viejo de roble, pero la verdad es que era muy poderoso.

No eran héroes, quizás ni siquiera eran buenas personas, pero no se merecían morir así. Su maestro tenía los ojos cerrados y una máquina que le ayudaba a respirar, tenía heridas por toda la cara y en el lugar donde debería de estar su brazo solo había un muñón. Estaba vivo, o al menos, eso era lo que indicaba la pantalla, pero no lo aparentaba, los médicos habían dicho que tardaría un par de días en despertar... Si es que despertaba. Su hermano, Ryu, estaba en el grupo de los muertos, era unos de los cadáveres más destrozados, casi no había podido identificarlo. Su madre estaba desaparecida.

Herido, muerto y desaparecida, demasiadas cosas de golpe. Estaba en shock, no lloró, no gritó, simplemente se quedó mirando el cuerpo despedazado de su hermano, apestaba a carne quemada, tenía la cabeza partida en dos y el pecho desgarrado, no parecía que aquel horror hubiese sido antes una persona. Mic la estrujó entre sus brazos, Aizawa se quedó a un lado, no era bueno consolando a la gente.

Ryu siempre fue un cabrón, de esos que te ponen la zancadilla al verte pasar, de los que te dejan sin comer o de los que te insulta por la calle, Akane lo odiaba, pero ahora estaba muerto. Y la muerte lo cambia todo.

La albina nunca antes había ido a un hospital, sabía lo que eran, los había visto en la televisión, pero nunca había atravesado sus puertas. Su primer pensamiento fue que ese lugar olía a muerte. Los médicos intentado mantener estables a las víctimas de Chisanamura, los sollozos de los familiares y los rostros contraídos de los policías encargados del reconocimiento de cadáveres, aquel lugar era aterrador. Después de ver a su maestro y reconocer el cuerpo de su hermano, el mero hecho de estar en ese edificio lleno de muerte la alteraba, no quería estar allí, quería retroceder en el tiempo, volver al día anterior y ver como Aizawa devoraba su hamburguesa, tranquilamente, sin prisas, sin miedo.

Habían pasado más de dos horas desde que llegaron al hospital y ahora, después de ver como Akane se derrumbaba, ambos héroes se negaban a dejarla sola. Aizawa miró por la ventana, ya estaba anocheciendo. —Se quedará a dormir conmigo, no creo que esté bien sola.—

—También se puede quedar conmigo, tú tienes a tus gatos, seguro que prefiere un ambiente tranquilo como mi casa.— Contrapuso el rubio, no tenía nada en contra de su amigo, pero apreciaba demasiado a Akane y se sentía fatal solo de imaginarse sin estar a su lado en un momento tan difícil. Aizawa frunció el ceño. —¿Tranquilo? Siento decírtelo Mic pero eres un escandaloso, eres un antónimo de tranquilo. Además, los gatos son geniales.—

—¿Y porqué no le preguntamos con quien prefiere estar y ya está?— Aizawa miró a la chica sentada en una de las sillas de la sala de espera, tenía la mirada perdida y le temblaban las manos, no derramó ni una lágrima pero era obvio que estaba gritando por dentro. El azabache dudó de que fuese buena idea preguntarle en ese estado pero el rubio se adelantó yendo a hablar con ella.

𝐇𝐄𝐑𝐎; aizawa shoutaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora