Capítulo 6

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  • Dedicado a Alexa Rosalia Martinez
                                    

Luna Valentina evadió cualquier intento de comunicación con Alejandro. Estaba herida y enojada. Lo hizo como una broma, realmente no pensaba salir con Ricardo, le cancelaría con cualquier excusa, pero Ale no lo sabía y simplemente no pensó en quedarse a ver cómo el objeto de su amor se le resbalaba como arena entre sus dedos, así que la atacó con un golpe bajo, ella solo se defendió.

― Honestamente no entiendo cuál es el drama, Alejandro. Le ofreciste dinero a tu amiga por servicios amorosos y ella aceptó. No creo que ninguno de los dos esté en un puesto decente aquí. El mismo trato fue una ofensa más grande que lo que dijiste, y cómo ella reaccionó.

― Es un caso especial, Priscila —caminó por la oficina con las manos en los bolsillos—, ¿tengo que explicarlo todo de nuevo?

― ¿Y por qué no la contrataste como asistente personal desde un principio? Y no me vengas con eso de que no estaba presupuestado, porque le has estado pagando de tu bolsillo, así que no es excusa.

― Es que no la tengo. Solo quería conquistarla. Justo ahora necesito que Luna me disculpe. Fue un comentario fuera de lugar.

― Escucha, escucha. Tienes que calmarte antes —se interpuso en el paso—. Estás ofuscado y no podrás pensar con claridad así.

― ¿Pero es que no sé qué más hacer? Ha pasado una semana, no me contesta los mensajes ni las llamadas. Tampoco me abre la puerta de su casa. ¿Puedes creer que pasé cuatro horas esperándola? Y aunque no me atendió, sé que ella estaba adentro porque escuché un par de ruidos.

― Entonces déjala en paz.

― ¡No puedo dejar las cosas así!

― Vayamos a tomar algo esta noche. Te ayudará salir y podremos pensar en una disculpa para que esa chiquilla se quede tranquila.

― No la perderé por una tontería como esta.

― Te espero en el bar de siempre a las nueve.

― De acuerdo —pasó una mano por sus rizos, resignado, esperaba de verdad que Priscila lo pudiera ayudar.

A la hora pactada, Ale, metido en el mismo traje azul marino formal, que se puso al empezar la jornada, llegó desanimado a la barra, donde ya lo esperaba su colega. Al paso saludó a otros compañeros de trabajo. Era el lugar preferido de sus colaboradores para tomar una copa y disfrutar de un ambiente tranquilo después de la jornada laboral.

― Ordené por ti —la rubia le extendió un whisky.

― Gracias —bebió.

― ¿Estás más tranquilo?

― Empiezo a preocuparme, ¿qué tal si no me contesta porque le pasó algo?

― Ay, descuida, las malas noticias son las primeras en llegar.

― Soy un tonto. Solo la reté porque pensé que no lo haría, tampoco pensé que ese tipo aceptaría. Pero es obvio, Luna Valentina es preciosa.

― ¿Y tuvieron esa cita?

― No lo sé, y tampoco quiero saberlo.

― Es un capricho, Alejandro. Deberías salir con otras mujeres —le desató la corbata y desabotonó el cuello—, buscar otros horizontes, tal vez alguien de tu edad o más madura. Un clavo saca a otro clavo.

― Eso es mentira —bebió con amargura—. Si algo he aprendido en estos veintisiete años es que uno puede estar con muchas mujeres, pero a veces una que otra se clava en uno y no hay manera de sacarla, de eso solo se encarga el tiempo.

Luego de casi una hora de más bebida y desconsuelo, Ale alcanzó a ver en una mesita cercana a la pared, a Luna Valentina y Ricardo chocando copas de vino. Tomaron el último sorbo y se dirigieron a la salida.

Novia a sueldoOnde histórias criam vida. Descubra agora