Capítulo especial

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Habían llegado aquella mañana. Estaban ilusionados por volver, de nuevo, a aquel mágico lugar.

-¡Mira, mira! ¡Alfred! ¡Corre!

El chico, quien se había quedado un poco más atrás haciendo unas fotos del paisaje, no estaba prestando atención a lo que su novia le decía.

Amaia, al ver que Alfred no le echaba cuenta, bufó resignada.

-Te lo has perdido. Por no venir.- Y le dejó un leve golpecito en su hombro derecho.

-Ay, Amaix. Es que estaba mirando aquel lugar. ¿No es precioso?

Ella miró hacia donde él señalaba. Un gran lago, con muchos árboles y flores alrededor estaba ante ellos. Unas colinas lo rodeaban, creando un lugar mágico. De película.

-¡Jo, si es que parece un cuento de hadas!

Alfred asintió, dejando su cámara a un lado y atrayendo a Amaia hacia él.

-Ahora es todavía más bonito.

-Mira que eres cursi.- Y otro golpe pequeño.

-Auch. Sabes que me duele. ¿Voy a tener que castigarte luego en el hotel...o...mejor ahora?

Al ver la cara de Alfred, Amaia se deshizo rápido del agarre y echó a correr hacia donde se encontraba antes. Alfred, comenzó a seguirla, corriendo tras ella. La gente los miraba, extrañados porque una pareja de jóvenes corriesen como niños de cinco años. Pero así se sentían ellos, unos niños. Aunque lo que Alfred tenía en mente para aquella tarde, no era algo propio de niños.

Unas horas después llegaron al hotel donde se hospedaban. Amaia le ofreció ducharse primero a Alfred, pero este se negó, poniendo de excusa que tenía que hacerle una llamada a su amigo Nil.

-¿Hoy no vamos a ahorrar entonces?

Alfred se rió. Amaia nunca cambiaria.

-Dame unos minutos, y ayudaremos al medio ambiente titi.

Sus labios se encontraron, sus lenguas recorrieron aquel camino tan ya conocido para ellas. Tan familiar. Unos minutos después, se separaron jadeantes, anticipando lo que minutos después iba a ocurrir.

-Ahora mismo vuelvo.

-Eres un idiota, me has dejado con todo el calentón.

Y sin poder parar de reír, y para que engañar a nadie, deseando terminar lo que apenas había comenzado salió de la habitación rumbo a la recepción, donde un pequeño paquete esperaba ser recogido.

Con la bolsa entre sus manos, y los nervios a flor de piel, regresó.

El agua de la ducha se escuchaba. Por lo que dejó la cajita dentro de la chaqueta que aquella noche llevaría puesta, y fue hacia ella. Hacia su perdición, quien lo esperaba con los brazos abiertos bajo un chorro de agua caliente, un chorro que iba a arder más en cuestión de segundos.

Esa misma noche, bajo las estrellas de Las Azores

Ya habían cenado, y ambos habían salido a pasear. Sin darse cuenta, acabaron donde aquella tarde. En el acantilado.

-¿Recuerdas el lago de esta tarde?- Amaia asintió, agarrada a su mano.- Está justo ahí. ¿Bajamos?

Y lo hicieron. Amaia emocionada por estar viendo aquel lugar iluminado por la luna y las estrellas. Se escuchaba el agua, las aves... Y no había nadie, tan solo ellos dos. Alfred, sin embargo, además de emocionado, estaba nervioso.

Era el momento.

-Amaix.

La chica se giró. Alertada por la brusca parada de Alfred.

-¿Qué pasa ruru?

-Quería decirte algo.

-Está bien. Dime.

Había ensayado aquel momento miles de veces, en su cabeza, delante del espejo, ante su amiga Marta, y justo ahora, las palabras no salían de su boca. Amaia notó el nerviosismo crecer en él, y agarró sus dos manos llevándolas hasta su boca, dejándole un beso tranquilizador. Transmitiéndole calor, ya que aquella noche de junio, junto al lago, hacia un poco de frio.

-No sé cómo empezar, llevo mucho tiempo preparándolo pero me acabo de dar cuenta que no tenía sentido. Sé lo que siento, y no necesita ninguna preparación.

Amaia frunció el ceño. No entendía nada.

Pero entonces él lo hizo. Y ella supo qué quería decirle, el por qué estaba tan nervioso.

Alfred se arrodilló ante ella, bajo aquel gran árbol de hojas verdes fruto de una lluviosa primavera. En su mano apareció un pequeño anillo. Sencillo, y bonito. Amaia lo reconocía. Se lo había visto a María Jesús muchas veces. Era el anillo de la abuela de Alfred, aquel que su madre guardaba con tanto cariño, y que siempre decía "quien lo lleve, tiene el amor incondicional de Alfred". Su abuela se lo había regalado al joven, y era su mayor tesoro.

-Siempre dices que soy a quien mejor se le dan las palabras de los dos, pero en estos momentos, no las tengo. No existen palabras en el mundo para describirte Amaia, ni para explicar lo que siento hacia ti.

Aparecieron las primeras lágrimas.

-Dirás que soy un cursi. Y es verdad, lo soy. Tú me das motivos. No puedo evitar mostrarte mi cariño, acariciarte, besarte, decirte palabras bonitas al oído. Quererte cada día más es inevitable. Y no quiero evitarlo. Por ello, y por millones de razones más, hoy, bajo las estrellas, aquellas que siempre nos han seguido, quiero decirte que quiero estar siempre junto a ti. Tener hijos, crear una familia. No me importa el nombre, ya sea Helga, Emma, Antonio o Jesús. Si es contigo, nada más me importa.

Amaia, se agachó con él, sobrecogida por todo lo que estaba sintiendo. Puso sus manos sobre sus rodillas, apretándolas, queriendo escuchar esas tres palabras mágicas.

-Amaia Romero Arbizu, mi Amaix, ¿Quieres casarte conmigo?

Y se besaron. Y dijo que sí.

No deseaba nada más en este mundo que compartir su vida junto a Alfred García Castillo.


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Y esta es mi forma de agradecer todo el apoyo que ha recibido y sigue recibiendo esta historia, incluso habiendo terminado. Nunca podré agradecer todo lo que me dais.

Espero que lo disfrutéis. Os quiero.

Aquel día Where stories live. Discover now