Durante el funeral del hijo del panadero recordé una de las tantas leyendas que me contaba mi abuela. Trataba sobre unas mujeres, la primera hilaba, la segunda enrollaba y la tercera cortaba, el hilo significaba la vida de una persona y ellas decidían cuanto duraba su vida de acuerdo el largo del hilo.
Todavía estaba cansada por la noche anterior pero no quería dormir, pronto pasaría mi programa preferido y no me lo perdería por nada en el mundo. Terminó el episodio, aun faltaba bastante para que la luna apareciera.
Decidí ir a dar un paseo al parque donde se encontraban un par de columpios, al cruzar la calle casi llegando a la acera se encontraba un gato muerto, estaba inflado, mi abuela me había dicho que cuando los animales están inflados no es bueno estar cerca ya que estos explotan. Esa fue la primera vez que logré sentir asco hacía un animal inerte y no fascinación.
Me monté en el columpio y entonces me puse a pensar si esas mujeres de las que mi abuela me había hablado también se encargaban de los animales o que sucedía con ellos.
Mientras pensaba un niño se sentó en el columpio a lado del mio, era casi de mi edad, no habló, solo se empezó a columpiar. Nadie lo acompañaba, era un niño muy bien vestido que cargaba una paleta en su mano izquierda.
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