Capítulo 1

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  • Věnováno Rosalía Vilchez
                                    

― Imposible, olvídalo —fue lo que dijo Luna Valentina, indignada, huyendo a paso rápido de la locura que Alejandro le proponía. No tenía sentido. Es decir, ellos siendo tan amigos, ¿por qué él veía esto como una solución?

― Piénsalo. Tú ganas, yo gano... —la seguía, pero ella, ofuscada, parecía no escucharlo— ¡Hey! – se vio obligado a tomarla por un brazo, y ella se sacudió.

― ¿Cómo rayos es que tú ganas?

― Me gustas, lo sabes.

― No, no, no —Luna Valentina tapó sus orejas, emprendiendo el paso a zancadas más amplias. El parque parecía no tener fin, y tampoco ella sabía a dónde ir—. Deja de decirlo. Esto no está nada bien.

Llevaban cinco años conociéndose, y era la misma cantidad de tiempo que los separaba en el calendario, ella con veintidós y él con veintisiete años. No parecía mucho, siempre se entendieron, lograban dejar a un lado las típicas poses de hombre y mujer en plan de conquista, para ser ellos mismos a secas, la chica de trabajos a medio tiempo y el joven ingeniero con futuro prometedor en la empresa ambiental de su padre. Y fue allí donde se vieron por primera vez, mientras Luna Valentina repartía volantes que promovían la importancia de cuidar el agua. Ella tendría diecisiete años, aunque aparentaba menos, tal vez quince, despertando cierta ternura en Alejandro. Luego sería ella misma la que le sirviera un capuchino sin espuma en una cafetería cercana, le entregara la correspondencia a su oficina y cobrara por una pizza a su domicilio. Parecía que intercambiar número telefónicos, sonrisas y sus nombres sería cosa inevitable.

Se involucraron rápidamente en una amistad. Ambos admitieron el atractivo del otro, pero ninguno estaba interesado en una relación amorosa. Pronto, fue fácil que hablaran de sus vidas, sus gustos, exparejas, sexo o cualquier otra cosa.

Carácter y cultura les sobraba.

En especial a ella, que amaba hablar de historia, y mientras él se maravillaba escuchándola, algo más se profundizaba en su interior, algo que Luna Valentina solo veía como ridículo e innecesario ahora.

― Ale, ya sabemos que mi situación económica no está bien desde hace algunos años, por la muerte de mis padres, y aunque mis abuelos me ayudan desde Canadá con un poco de dinero todos los meses, aún es difícil para mí, por eso trabajo donde puedo y estudio a distancia, ¿pero pagarme por ser tu novia?, me ofendes, ¿sabes?

― No, Lu, no —se colocó frente a ella, obligándola a detenerse—. No lo veas así, no es lo que pretendo. Solo quiero ayudarte, hace dos meses que no encuentras trabajo y todavía te falta un año para obtener el título.

― Déjame ser tu secretaria, asistente, telefonista, no me importa, pero no me alquiles como novia.

― Sabes que no hay vacantes, si no ya te hubiera dicho.

― Ale... —arrastró el nombre con voz pesada. La situación le era sumamente incómoda.

― Lu, no será nada malo, solo saldremos unas veces por semana, tomaré tu mano..., nos besaremos...

― ¿En la mejilla? —preguntó ingenuamente, esperando obtener una respuesta positiva.

― Obviamente en la boca, Lu.

La muchacha cubrió su rostro con las manos, sintiendo la presión. Alejandro era su amigo, ¡su gran amigo! Podría tener muchas necesidades económicas, pero no se creía capaz de aceptar.

― Lu, linda, por favor —se acercó, tomó sus manos y las apretó contra sí, sintiendo cómo los nervios le recorrieron el cuerpo como una corriente eléctrica—. De acuerdo, está bien —suavemente desistió—, olvídalo, ya veo que esto no irá a ningún lado.

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