Último capítulo

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Era más de medianoche, la celebración había terminado y ambas familias se habían ido a sus hogares. Sin embargo, Amaia y Alfred paseaban por el rio agarrados de las manos. No hablaban, estaban en una pequeña burbuja asimilando todo lo que había ocurrido. Aunque los pensamientos de Alfred eran variados, no solo pensaba en el maravilloso día que habían vivido juntos y en todo lo bueno que estaba por llegar, sino en su sorpresa para Amaia. Deseaba que todo saliese como había planeado, por ello estaba nervioso. Y eso Amaia lo podía notar.

-¿Qué te pasa cucu?- Amaia, soñolienta por el cansancio acumulado, se acercó a él y le rodeó con sus brazos mientras seguían caminando.

-Solo pensaba en lo afortunado que soy de tenerte conmigo.- Un suspiro de Amaia y un beso de parte de Alfred fue suficiente para saber las ganas que ambos se tenían en esos momentos. No tenían ganas de sexo, ellos querían hacer el amor. Y ellos tenían un concepto diferente de ello.

Se acercaron a la orilla del rio donde vieron una pequeña barca. Entraron en ella y se acomodaron con unas pequeñas mantas que tenía el dueño de la misma. Amaia, apoyada en el hombro de Alfred comenzó a cantar. Uno de los pasatiempos favoritos de Alfred era escuchar a Amaia. Él siempre había dicho que Amaia creaba magia cuando se subía a un escenario, era una niña que jugaba con notas musicales. Desde el primer momento en que la vio se sintió atraído a ella como un imán, un vínculo se creó entre ambos sin ellos darse cuenta, y ese era la música. La música es la mejor medicina, y Alfred siempre había superado duras etapas de su vida gracias a ella. Cuando conoció a Amaia, sabía que estaba ante la versión humanizada de la música y sabia que nunca podría separarse de ella.

Ambos, recostados en esa pequeña barca, cantándose canciones uno a otro y observando las estrellas cayeron en los brazos de Morfeo. Habían vuelto a hacer el amor aquella noche.

El sonido de los pájaros despertó a Alfred. El chico miró desconcertado a su alrededor y se acordó de lo que había ocurrido. Amaia estaba hecha un ovillo a su lado, con todo el pelo revuelto y el vestido de novia puesto. Incluso así estaba guapa. El chico comenzó a repartir besos por todo su rostro. Tenían que levantarse, o llegarían tarde.

-Amaix, despierta. Amaix.

-Uhm, un ratito más Alfred...- Pero la chica era tan remolona en la cama como él. Le iba a ser difícil despertarla y él lo sabía.

-Si fuera por mi nos quedaríamos siempre así, abrazados y dándonos mimos. Pero tenemos que irnos, tengo algo para ti.

Solo hicieron falta esas cuatro palabras para que Amaia, despertara de un salto con los ojos bien abiertos.

-¿Una sorpresa? ¿Qué sorpresa?

-Si te lo dijese no sería una sorpresa.

-Ay Alfreeeed- Los morritos y la cara de súplica por parte de Amaia no tardaron en aparecer.

-No preguntes más, y vamos al hotel. Tenemos que cambiarnos.

Finalmente, ambos se dirigieron al hotel mediante diversas súplicas de Amaia hacia Alfred. Una vez allí, se cambiaron de ropa y Alfred le indicó a Amaia lo que iba a tener que hacer.

-Nada de intentar mirar, que nos conocemos.

-Vale, te prometo no mirar nada titi.- La chica le dio un suave beso en los labios a su ahora marido, y dejó que este le pusiese la venda en los ojos.

Amaia empezó a escuchar varios pasos en la habitación, demasiados para ser solo de Alfred.

-¿Hay más personas aquí verdad?

Aquel día Onde histórias criam vida. Descubra agora